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La mano invisible

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Las empresas hacen entrevistas de trabajo para contratar a la persona indicada. Los directores de cine hacen un casting para seleccionar a sus actores y actrices. Los escritores hacemos también un ejercicio de selección de nuestros lectores ideales. Debemos sentar al otro lado de la mesa al lector ideal con el que deseamos inventar una historia. Elegir tono, palabras, argumentos, debates… supone antes que nada imaginar un lector con el que dialogar y, si es posible, con el que emocionarse. Los directores de cine hacen también un casting para elegir a sus espectadores.

Isaac Rosa publicó en 2011 la novela La mano invisible (Seix-Barral). El escritor no cree que el mercado sea la mano invisible que organiza de forma equilibrada una vida justa gracias al juego de la oferta y la demanda. La única invisibilidad reinante en ese juego de abstracciones ideológicas es la que borra la explotación humana en beneficio de los especuladores. Hacer invisible al que sufre parece —en principio— un requisito para que la buena conciencia no descubra la gota de sangre que hay en las multiplicaciones.

Pero Isaac Rosa fue consciente de que la sociedad del espectáculo ha extremado su negocio. Necesita visibilizar incluso la explotación. Esta sociedad también hace su casting para elegir a un público. Es el público educado en el desprecio, el racismo, el miedo, el egoísmo, la insolidaridad, las grandes audiencias, los bajos instintos y la telebasura. Ver al que sufre facilita aquí la lógica de la inseguridad y del “sálvese quien pueda”. Por eso Isaac imaginó con su lector ideal un argumento en el que reunir en una nave industrial a unos trabajadores convertidos en espectáculo. La operación sirvió de laboratorio para visibilizar la dinámica del trabajo en el mundo neoliberal. El escritor nos invitó a preguntarnos: ¿hasta dónde puede llegar la explotación?, ¿hasta dónde pueden crearse situaciones de competencia, precariedad y humillación? El neoliberal quiere una respuesta que sirva para llevar al extremo su avaricia. El escritor pretende que sus lectores se respondan a sí mismos con más preguntas: ¿qué lugar ocupo en el espectáculo?, ¿qué tipo de espectador soy?

Es la misma pregunta que ha querido plantear el director David Macián al llevar al cine la novela de Isaac Rosa.  Y empezó a plantearla desde el mismo proceso de producción al ensayar una dinámica de trabajo cooperativo y de colaboraciones cívicas modestas. Las ilusiones alternativas son un camino de ida y vuelta. No basta con pedir otro tipo de sociedad, de cine, de periodismo…, resulta necesario participar en sus procesos.

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El viernes, después del café, me acerqué a los cines Renoir de Madrid para ver La mano invisible. Sentí alegría al comprobar que no sólo se trataba de una buena intención, sino de un buen resultado, una buena película con el pulso de una dirección certera y un magnífico grupo de actores y actrices. Me sentí bien tratado como espectador. Las imágenes, el objetivismo inteligente de la cámara y los ritmos de necesidad e incertidumbre que se encarnan en los personajes no me invitaban a ser el espectador irascible que pide sangre, hace comentarios machistas o racistas, se insolenta con los camareros y salta al escenario de la indignación cuando se ven defraudadas sus expectativas de consumidor insaciable.

Allí estaban el albañil que quiere darle sentido a su trabajo, el carnicero que vive de vuelta y ha decidido parecerse a sus explotadores, la modista, la teleoperadora, el mecánico, el informático, la mujer de la limpieza, la trabajadora en cadena, el mozo de almacén, el camarero, la puta y el guarda de seguridad. Allí está la rubia del traje, el laboratorio de la explotación neoliberal, la generación de trabajo precario, inseguridad y competencia. Y allí estoy yo, interpelado por el autor de una novela y el director de una película. ¿Qué lugar ocupo en la sociedad de la telebasura, la degradación laboral y el invierno democrático?

Es una película que hay que ver si queremos vernos. Vayan el día que vayan, será el día del espectador. Pero conviene ir pronto. Ya se sabe el ritmo de la sociedad en la que vivimos.

Las empresas hacen entrevistas de trabajo para contratar a la persona indicada. Los directores de cine hacen un casting para seleccionar a sus actores y actrices. Los escritores hacemos también un ejercicio de selección de nuestros lectores ideales. Debemos sentar al otro lado de la mesa al lector ideal con el que deseamos inventar una historia. Elegir tono, palabras, argumentos, debates… supone antes que nada imaginar un lector con el que dialogar y, si es posible, con el que emocionarse. Los directores de cine hacen también un casting para elegir a sus espectadores.

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