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España puesta en pie

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Me gusta dialogar con los libros, leer y releer autores que forman parte de mi educación sentimental. La preocupación por las migraciones y los desplazados me invita a buscar en la biblioteca algunas voces del exilio español. Estos días he vuelto a Memoria de la melancolía (1970), el volumen en el que María Teresa León tejió el desarraigado existir de su propia vida.

La presencia de la Guerra Civil es constante. En varias ocasiones recordó la estrategia envenenada de una política internacional que desamparó al Gobierno español. Se impuso, por ejemplo, que las Brigadas Internacionales abandonasen el conflicto y su apoyo a la legalidad vigente, mientras se permitió que Hitler y Mussolini siguieran sosteniendo al bando golpista, que se autollamó nacional con una clarísima manipulación del lenguaje.

Rafael Alberti escribió la Cantata de los Héroes y la Fraternidad de los Pueblos para despedir a las Brigadas. María Teresa encarnó el papel de España en un acto que se celebró en Valencia, vistiendo un traje de campesina con unas trenzas que le recordaban a la Dama de Elche. Cuando empezó a decir los versos un escalofrío constante recorrió su cuerpo: “Yo soy España. / Sobre mi verde traje de trigo y sol han puesto / largo crespón injusto de horrores y de sangre”. Recuerda la escritora que al recitar en voz alta su papel “todos aquellos hombres, combatientes por la libertad del mundo, se habían puesto en pie, cuadrados y firmes, ante la figura de España”. El sentido de pertenencia a la dignidad española y la identificación de su lucha con el amor a España cruza desde la primera página hasta la última estas memorias de María Teresa León. Fue un sentimiento muy extendido entre los exiliados españoles.

Las próximas sentencias judiciales sobre el proceso independentista catalán y la situación política pondrán otra vez como asunto prioritario el tema de España en los debates, las discusiones y los desprecios que van a agitar la vida nacional. Los balcones se llenarán de banderas. Los más indignados se olvidarán de la separación de poderes y de la legalidad democrática, es decir, pensarán que una patria es una propiedad particular. Y los asuntos sociales quedarán en un segundo plano hasta el punto de que, envueltos en su bandera, podrán sentirse muy patriotas los que liquidan la sanidad pública, la educación y los derechos cívicos de sus ciudadanos.

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En medio de ese jaleo renovado y previsible me gusta recordar los versos de Alberti, la voz de María Teresa León, “Yo soy España”, y el homenaje en pie que le rindieron a nuestro país cientos de personas que se habían jugado la vida por su libertad. Haría muy mal la izquierda si se olvida de su propia historia y cae en la falsa idea de que España es un asunto ajeno a sus sentimientos. El sentido de pertenencia al pueblo español marcó la lucha política de los liberales del XIX, de los republicanos de 1931 y de buena parte de la militancia clandestina contra la dictadura franquista.

Lo que ocurre es que, en ese sentimiento español, junto a las banderas, tenían peso las cuestiones sociales, los derechos civiles, el trabajo decente, el rechazo de la corrupción en la vida pública y la voluntad de unir la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pagar impuestos según los ingresos de cada cual es el mayor acto patriótico que pueda darse, algo de lo que se olvidan muchos de los aficionados a las banderas en el balcón.

He heredado una fuerte e inevitable identidad española de autores como Rafael Alberti, Federico García Lorca y María Teresa León. Pero he aprendido también de la memoria melancólica de María Teresa a pensar y repensar las razones de otro sentimiento: “Siempre tengo que regresar a mis cuentos viejos, besar las sombras… decir: mi patria son mis amigos. Y no me equivoco jamás”.

Me gusta dialogar con los libros, leer y releer autores que forman parte de mi educación sentimental. La preocupación por las migraciones y los desplazados me invita a buscar en la biblioteca algunas voces del exilio español. Estos días he vuelto a Memoria de la melancolía (1970), el volumen en el que María Teresa León tejió el desarraigado existir de su propia vida.

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