Urge volver a València Pilar Portero
No, esto lo han hecho ustedes
Vuelvo al trabajo con una visita al Instituto Cervantes de Milán y a las obras de rehabilitación del nuevo edificio para la biblioteca. Durante el viaje voy leyendo en el avión una de esas novelas distópicas que adelantan en su argumento un futuro de paisajes negativos. La verdad es que no faltan motivos para preocuparse por la realidad en la que estamos aterrizando. Las amenazas nucleares, las sequías o los huracanes que sufre una naturaleza maltratada, las costumbres del odio en los instintos de supervivencia, las campañas para desacreditar la política democrática, la falta de solidaridad y el imperio de la mentira definen un tiempo que invita a la preocupación y a las imaginaciones oscuras. Resulta difícil recuperar el optimismo.
Suelo buscar recursos en el pasado, y por eso le he agradecido a Paolo Rossi que me acompañe a dar un paseo por el Palacio Real de Milán. Paolo es hijo del pintor Attilio Rossi, el amigo Italiano que compartió vida en Argentina con los artistas y escritores del exilio español. Ilustró, por ejemplo, una hermosa edición de Buenos Aires en tinta china (1952), el libro de poemas en el que Rafael Alberti contó sus relaciones sentimentales con la ciudad que lo había acogido en la diáspora.
Ahora que se preparan las conmemoraciones del 50 aniversario de su muerte, Paolo me recuerda que en 1953 se celebró una gran exposición del pintor malagueño en el Palacio Real. Fue un acontecimiento notable, porque el Guernica viajó a Italia con su compromiso militante contra la barbarie y su exigencia de paz. Picasso no quería en principio que el cuadro formase parte de la exposición, pero Attilio lo convenció al proponerle que estuviese situado en el salón de las Cariátides, un espacio bombardeado en la Segunda Guerra Mundial. Cayó una bomba, partió el techo, explotó, dañó figuras históricas y provocó un incendio grave.
El techo del salón de las Cariátides acababa de ser cerrado en 1953, pero la restauración no había querido borrar las huellas de la bomba en el negro quemado de las paredes y las ruinas del entorno. A Picasso le gustó la idea de que el Guernica estuviese expuesto en un lugar herido por la violencia bélica. El grito del arte cobraba fuerza al denunciar allí el sufrimiento humano y la amenaza de una tecnología destructiva que se había olvidado de trabajar en favor de la dignidad de la vida. Como nos enseñó Elsa Morante, el compromiso artístico es una luz y juega un papel decisivo mientras estamos a la espera de la bomba atómica.
Paolo Rossi me recordó en la sala de las Cariátides una anécdota conocida. Seguramente no es real, pero está muy bien inventada. Durante la ocupación nazi de París, un oficial alemán fue al estudio de Picasso para investigar si allí se escondían opositores y militantes de la resistencia. Al ver una fotografía del Guernica, le preguntó al pintor: ¿ha hecho usted esto? Y Picasso respondió: No, esto lo han hecho ustedes.
Cuando alguno de ellos me acusa de catastrofista, revolucionario ingenuo o intelectual domesticado, yo contesto: bueno, es que me da miedo el mundo que están haciendo ustedes
Creo en la necesidad de la esperanza, pero es imprescindible no cerrar los ojos ante el paisaje sombrío que nos adelantan algunas novelas distópicas. Lucidez y esperanza deben darse la mano para seguir creyendo en lo que Camus definió como utopías modestas. En la negación y la dificultad de las posibles utopías modestas, se dan hoy la mano diversas perspectivas: la avaricia de las grandes fortunas, las identidades cerradas, los supremacistas, los que desprecian el conocimiento científico en nombre de las nuevas supersticiones y los puros que no admiten una negociación entre sus verdades absolutas y las posibilidades de la realidad.
Cuando alguno de ellos me acusa de catastrofista, revolucionario ingenuo o intelectual domesticado, yo contesto: bueno, es que me da miedo el mundo que están haciendo ustedes.
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