El lío de las encuestas

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La salida del último CIS, que aporta unos resultados distintos a los que han ofrecido últimamente algunas empresas privadas, ha vuelto a traer el asunto de los sondeos electorales al centro del debate público. De tanto hablar del tema, todo el mundo tiene opinión al respecto. Sin embargo, hay varias consideraciones que deberíamos tener en cuenta cada vez que nos metamos en una discusión sobre el asunto.

Las empresas privadas dedicadas a la investigación sociológica no trabajan con los mismos parámetros, ni con los mismos intereses. Conviene recordar que algunas de ellas trabajan profesionalmente para los partidos políticos, aunque nunca suelen reconocerlo en público. No es extraño que a la hora de dar a conocer los resultados tiendan a ver con mejores ojos los ajustes hacia unas opciones concretas.

Los medios de comunicación suelen ser clientes habituales de las empresas de sondeos. Aquí se observan sensibles diferencias entre las metodologías que emplean. Hay algunos estudios que carecen de un mínimo nivel de credibilidad. Para distinguir unos de otros se requiere buscar la letra pequeña que explica la ficha técnica del trabajo, aunque rara vez lo hace ningún lector o espectador. La falta de solvencia de algunos estudios deja demasiado margen a los analistas, que pueden caer en la tentación de introducir un sesgo favorable a la línea editorial del medio que les contrata. Hay casos extremos. Hay alguna empresa que con diferentes nombres trabaja para diferentes medios de comunicación con líneas editoriales diferentes y en cada uno de ellos presenta datos diferentes. Curioso.

Sin embargo, hay magníficos investigadores en España que tienen un amplio conocimiento de su trabajo y a los que siempre conviene escuchar. El problema radica en ocasiones en el nivel de detalle de las conclusiones que se les exige. El ejemplo más claro es la obsesiva petición de que traduzcan en número de escaños los porcentajes que aportan las encuestas. Lo habitual es que casi ninguna de las investigaciones privadas que se publican cotidianamente tenga una muestra suficiente para detallar la distribución de diputados en cada una de las 52 circunscripciones existentes en España. No es extraño encontrar trabajos realizados con alrededor de mil entrevistas que llegan a hacer en algunas provincias apenas una decena de encuestas. En estos casos, el punto de vista de los investigadores más que de previsión se trasforma en un puro ejercicio de adivinación.

De manera tradicional, para no correr riesgos, las empresas menos solventes suelen inspirarse en las conclusiones aportadas por los encuestadores más importantes. Todos, al final, se miran de reojo unos a otros y acaban por dar resultados similares. El llamado consenso de las encuestas tiene una cierta trampa. En realidad, el resultado no surge del contraste final entre unas y otras. Es un resultado condicionado de origen puesto que buscan aproximarse antes de hacerse públicos.

El consejo práctico más útil es el de seguir las opiniones de los analistas que trabajan con el conjunto de todos los estudios que se realizan, sin prestar demasiada atención a los trabajos aislados uno a uno. Igualmente, aunque sea demasiado atractivo como para resistirse, conviene no prestar mucha atención a los repartos de escaños, sobre todo cuando no se presentan en forma de horquillas suficientemente amplias. Las encuestas que ofrecen datos de reparto de escaños con cifras cerradas tienen unos márgenes de error muy amplios. En caso de acierto, tiene más que ver con la casualidad o con la pericia y experiencia del investigador que con una mínima base científica.

Un caso diferente es el CIS. Con gran diferencia, es la investigación que reúne las mejores condiciones para obtener las conclusiones más solventes. Las muestras son muchísimo más amplias y las entrevistas reúnen condiciones mucho mejores en su realización. Ninguna empresa privada puede acercarse ni de lejos a la calidad técnica que sirve de base a sus investigaciones. En contra de lo que algunos opinan, tiene una gran utilidad como servicio público. Carece de influencia procedente de intereses privados. Si no existiera, dejaríamos el estudio de la sociedad española en manos de quienes desearan financiar trabajos con pretensiones más o menos confesables.

La polémica surge al intentar establecer la influencia que pueda tener el gobierno de turno en la elaboración de los sondeos electorales. El nombramiento de Tezanos como presidente del CIS, siendo miembro de la ejecutiva del Partido Socialista, desató una comprensible polémica. En sus apariciones públicas, Tezanos no ha conseguido de forma habitual separar con claridad su papel institucional de sus opiniones personales. Además, queda siempre la sombra de duda sobre su posible intervención interesada en la aplicación de metodologías de cocina de los datos que tiendan a favorecer siempre a su partido.

Hay, sin embargo, dos consideraciones importantes a favor de esta encuesta. La primera es que el CIS pone a disposición de los investigadores el acceso a los microdatos de sus estudios. Esto permite a cualquier profesional extraer sus propias conclusiones sin tener en cuenta la posible intervención de Tezanos. Por otro lado, al menos en las últimas elecciones, el CIS fue el estudio que más acertó con el resultado electoral. La limitación del CIS es temporal, los datos que se hicieron públicos este martes son los últimos antes de las elecciones, y reflejan la situación de la opinión pública un mes antes de la cita con las urnas, y la propia investigación establece que casi un tercio de los españoles que van a votar no sabían en ese momento a qué partido iban a apoyar.

La salida del último CIS, que aporta unos resultados distintos a los que han ofrecido últimamente algunas empresas privadas, ha vuelto a traer el asunto de los sondeos electorales al centro del debate público. De tanto hablar del tema, todo el mundo tiene opinión al respecto. Sin embargo, hay varias consideraciones que deberíamos tener en cuenta cada vez que nos metamos en una discusión sobre el asunto.

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