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La cuesta de diciembre

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Estamos acostumbrados a hablar de la cuesta de enero. Los regalos navideños, la subida de precios y las deudas del futuro aconsejan que pongamos unas prudentes cucharadas de economía a la expresión optimista Año nuevo, vida nueva. Los caminos abiertos por delante, aunque se haya dejado el tabaco y se acuda al gimnasio con disciplina durante unas semanas, impondrán sin duda una fatiga de repechos y escalones. Enero tendrá su cuesta. Como me gusta jugar con las palabras y las fechas, porque la imaginación domesticada nos somete a una rutina engañosa, pienso enseguida en que deberíamos hablar de la cuesta de diciembre.

Está bien elegir noticias y conversaciones imprevistas para huir de las frases hechas. No cumplen del todo su trabajo los periodistas y los conversadores que se limitan a abordar los asuntos que marcan las agendas de la novedad teledirigida. Mirar hacia otro lado a veces no supone indiferencia, sino voluntad de observar el mundo con los propios ojos para ver algo más de lo que quieren enseñarnos. No seré yo quien desmienta el famoso ripio Cuesta más trabajo, subir arriba que bajar abajo, porque las averías de los ascensores son una afirmación tajante cuando se vuelve de la compra o de una noche de fiesta. Pero tampoco está mal recordar el aviso de los terapeutas cuando explican que las rodillas sufren más al bajar que al subir, como ocurre también al andar sobre la tierna arena de la playa en vez de sobre el asfalto de las ciudades. 

Descender al año nuevo nos carga con todas las facturas del tiempo pasado. Y lo reciente nos hace más viejos.

El caso es que, frente a la cuesta de enero, me da por pensar en la cuesta de diciembre, y no porque haya muchos gastos en el mes de las cenas y las uvas, sino porque las alegrías suponen unas vueltas de tuerca en dirección contraria hasta que los tornillos se aflojan. Descender al año nuevo nos carga con todas las facturas del tiempo pasado. Y lo reciente nos hace más viejos. Háganme caso, jugar con las palabras y la imaginación, mirar hacia el otro lado de las frases, nos ayuda a descubrir muchos matices de la realidad sin perderle el respeto a los escalones que debemos subir con las bolsas de la carnicería y la pescadería. El mercado pesa. En el mercado nos pesan.

Despedirse de un año nos obliga a regresar de golpe a todos sus rincones, así que bajar al año nuevo se pone muy cuesta arriba. Lo pienso desde la ventana de un hospital de Granada en el que está ingresado un amigo de siempre en conversación con la palabra nunca. Si a través de las puertas salimos hacia afuera, mientras miramos por las ventanas de los hospitales solemos salir hacia adentro. Veo la ciudad, la sierra, los tejados y las ventanas de los edificios, los recuerdos vividos e imaginados en cada barrio. Viajo sin moverme a otra ventana de hospital en la que una torre de telecomunicaciones se comportó como un pirulí capaz de dejarme en blanco y sin palabras. Bajar la cuesta de diciembre es una tarea empinada en la que aprendemos que se puede entrar afuera y salir adentro. Los peregrinos caminan kilómetros para encontrarse a sí mismos, algo que sucede con mucha más rotundidad cuando andamos unos pocos pasos hasta una ventana en el pasillo de un hospital. 

El paisaje es un murmullo, una radio lejana. El hoy devuelve al pasado. Pero el pasado, por mucho que se empeñen la muerte y los vencedores, no es una consigna inevitable. Puedo regresar desde la ventana hasta el día de ayer, sábado por la mañana, cuando bajaba la cuesta de diciembre en la plaza de Bibarrambla, el lugar al que mi madre me llevaba para ver las marionetas del Corpus o para hacerme la foto navideña con el Rey Mago. Un grupo numeroso de escolares estaba a la puerta de una cafetería tomando chocolate con churros. A Bibarrambla me mandaba mi abuela a comprar los churros para el desayuno de los domingos. Pregunté a una mujer con aspecto de profesora y me aclaró que no se trataba de ningún viaje de estudios. Eran niños y niñas de un colegio granadino, ya en vacaciones, que habían quedado para celebrar juntos la Navidad. Recordé la alegría, la vida por delante, las preguntas que a veces tienen una respuesta deseada.

En fin, hablo aquí de la cuesta de diciembre, del salir hacia dentro y el entrar afuera, de lo viejo que es nuevo y de las novedades que nos devuelven al pasado, para desearle a todos los lectores y lectoras de infoLibre un 2023 con pocos sustos y alguna alegría. Casi todo empezó para mí cuando mi padre tuvo la idea de leerme en voz alta algunos poemas, por ejemplo, El tren expreso de Campoamor: “Marcha el tren tan seguido, tan seguido, / como aquel que patina por el hielo, / y en confusión extraña/ parecen confundidos tierra y cielo”.

Estamos acostumbrados a hablar de la cuesta de enero. Los regalos navideños, la subida de precios y las deudas del futuro aconsejan que pongamos unas prudentes cucharadas de economía a la expresión optimista Año nuevo, vida nueva. Los caminos abiertos por delante, aunque se haya dejado el tabaco y se acuda al gimnasio con disciplina durante unas semanas, impondrán sin duda una fatiga de repechos y escalones. Enero tendrá su cuesta. Como me gusta jugar con las palabras y las fechas, porque la imaginación domesticada nos somete a una rutina engañosa, pienso enseguida en que deberíamos hablar de la cuesta de diciembre.

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