La polémica desatada en torno al pin parental tiene más importancia como estrategia política que como cuestión ideológica. Increíblemente, hemos tardado una semana en darnos cuenta de que hablábamos de una cuestión inventada, inexistente. Sin embargo, una vez colocada la provocación por delante, demasiadas voces han aceptado entrar a discutir un debate ridículo. Vox organizó una trampa y mucha gente ha caído en ella: otras formaciones políticas, destacados medios de comunicación y, lo más preocupante, una amplia parte de la ciudadanía bienintencionada apurada ante una amenaza que desconocía. Parece lógico que no supiéramos que a nuestros hijos les imponen en el colegio contenidos relacionados con perversas desviaciones sexuales sin nuestro conocimiento. Todo era una mentira estratégica.
La mejor prueba de la intencionalidad planificada de la operación está en la difusión de vídeos falsos en las redes que ni tenían relación alguna con el asunto abordado y ni siquiera estaban grabados en nuestro país. Vox ha jugado a sembrar discordia social, como suele hacer, centrada en una cuestión que está en la base de su ideario. Buena parte de los nacionalpopulismos que se están extendiendo en el mundo se apoyan en un argumento de partida muy delicado. Bajo su consideración, denuncian cómo en el mundo actual existe una creciente rebelión de ciudadanos frente a Estados que buscan dominar y aplastar a los individuos. Estos Estados, controlados por élites económico-políticas, son los que manejan el mundo desde hace décadas. En el caso español, ese Estado represor se manifiesta de forma notoria en el gobierno estalinista, filoterrorista y separatista que según su parecer se ha hecho de forma ilegítima con el poder.
Una de las líneas coincidentes en los estudios que se están desarrollando frente a este movimiento que amenaza a la convivencia democrática se centra en que entendamos las estrategias que utilizan para defendernos con mayor eficacia. Un peligro conocido y controlado deja de serlo. Esta campaña de manipulación social busca ahondar en el pilar fundamental en el que se apoya toda su filosofía. Consiste en trasladar a los ciudadanos un desesperado sentimiento de victimización. Se pretende que cada individuo se sienta reprimido en sus derechos, humillado y castigado. En el caso del pin parental, el ejercicio ha conseguido extender una absurda discusión colectiva sobre si somos o no libres frente al Estado para elegir lo mejor para nuestros hijos. Increíblemente, el Partido Popular ha picado en el anzuelo y hemos visto a destacados líderes, con Pablo Casado a la cabeza, posicionarse en un debate innecesario, al estar más que resuelto en toda democracia establecida como la nuestra.
Lo que Vox perseguía era precisamente que surgiera la discusión y cuanto más enrevesada fuera mejor. Es muy dudoso que nadie en su sano juicio esté dispuesto a aceptar que sus hijos sean manipulados por fuerzas ocultas interesadas en su deterioro ético. Evidentemente, esas fuerzas no existen, ni tendrían la más mínima posibilidad de actuar si pretendieran hacerlo. Denunciar un ataque tan personal y profundo a la ciudadanía crea como mínimo desasosiego y preocupación mientras descubres la trampa en la que te intentan atrapar.
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Este juego de alentar la victimización colectiva suele obtener magníficos resultados. Si la mentira triunfa y se extiende es evidentemente una victoria en toda regla. Pero, incluso si se consigue desmontar y sacar a la luz pública, los promotores de la operación siempre podrán decir que el Estado represor ha querido aplastar la voz de la denuncia y sojuzgar a quienes intentaban luchar en defensa de la ciudadanía. Como el objetivo final siempre es la victimización, el objetivo también se alcanza desde la derrota.
Al final, la clave está en sedimentar poco a poco un profundo estado de disconformidad en sus seguidores y presentar su opción política como el mejor antídoto frente a la humillación: la venganza. El voto a Vox se vende así como la única manera de acabar con un sistema corrompido al que hay que derribar cuanto antes. La fuerza de la venganza es un impulso estimulante que tiende a cegar la razón en favor del empuje de la rabia y la frustración contenida.
Ha habido en otros países ejemplos similares de mentiras difundidas a través de redes sociales o medios afines que han conseguido gran difusión. En el caso del pin parental, lo sorprendente ha sido la falta de pericia del PP y Ciudadanos en el manejo de la situación. Inicialmente quedaron atrapados en la mentira y colaboraron en alimentarla y amplificarla. Con el paso de los días, parecen haberse ido descolgando al darse cuenta del absurdo embrollo en el que se estaban introduciendo. La última explicación es que se trata de un infundio de Vox que Moncloa ha aprovechado para montar una campaña de encubrimiento de los problemas que les acechan. En fin, sobran comentarios.
La polémica desatada en torno al pin parental tiene más importancia como estrategia política que como cuestión ideológica. Increíblemente, hemos tardado una semana en darnos cuenta de que hablábamos de una cuestión inventada, inexistente. Sin embargo, una vez colocada la provocación por delante, demasiadas voces han aceptado entrar a discutir un debate ridículo. Vox organizó una trampa y mucha gente ha caído en ella: otras formaciones políticas, destacados medios de comunicación y, lo más preocupante, una amplia parte de la ciudadanía bienintencionada apurada ante una amenaza que desconocía. Parece lógico que no supiéramos que a nuestros hijos les imponen en el colegio contenidos relacionados con perversas desviaciones sexuales sin nuestro conocimiento. Todo era una mentira estratégica.