El mar es traicionero. Galicia lo sabe, lo lleva tatuado y la tinta siempre es fresca, desde hace siglos. Los romanos creyeron que allí acababa el mundo y se acercaba el abismo. Mucho después, la zona sería bautizada, por la huella indeleble de los naufragios, como Costa da Morte. Al mar hay que tenerle respeto.
Los naufragios, accidentes y vertidos, más o menos graves, ocurrieron y ocurrirán. Sólo cabe extremar la prevención y, cuando ocurren, gestionarlos con eficacia.
Nadie puede responsabilizar a la Xunta de Galicia de un vertido frente a las costas portuguesas ni se puede afirmar que la crisis sea igual que la del Prestige (todas son distintas y esta parece menos grave), pero la Xunta gobernada con mayoría absoluta por el PP está cometiendo los pecados capitales que contribuyeron decisivamente su expulsión del poder en 2005: ocultación, desidia, respuesta tardía, fabricación de enemigos ficticios y, por último, la mentira.
Han pasado poco más de dos décadas y el PP ha olvidado que Nunca Máis significaba Nunca Máis, un capítulo negro en la historia sobre el que ni la perspectiva del tiempo ha llevado a reflexionar a sus entonces dirigentes, con destacadas carreras en Madrid. ¿Lo habrán olvidado los gallegos?
Ahora sabemos la cronología de lo ocurrido desde el vertido de 26 toneladas de microplásticos al mar el 13 de diciembre. La Xunta lo conoce desde hace semanas, al menos desde el 20 de diciembre, como gestora del 112, por las varias comunicaciones con el Gobierno de España y por la respuesta inicial, de nuevo en solitario y a pulso, de ayuntamientos y voluntarios.
La ocultación del problema (porque es un problema, sea más o menos grave), queda patente tras conocerse las comunicaciones con el Gobierno. Desde que se hicieron públicas, no consta desmentido de la Xunta, que las negó previamente diciendo no tener ninguna hasta “el 3 o el 4 de enero”, según el conselleiro do Mar, Alfonso Villares. Hasta el propio Alberto Nuñez Feijóo dejó en evidencia a sus sucesores en la Xunta al desmontar en una entrevista y con toda normalidad la supuesta coartada de Alfonso Rueda.
Hay incluso reflejo mediático, al menos en los primeros días. Mientras el PP celebraba el pistoletazo de salida hacia las elecciones del 18 de febrero, los medios de comunicación más cercanos a la Xunta minimizaban el vertido.
Como con el Prestige, ha habido desidia y respuesta tardía. Sólo este martes la Xunta ha activado el nivel de alerta necesario para pedir ayuda al Gobierno, un día después de rechazarlo por completo y tras la solicitud de Asturias, una comunidad mucho menos afectada. Por el camino no ha evitado la tentación de echar balones fuera, considerar “tóxica” la disponibilidad del Gobierno central para ayudar en la gestión de la crisis al tiempo que aseguraba que las bolas de plástico “no son tóxicas ni peligrosas”, en palabras de Ángeles Vázquez, conselleira de Medio Ambiente.
El PP ha buscado atenuar el impacto de la crisis por la cercanía de las elecciones y ese es el principal agravante
Quizás alguien pueda llegar a creerse que el vertido de 26 toneladas de microplásticos en el mar y su presencia generalizada en las costas es inocua o, quién sabe, hasta positiva. Hasta la prestigiosa Fiscalía de Medio Ambiente ha tenido que intervenir.
No falta quien asegura que la izquierda magnifica la crisis para que sea un asunto de campaña electoral. No le faltará razón, porque la gestión del litoral en la comunidad autónoma con más kilómetros de costa de España debe ser motivo de debate público. Pero suponiendo que la crisis fuese menor (y teniendo en cuenta que las consecuencias son aún inciertas), si se gestiona con tanta torpeza, ¿qué capacidad de respuesta cabe esperar ante una mucho mayor?
El PP ha buscado atenuar el impacto de la crisis por la cercanía de las elecciones y eso mismo se ha convertido en un agravante que debe ser considerado en las urnas. Rueda puede bañarse en las encuestas que apuntan a que cosecharía una mayoría absoluta en su estreno como cabeza de cartel, pero le falta aún pisar la playa para conocer in situ la situación del litoral.
Los dos últimos sondeos, de Sondaxe para La Voz de Galicia y de 40dB para El País y la Cadena Ser, reflejan inequívocamente que el PP no dispone hoy de una mayoría holgada. La mayoría absoluta se sitúa en 38 escaños y la primera encuesta le otorga 39 mientras que la segunda apunta a 39-42.
Rueda no tiene la valoración de Feijóo, que en su última campaña hizo una apuesta hiperpersonalista que Rueda no está en disposición de emular. Según Sondaxe, la líder de la oposición, Ana Pontón (BNG) casi empata en valoración con Rueda (en la de 40db le gana) y lo supera ampliamente si se pregunta por la defensa de Galicia, cercanía, honradez o capacidad de diálogo. Hace tan solo unos años, el BNG temía su propia extinción. Hoy, gracias al liderazgo de Pontón y su clara apuesta por la transversalidad, puede llegar a presidir la Xunta.
El líder del PSdeG, José Ramón Gómez Besteiro, se acaba de incorporar a la carrera, pero propios y extraños reconocen que es el mejor candidato socialista en mucho tiempo y tiene recorrido para mejorar unos pobres resultados que en las últimas elecciones le quitaron a su partido el liderazgo de la oposición. Ni Besteiro ni Pontón generan rechazo o movilización del contrario y por eso Rueda ha decidido buscarse en Sánchez un adversario. Para despistar y como chivo expiatorio en cuestiones como la economía. Más incierto es el papel de Sumar y Podemos, fuerzas hoy extraparlamentarias víctimas de las enconadas disputas dentro del espacio tan magnificadas por sus oponentes.
El reto de la izquierda es movilizar a los propios en unas elecciones tradicionalmente de baja participación. Porque en el resto de comicios, la izquierda responde, desmontando el mito de que Galicia es de derechas. La respuesta a esa pregunta es: depende. En votos, superó claramente a la derecha en las últimas generales, aunque la división penalizó la conversión en escaños. La izquierda gobierna en tres de las cuatro capitales de provincia, además de en Vigo, la ciudad más poblada, y Santiago, la capital.
Desde el BNG y el PSdeG se constata la enorme importancia de los indecisos y se fía todo a una campaña electoral que será, sí o sí, decisiva. El sentimiento se palpa sobre el terreno. En Galicia hay ganas de cambio, pero poca esperanza en que se produzca. Esa es la clave de la campaña del PP, convocada en Navidades y con una campaña electoral en medio del Carnaval, una tradición sagrada en buena parte de Galicia. Una profecía autocumplida que olvida que las elecciones no se ganan en las encuestas y que cuando se abre la urna, es el ciudadano quien decide con una libertad que ni el discurso dominante puede frustrar. Que se lo digan a Feijóo.
El PP apuesta a que de aquí al 18 de febrero no pase nada. Pero pasa. Y pasa lo que Nunca Máis iba a volver a pasar.
El mar es traicionero. Galicia lo sabe, lo lleva tatuado y la tinta siempre es fresca, desde hace siglos. Los romanos creyeron que allí acababa el mundo y se acercaba el abismo. Mucho después, la zona sería bautizada, por la huella indeleble de los naufragios, como Costa da Morte. Al mar hay que tenerle respeto.