Un congreso en el que el 98,35% de los compromisarios muestran su adhesión al líder podría ser considerado un congreso a la búlgara. El cónclave del PP no lo fue, entre otras cosas, porque en el asesinato político y posterior entierro a besos de Pablo Casado, por una parte, y la entronización sin competencia de su sucesor, por otra, se han seguido con mimo los procedimientos estatutarios pautados. Ante todo, democracia interna.
El Congreso fue en Sevilla. Por la cercanía de las elecciones andaluzas. Salvo sorpresa, serán la primera prueba para Alberto Núñez Feijóo a los mandos de Génova. También, y esto lo hemos sabido en los últimos días, por el gran peso que Juanma Moreno Bonilla tendrá en el nuevo rumbo del PP, adonde ha enviado a su hombre de confianza, Elías Bendodo, como número tres. O dos y medio.
Fue en Sevilla, que evoca los ecos del congreso popular de 1990, ese en el que Manuel Fraga rompió la carta de dimisión sin fecha de José María Aznar al grito de “¡aquí no hay tutelas ni hay tutías!” (precioso palabro, por cierto). En ese momento identifican en el PP el impulso definitivo que puso al partido rumbo a la Moncloa, aunque ésta se les escapara no por mucho en las elecciones generales de 1993.
Fue en Sevilla donde arrancó otra confabulación de barones, en este caso del PSOE, para hacerse con el control de la formación política. Una líder que acababa de ganar las elecciones y defendía un legado de numerosas mayorías absolutas consecutivas, una mujer de partido que reivindicaba las esencias del socialismo y a la que una multitud de cargos orgánicos apoyaba. Que quería hacer en España lo que ya no tenía que demostrar en Andalucía.
En el mitin de arranque de su candidatura, bautizada inicialmente como “100% PSOE”, contó con los dos expresidentes y los exsecretarios generales del partido. Defendía un PSOE ganador, sin miedo a competidores dentro del espacio ideológico (Podemos pisaba fuerte), de mayorías, adulto y que sabía qué es lo que hay que hacer. El PSOE más glorioso del pasado. Unido y en plena reencarnación histórica. Y ya. El resto de la historia la conocemos. La campaña fue un desastre y, pese a partir de una posición privilegiada en cuanto a medios y apoyos, perdió primero el congreso federal y luego la Junta de Andalucía.
En la derecha española hay ahora mismo unas primarias. No se han dirimido en el congreso del PP, para empezar, porque no ha habido competición. Pablo Casado ha decidido no jugar el papel de víctima, no coger su coche personal para hacer kilómetros por España, y ha abandonado la política. Probablemente por propia personalidad y, también, por estar todavía más solo que Pedro Sánchez cuando abandonó entre lágrimas su escaño en el Congreso de los Diputados. O por las dos cosas a la vez.
Las primarias de la derecha, en este momento, las disputan el PP y un Vox que no se ha ido a ninguna parte sino que se mantiene fuerte cada vez que hay elecciones y en todas las encuestas. Sí, Feijóo lanzó varias advertencias a Vox, pero… ¿qué consecuencias tienen en la relación que vaya a tener con el partido de Santiago Abascal? Casado llegó a romper con él (“¡Hasta aquí hemos llegado!”, le espetó a su antes amigo en la moción de censura presentada por la ultraderecha) al tiempo que pactaba sin dudar allí donde pudiera desalojar a la izquierda. ¿Va a cambiar eso ahora? Esa es la gran incógnita.
Tras un congreso exclusivamente para repartirse el poder, el riesgo de Feijóo es confundir sus objetivos con sus convicciones. El necesita ganar, pero el poder no es un proyecto. Porque, si lo es, vienen curvas.
Feijóo tuvo tres intervenciones ante el plenario de Sevilla, ninguna especialmente llamativa pese a que debería llevar años o décadas pensando qué decir en una tesitura similar. A diferencia de su gestión en Galicia, su proyecto para España sigue siendo una incógnita. Como ha contado Fernando Varela, el enviado de infoLibre al cónclave, el congreso del PP ha sido un mero reparto de poder sin ningún debate ideológico, sin más que fondo de armario discursivo, algunos matices y un puñado de bromas. Un acuerdo entre barones en el que todos colocan a alguien, como fue el primer congreso de Pedro Sánchez en el PSOE, en 2014, o como quería Susana Díaz en 2017. Pero, ¡ay de los barones!
Bien haría Feijóo en cuidarse de los que hoy dicen que él es “el único” que puede vencer a Pedro Sánchez cuando hace menos de dos meses tenían clarísimo que era Casado. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ya lo dice para quien lo quiera entender: “Nos hemos reunido en Sevilla no para ganar un congreso, sino para ganar elecciones”. Su discurso fue el más afilado y causó, por cómo pretendía marcar terreno, cierto estupor en los asistentes.
Dudo mucho que Casado (o cualquiera en su puesto) no quisiera un PP unido, cuanto más grande, mejor y ganador. Pero no lo consiguió.
Por eso, cuando Feijóo ensalza un partido ganador y rechaza uno que sale a pactar, ¿quiere decir que si tiene que pactar con Vox, no lo hará? Cuando se mira en Aznar, ¿es sólo para anhelar su mayoría absoluta del 2000 o también para pactar con partidos nacionalistas como hizo en 1996 con CiU y PNV? Cuando habla del partido de la unidad, ¿cómo va a conseguirla y en torno a qué? Cuando, a renglón seguido, habla de un partido abierto donde caben todos, de la igualdad, de todo tipo de familias y que no divide por género, ¿reconocerá al feminismo como una propuesta de igualdad, apoyará la ley trans y las que luchan por los derechos de las personas LGTBI? Cuando defiende las aportaciones de Felipe VI a la política española, ¿callará ante el fraude y desmanes del emérito?
En vez del tradicional himno del PP, en el congreso sonó, incluso en los momentos estelares, la canción People have the power de Patty Smith. “¿Quiere decir que el voto de todos los ciudadanos cuenta y es válido, que no hay votos de españoles de primera y de segunda, aunque sean nacionalistas? ¿Que el Gobierno dejará de ser “ilegítimo” por entenderse en el Congreso con partidos con los que tenga diferencias, aunque sean profundas? Está bien que Feijóo prometa un rumbo firme, pero sería bueno saber hacia dónde y, en concreto, en qué se va a diferenciar del que había hasta hoy, además de en que ahora mande él.
Evidentemente, Feijóo va a tener que elegir. Muy pronto y día a día. El contexto político y mediático es mucho más complejo que el que ha disfrutado hasta ahora. De momento, su riesgo es, como le ha ocurrido a otros, confundir sus objetivos con sus convicciones. Lo que ansía con lo que propone. Tiene que hacer de la necesidad, virtud, pero la necesidad no es lo mismo que la virtud. Él necesita ganar, pero el poder no es un proyecto. Porque, si lo es, vienen curvas. También para él.
Un congreso en el que el 98,35% de los compromisarios muestran su adhesión al líder podría ser considerado un congreso a la búlgara. El cónclave del PP no lo fue, entre otras cosas, porque en el asesinato político y posterior entierro a besos de Pablo Casado, por una parte, y la entronización sin competencia de su sucesor, por otra, se han seguido con mimo los procedimientos estatutarios pautados. Ante todo, democracia interna.