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Incultura política

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El resultado de los procesos electorales que acabamos de vivir ha consolidado el nuevo orden político que de manera irreversible se ha impuesto en España. Las elecciones de 2015 y 2016 fueron el fruto de un generalizado desorden en el que no supimos muy bien cómo afrontar el fin del bipartidismo. Curiosamente, la fragmentación del mapa político derivó en un sinfín de conflictos que fueron la muestra más evidente de la falta de cultura política tanto de los propios partidos como del resto de ciudadanos. Salió a la luz nuestra incapacidad para llegar a acuerdos, para aprender a negociar, para aceptar la necesidad de entenderse con quien no piensa igual que nosotros. Ahora, con un nuevo escenario, tenemos la posibilidad de intentar aprender de errores anteriores y de sentar las bases de la convivencia futura.

El profesor de filosofía Bernardo Bayona acaba de publicar un interesante libro titulado Examinar la democracia en España. Bayona fue senador, diputado y parlamentario europeo entre 1982 y 2000. Sabe de lo que escribe. La lectura no sólo me ha parecido sugerente, sino también absolutamente oportuna teniendo en cuenta el peculiar momento que vivimos. El libro abre un amplio repertorio sobre debates que la sociedad española debería abordar si realmente queremos actualizar, mejorar y potenciar nuestra democracia.

Como arranque de su trabajo, Bayona reivindica la transición española. Lo cimenta en una idea que quizá no hemos sido capaces de explicar a los más jóvenes: “La democracia no fue una concesión, sino fruto de una lucha muy dura”. La desigualdad acentuada, la corrupción, el secesionismo, el populismo o el resurgir de los totalitarismos son amenazas de diferente grado que muestran grietas de un modelo que necesita evidentes reformas estructurales. Lo mejor que tiene la democracia es que crea un circuito circular mediante el cual acaba solucionando los problemas que ella misma genera. La libertad aflora diferencias y diversidad, pero también puede derivar en falta de entendimiento y confrontación. La propia democracia es el mecanismo perfecto para resetear la situación e iniciar una nueva etapa.

Los resultados electorales han puesto de manifiesto dos realidades. En primer lugar, que es obligatorio llegar a acuerdos para gestionar el país a todos los niveles, desde los ayuntamientos hasta el gobierno central. Pero, además, también nos recuerdan que el modelo de bloques ideológicos en el que se basaba el bipartidismo no sirve por sí solo. Pretender administrar el país desde la idea de que única y exclusivamente hay derecha e izquierda no tiene sentido. Hay otros muchos ejes que conforman territorios democráticos en los que convivir.

El denostado Manuel Valls ha provocado un terremoto político en Barcelona al proponer dar sus votos a Ada Colau, sin negociación ni contraprestación alguna. Plantea agruparse renunciando a imponer sus planteamientos ideológicos derrotados en las urnas. Su propuesta de cohesión es la de impedir que una minoría independentista pueda convertir el ayuntamiento en la atalaya del movimiento secesionista catalán.

En otros lugares, las propuestas de acuerdo se pueden fortalecer con pegamentos de gran firmeza. Tal es el caso de impedir que la ultraderecha más reaccionaria pretenda aprovechar su minoritario papel de bisagra para imponer un ideario basado en la confrontación social y la eliminación de conquistas sociales adquiridas tras grandes acuerdos colectivos. Íñigo Errejón ha empezado a plantear esta encrucijada en Madrid. Significativas ciudades y comunidades autónomas de gran relevancia tienen que decidir su futuro en los próximos días. Lo primero que deberán determinar va a ser cuál es el eje sobre el que se va a decidir la conformación de las mayorías.

En el panorama actual, Vox y el Partido Popular han anunciado y reiterado públicamente que no contemplan otra alternativa democrática que mantener los bloques ideológicos tradicionales que separan la derecha de la izquierda. Sin embargo, en Ciudadanos se abre un conflicto más complejo. Mientras entre sus principales dirigentes parece haberse impuesto en estos últimos tiempos esta misma determinación, empiezan a abrirse visiones diferentes de la estrategia a seguir. Todas las encuestas, de manera mayoritaria, señalan que sus votantes defienden la posibilidad de llegar a acuerdos, incluido el gobierno de la nación, con el PSOE. Lo que no desean ni siquiera sus dirigentes es tener que alcanzar pactos directos y públicos con la ultraderecha de Vox. Mediante este procedimiento, Ciudadanos podría incluso acceder a gobernar administraciones sobre la base de buscar acuerdos transversales no cimentados en la disyuntiva izquierda/derecha.

En la izquierda actual, como es público y notorio, el debate está presente. El PSOE vive un momento de evidente satisfacción dado su amplio apoyo popular. Sin embargo, casi nada puede hacer sin negociar con otras fuerzas políticas y, particularmente, a su izquierda. En el territorio de Podemos, Izquierda Unida, las confluencias, la escisión de Carmena y Errejón, los anticapitalistas, etc. se ha abierto un período de incertidumbre acentuado por los malos resultados obtenidos en buena parte de sus candidaturas. En este espacio, siempre ha sido difícil sopesar la posibilidad de buscar otros espacios de movilización ciudadana más allá de la diferencia ideológica. La próxima negociación para la investidura del posible gobierno de Pedro Sánchez va a poner encima de la mesa, de nuevo, el reto de asumir hasta qué punto somos capaces de entender la esencia del diálogo.

El libro de Bernardo Bayona denuncia la ausencia de cultura política y lo achaca en buena medida a la herencia del franquismo. Parece que va siendo hora de superar algunos lastres. La democracia tiene como base la apertura al diálogo, la discusión civilizada y la búsqueda de acuerdos lo más amplios posibles. Para consensuar un pacto tiene que haber antes de nada voluntad manifiesta de querer alcanzarlo. Esa voluntad de diálogo implica el derecho a poder defender nuestras posturas. Pero sólo funciona si se asume una obligación, la de ceder en parte de nuestras pretensiones en aras de un punto de encuentro.

El resultado de los procesos electorales que acabamos de vivir ha consolidado el nuevo orden político que de manera irreversible se ha impuesto en España. Las elecciones de 2015 y 2016 fueron el fruto de un generalizado desorden en el que no supimos muy bien cómo afrontar el fin del bipartidismo. Curiosamente, la fragmentación del mapa político derivó en un sinfín de conflictos que fueron la muestra más evidente de la falta de cultura política tanto de los propios partidos como del resto de ciudadanos. Salió a la luz nuestra incapacidad para llegar a acuerdos, para aprender a negociar, para aceptar la necesidad de entenderse con quien no piensa igual que nosotros. Ahora, con un nuevo escenario, tenemos la posibilidad de intentar aprender de errores anteriores y de sentar las bases de la convivencia futura.

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