A los amigos que Margareth Thatcher colocaba al frente de las empresas que iba privatizando en el Reino Unido en los años setenta se les apodaba 'fat cats'. A los amigos que José María Aznar situó al frente de las grandes corporaciones y bancos españoles cuando el PP llegó al Gobierno en 1996 no se les llamó 'gatos gordos' sino 'compañeros de pupitre'. Pero también engordaron sensiblemente sus patrimonios. Juan Villalonga y Miguel Blesa no son los únicos nombres, aunque sí los más sonoros entre los afortunados. El primero no se cansa de hacer negocios por el mundo. El segundo pasó la noche del jueves al viernes en la prisión de Soto del Real.
La historia de esas amistades ha sido relatada muchas veces. Aznar y Blesa coincidieron, precisamente en los años setenta, en la Academia CEU de Madrid preparando oposiciones al cuerpo de inspectores de Hacienda. También compartieron destino en Logroño algún tiempo y ambas familias intimaron. En los ochenta a Aznar le entró la vena política y Blesa se dedicó a la abogacía. En los noventa, el ya presidente del PP introdujo a su amigo en FAES, las fundación ideológica del partido y cantera de todo tipo de cargos. A los pocos meses de llegar a la Moncloa, Aznar colocó a Blesa en la presidencia de Caja Madrid.
No mucho más tarde situó al frente de Telefónica a otro ex compañero de estudios, en este caso de la etapa del Colegio madrileño del Pilar, Juan Villalonga, que además de dirigir el proceso privatizador se encargó de intentar la creación de un imperio de la comunicación competidor de PRISA. No salió bien. Lo que sí le salió bien fue un plan de opciones sobre acciones para él y sus principales directivos que en un par de años les permitió embolsarse miles de millones de pesetas. El escándalo estalló poco antes de las elecciones generales de 2000 y Villalonga se vio obligado a abandonar la presidencia de Telefónica.
El símbolo de la burbuja
Si Villalonga es un ejemplo vivo de la España del pelotazo, Blesa simboliza como nadie la burbuja inmobiliaria y la politización ruinosa que ha acabado con las cajas. Lo primero que hizo Miguel Blesa en Caja Madrid, después de hilvanar un acuerdo con la representante del sindicato Comisiones Obreras para garantizarse estabilidad, fue multiplicar por 18 el sueldo que cobraba su antecesor en el cargo, Jaime Terceiro. A partir de ahí no desperdició una sola oportunidad de especular con los intereses de la Caja, sin descuidar en ningún momento su función de 'banquero del PP'.
La Obra Social o las oficinas le interesaban a Blesa menos que la compra y venta de acciones de empresas o el negocio de los créditos inmobiliarios. O la adquisición de un banco en Florida por 1.117 millones de dólares, eso sí fraccionando los pagos para esquivar el control legal de la Comunidad de Madrid, una operación que el juez menciona como motivo principal para enviarlo a prisión. No el único, porque en Soto del Real ha coincidido con el ex presidente de la CEOE Gerardo Díaz Ferrán, a quien Blesa concedió un préstamo de 26,6 millones de euros para una aerolínea prácticamente en quiebra. Tampoco escatimaba créditos para familiares de Díaz Ferrán, sin poner atención alguna a las garantías. Y, por supuesto, lanzó a Caja Madrid a saco a la venta de preferentes, incluso amplió de 2.000 a 3.000 millones de euros la colocación a ahorradores a través de las sucursales en la misma fecha que ese producto financiero era considerado ya un bono basura.
Fin de fiesta
Pero no fue la disparatada gestión lo que puso fin a la larga etapa de Blesa en Caja Madrid. De hecho su amigo Aznar hizo lo que pudo para convencer a Esperanza Aguirre de que lo renovara en el cargo. La guerra eterna de Aguirre con Gallardón y el deseo de la 'lideresa' de ubicar en Caja Madrid a su delfín Ignacio González pesaron más que la influencia del expresidente del Gobierno. Al final el sucesor fue Rodrigo Rato, otro gran experto en el nombramiento de buenos amigos para dirigir empresas privatizadas, y responsable de la la última fase del descalabro de Bankia..
Miguel Blesa, que ocupó durante catorce años la planta más alta de una de las Torres Kio; que compró aunque no llegó a ocupar una de las Cuatro Torres que hoy tocan el cielo de Madrid; que pagó 15 millones de euros (de Caja Madrid) por la construcción del horroroso obelisco de la Plaza de Castilla... es el mismo Blesa que fue conducido la noche del jueves por la Guardia Civil a la cárcel de Soto del Real. En menos de veinticuatro horas salió en libertad tras depositar los 2,5 millones de euros que el juez le había impuesto como fianza.
Torres más altas no habían caído hasta ahora en España desde que estalló la crisis de la burbuja inmobiliaria. De hecho ningún banquero había pisado la cárcel desde el 'caso Banesto' protagonizado por Mario Conde en 1993. Y no porque unos cuantos no hayan acumulado méritos.
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(Este artículo ha sido actualizado a las 13 horas del 18 de mayo)
A los amigos que Margareth Thatcher colocaba al frente de las empresas que iba privatizando en el Reino Unido en los años setenta se les apodaba 'fat cats'. A los amigos que José María Aznar situó al frente de las grandes corporaciones y bancos españoles cuando el PP llegó al Gobierno en 1996 no se les llamó 'gatos gordos' sino 'compañeros de pupitre'. Pero también engordaron sensiblemente sus patrimonios. Juan Villalonga y Miguel Blesa no son los únicos nombres, aunque sí los más sonoros entre los afortunados. El primero no se cansa de hacer negocios por el mundo. El segundo pasó la noche del jueves al viernes en la prisión de Soto del Real.