Cómo dejar el trono sin abdicar

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Da igual lo que a mí personalmente me parezca ético o no, y dejo a un lado el debate monarquía o república. Pero si se trata de dar continuidad a nuestro régimen actual, y en términos puramente estratégicos, no podemos pedirle al rey que abdique ahora. Pedirlo es desconocer el código de instituciones milenarias como la monarquía. Si el rey lo dejara ahora pasaría a los libros de historia como el monarca que tuvo que abdicar por casos de corrupción en su familia. Dejarlo es rendirse, y un militar como él, jefe de los ejércitos, no se rinde (eso proclaman los militares, al menos). Por lo demás, el reconocimiento de la generosidad de quien abdica, renuncia o dimite, es flor de un día. Tenemos muy cerca el caso de Benedicto XVI, que hace unos días era un hombre valiente y generoso, y hoy es una página más, y no precisamente la más inspiradora, en la historia de la Iglesia.

Por supuesto, el caso último es grave. Lamentablemente, después de cuatro décadas de reinado bastante digno, probablemente impecable, a Juan Carlos I se le complican las cosas. España, que no suele serlo, es hoy objeto de atención en los medios de comunicación internacionales por la imputación de la infanta. Pero tan perjudicial para la imagen de España (¡qué obsesión la del ministro con la marca España!) es la imputación como beneficioso que se confirme que en España la justicia actúa hasta con la familia real. Lo que sucede es que el asunto es tan interesante que va a seguir siéndolo por mucho tiempo. Lo peor que puede pasarte es que un tema feo se judicialice, porque eso son años de noticias e imágenes: la infanta entra en el juzgado, la infanta sale del juzgado, el juez dice una cosa, el fiscal otra, Torres contrataca, hay o no vista oral, se toma declaración a los testigos, se sentencia, se recurre, y así en un bucle larguísimo. Si además ahora los oportunistas como Andrew Morton aprovechan las penurias del rey y su familia para vender libros con las supuestas 1.500 mujeres de Juan Carlos, lo que empezó siendo un padrastro puede terminar gangrenando y requiriendo amputación del brazo.

Aunque el rey no abdique sí puede dejar el trono. El rey tiene 75 años. Incluso aunque viviera otros 20 (que Dios le guarde muchos años) está en el final narrativo de su reinado. Hace tiempo, probablemente desde la boda del príncipe, que en su reinado no pasa nada. Los adolescentes y jóvenes de hoy no vivieron el golpe de Estado, y el papel del rey en la Transición es para ellos sólo un párrafo en una pregunta de examen de examen de Conocimiento del Medio. Sin aquellos antecedentes mitificados por sus mayores, les resulta muy extraño que la hija del monarca tenga que bajar la ya famosa cuesta mallorquina que da al juzgado. Por eso se reduce el porcentaje de quienes se identifican con la monarquía como forma de gobierno. Pues bien, el rey puede irse en la decadencia de la monarquía, o irse como el reformador de la institución y quizá así protegerla o, incluso, reforzarla.

Urgir a las reformas legales necesarias

Estratégicamente me parece interesante, pues, que vaya dejando el trono sin dejarlo. ¿Cómo? En parte, como ya lo está haciendo: cediendo el protagonismo a quien es el verdadero futuro de la monarquía, que es obviamente su hijo. Ni siquiera su nuera (que se lo pregunten a la reina de Inglaterra). Ni, por supuesto, tampoco sus hijas, y menos aún su yerno. El príncipe es percibido por la mayoría como un buen hombre, formado, sensible, cercano y profesional (insisto, no defiendo una posición personal o política, sino una estrategia de comunicación). Pero no basta con que el príncipe ocupe cada vez más espacio como ya sucede. Eso no sería suficiente. El rey y su hijo deben dar señales de que abordan los cambios necesarios.

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Por ejemplo, es necesario regular las previsiones constitucionales con una ley orgánica de nuestro tiempo, que fije claramente su funcionamiento. Tendrían sin ningún problema el consenso suficiente en las Cortes. La Casa tiene que tener bien claras sus funciones y sus límites y debe ajustarse a los estándares de transparencia del resto de las instituciones del Estado. Lo contrario sería desastroso y la ciudadanía no lo entendería.

Pero estaría muy feo que, por esta decadencia progresiva de la institución a la que asistimos últimamente, pareciera que el Parlamento se ve obligado a meter en cintura a la Casa Real. Eso dejaría en mala posición al príncipe. No: al contrario. Que se sepa de alguna manera, por ejemplo sencilla y llanamente diciéndolo, que el rey y su heredero son los promotores o los solicitantes de la reforma de su Casa. No estoy hablando de ir al Parlamento, ni de montar shows, ni de imposturas, ni tampoco de pedir perdón como cuando el elefante. La situación requiere que el rey complete su trabajo como debe ser: con reformas legales efectivas que impidan sucesos como los que hemos visto en los últimos días o que los dificulten.

Ese sí sería un final interesante para el primer capítulo de la monarquía española contemporánea. Un rey que es capaz de reconocer su propio desgaste y las disfunciones de su reinado, que se sobrepone, se levanta y hace los cambios necesarios para terminar dejando el escenario adecuado para que su hijo comience, cuando toque, el segundo capítulo.

Da igual lo que a mí personalmente me parezca ético o no, y dejo a un lado el debate monarquía o república. Pero si se trata de dar continuidad a nuestro régimen actual, y en términos puramente estratégicos, no podemos pedirle al rey que abdique ahora. Pedirlo es desconocer el código de instituciones milenarias como la monarquía. Si el rey lo dejara ahora pasaría a los libros de historia como el monarca que tuvo que abdicar por casos de corrupción en su familia. Dejarlo es rendirse, y un militar como él, jefe de los ejércitos, no se rinde (eso proclaman los militares, al menos). Por lo demás, el reconocimiento de la generosidad de quien abdica, renuncia o dimite, es flor de un día. Tenemos muy cerca el caso de Benedicto XVI, que hace unos días era un hombre valiente y generoso, y hoy es una página más, y no precisamente la más inspiradora, en la historia de la Iglesia.

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