Titiriteros sin contexto

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Juan Vinuesa

Dos ciudadanos están en la cárcel por hacer teatro. En España. Sin fianza y acusados de un delito de “enaltecimiento del terrorismo”.

El pasado 5 de febrero, en la plaza del Canal de Isabel II, y dentro de la programación del Carnaval de Madrid, la compañía Títeres desde abajo puso en escena la obra La bruja y Don Cristóbal, en la que uno de los personajes mostraba una pancarta en la que se podía leer: ‘Gora Alka-ETA’. Denuncia y los dos titiriteros entre rejas.

Entre el público había niños pero, ¿sabían lo que iban a ver? La compañía entronca con el denominado género de los ‘Títeres de cachiporra’, basado principalmente en la violencia grotesca y cuyo origen se remonta a la Edad Media. Este género teatral es heredero de figuras de la Comedia del arte como Polichinela, especializados en el extremo arte de apalear y ser apaleado. ‘Punch’ en Inglaterra, ‘Guignol’ en Francia, ‘Dom Roberto’ en Portugal, ‘Pulcinella’ en Italia… la dramaturgia se basa en recrear la realidad a base de sucesos grotescos. En España, la cultura del títere alcanzó una gran notoriedad en las primeras décadas del siglo XX. Y en Inglaterra, por ejemplo, la pareja de títeres de cachiporra Punch and Judy fue elegida en 2006, durante el gobierno de Tony Blair, como uno de los 12 iconos británicos (junto a otros como la taza de té o el Stonehedge) en una encuesta multitudinaria entre la población.

Por poner un ejemplo de esta tradición, y como bien recuerda el especialista en teatro de títeres, Adolfo Ayuso, en Titeresante, Jacinto Benavente estrenó en 1912 Las diabluras de Polichinela, en casa de los príncipes Pío de Saboya, ante “un selecto grupo de niños”. En este montaje, “después de apalear a don Sinforoso, Polichinela apalea a su hijo por llorar demasiado fuerte, al ama de cría, a un negro y al boticario. Cuando llega un policía a detenerlo, Polichinela le apalea sin piedad. Y apaleará al juez, al verdugo y por fin al demonio que pretende llevarlo al infierno. Don Jacinto se muere de risa con la historia inglesa y la versiona en castellano. […] Movió él mismo algunos de los muñecos y recibió los aplausos de niños y papás de la rancia aristocracia madrileña”, cuenta Ayuso. Todo estaba en contexto. Como antecedente más inmediato, la propia compañía Títeres desde abajo, representó el 29 y el 31 de enero en Granada (Biblioteca Social Libre Albedrío) el montaje. Tampoco pasó nada.

Sin embargo, la representación del pasado viernes tuvo otro final. Con mayor o menor gusto, con sutil talento o vulgares maneras, se puso en escena una sátira que era una crítica a la criminalización de la protesta del ciudadano. Crítica a través de una forma esperpéntica. Creo, sinceramente, que estirar la realidad nos permite reflexionar sobre la misma. ¿Para niños? No lo veo. ¿De buen gusto? Sólo he visto la escena de marras y tampoco me ha llamado mucho la atención. Creo que el conocimiento de los hechos permite discernir que no era adecuado para edades en las que es difícil contar con un conocimiento del mundo suficiente como para entender el sarcasmo, pero también creo que, para opinar sobre lo artístico del montaje, hay que verlo entero. Y yo no lo he hecho.

Existe algo importante en este debate: hay quien dice (incluso medios así lo titulan) que un actor colgó una pancarta que hacía apología del terrorismo y se remite al artículo 510 del Código Penal. No es cierto. La pancarta está incluida en la narración. Según cuenta la CNT granadina (a la que pertenece uno de los titiriteros): “la obra está protagonizada por una bruja que representa a las personas de mala fama pública, y que se ve en la situación de enfrentarse a los cuatro poderes que rige la sociedad, esto es: la Propiedad, la Religión, la Fuerza del Estado y la Ley”. No hubo un acto de protesta espontánea y ningún actor interrumpió la obra para lanzar un mensaje ajeno a la acción dramática. Todo lo ocurrido lo llevaron a cabo los personajes dentro de su propio universo de ficción. No me parece una extrapolación abusiva decir que, siguiendo este patrón, la representación de montajes como Terror y miserias del III Reich, de Bertolt Brecht (persecución nazi), Otelo, de William Shakespeare (el protagonista asesina a su esposa) o La rosa de Papel de Valle-Inclán (violación a un cadáver), en un contexto inadecuado, y sin información previa, podría ser condenable entonces.

Pero es que todo esto es otro tema. El debate puede estar en si era o no adecuado para niños. En si la forma en que ejecutan esta obra plantea cuestiones o adoctrina. En si lo hacen con talento o de forma muy vulgar, sí. Pero, jamás, en si la cárcel es o no merecida. Tremenda la presión mediática y desalentadora la respuesta del Ayuntamiento de Madrid. ¿Por qué hemos llegado a esto? ¿Qué nivel de psicosis hay en este país? ¿Participamos nosotros del linchamiento del de aquí o del de más allá por nuestras redes?

En este caso no cabe el debate entre izquierda y derecha. Es un ataque frontal a la libertad del ciudadano y, mientras discutimos, decidimos si la concejala debe o no dimitir y generamos odio entre semejantes, hay dos personas que están en prisión por hacer teatro. Sin fianza. Un país en el que una creación artística pueda llevarte a la cárcel no pertenece a la democracia.

                                                                                                             

Juan Vinuesa. Profesor de arte dramático, actor y periodista

Dos ciudadanos están en la cárcel por hacer teatro. En España. Sin fianza y acusados de un delito de “enaltecimiento del terrorismo”.

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