Las Ferias del Libro, claro, son un acontecimiento comercial, en el que editores, libreros, escritores y una fauna muy variopinta de presuntos autores animan por unos días el mercado. Pero hay momentos, entre el negocio y la publicidad, en los que se produce la intimidad del hecho literario. Son momentos protagonizados por los lectores. Algunos aprovechan la firma para contarle al autor elegido una historia que tiene que ver con su libro (el libro de los dos). Las páginas leídas se mezclaron con una situación personal decisiva: un amor, una enfermedad superada, una muerte, una distancia, una meditación. En prosa o en verso, los relatos pasan a formar parte de una memoria a través de esa raíz de la vida que tiene que ver con la verdad.
Estos lectores que cuentan su vida forman parte del hecho literario y sirven para comprender el sentido de la tarea de un escritor. El ser humano vive en el tiempo y en la historia, son seres efímeros como los dioses enfadados se encargaron de recordarle a Prometeo cuando el titán se puso de su parte y se atrevió a darle el fuego. La historia y el tiempo, por distintas razones, suelen mostrar poco respeto a la vida, y los seres humanos buscan en la palabra un modo de mantener la memoria de lo que se degrada o se pierde, aunque sólo sea para encontrar la serenidad.
"Te has hecho especialista en las cosas que se pierden", le dice el Manuel Vilas escritor al Manuel Vilas protagonista de su último libro, Ordesa (Alfaguara, 2018). Un hombre que ha perdido a sus padres y se ha separado de su mujer se sienta a escribir su vida para indagar en el vacío con el afán de reconocer una identidad posible. Lo que no se preguntó a tiempo, lo que fue vida cotidiana, el teléfono que ya no puede contestar, el detalle menor que permanece de manera terca en la memoria y reclama una explicación, "el viento de la maldad y el viento de todas las cosas que se han ido", conforman el orden de la literatura.
Por eso la literatura no puede renunciar a la catástrofe, aunque busque el amor como lugar en el que sentir la verdad. Y por eso la literatura no se lleva bien con la sociedad del espectáculo, el rosa del corazón y el hedonismo triunfal del consumo. La frivolidad resiste poco en la literatura si no deja ver la herida humana que intenta ocultar. El Manuel Vilas protagonista de Ordesa es muy poco frívolo y sabe de lo que habla cuando se confiesa: "Nunca me acostumbraré a ser pobre. Estoy llamando pobreza al desamparo. He confundido pobreza y desamparo: tienen el mismo rostro".
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Es el desamparo lo que nos invita a convertir la vida en un relato, a buscar interlocutor o a intentar que el diálogo perdido con los padres se remedie en una conversación con los hijos. La historia de los seres efímeros necesita de la conversación y de la memoria. El diálogo generacional, el diálogo entre un autor y un lector, es ese lugar en el que hay que cambiar una rueda pinchada de un coche para que el viaje continúe y las vidas se hereden.
Las cosas permanecen en sus cambios, los paisajes del niño nacido en las carreteras y las ciudades de los años 60 arrastran su melancolía para formar parte de las autopistas del siglo XXI. Lo mismo ocurre con la literatura, que se nutre de la vida para alimentar su relato. Muchas personas caen en la tentación de pensar que las redes sociales degradan la cultura por definición o, al contrario, que la nueva literatura tendrá que ver con los juegos de la tecnología. Ocurre, sin embargo, que las cosas pueden ir por otro sitio más complejo, un camino sin supersticiones de actualidad que tiene que ver con lo de hoy y lo de siempre. La literatura lleva siglos siendo un ámbito de reflexión entre lo privado y lo público, entre la confesión y la objetividad. Creo que el éxito merecido de Ordesa tiene que ver con un contagio natural de las nuevas relaciones establecidas entre lo privado y lo público por las redes sociales. Ordesa supone una forma de buena literatura que se vale del impudor de la confesión inmediata, la extraña mezcla de soledad e infinito que han establecido las nuevas navegaciones.
Nuevas navegaciones para contar una historia antigua: ese relato que busca a los padres para dejarle una herencia a los hijos y que da magníficos libros como Ordesa.
Las Ferias del Libro, claro, son un acontecimiento comercial, en el que editores, libreros, escritores y una fauna muy variopinta de presuntos autores animan por unos días el mercado. Pero hay momentos, entre el negocio y la publicidad, en los que se produce la intimidad del hecho literario. Son momentos protagonizados por los lectores. Algunos aprovechan la firma para contarle al autor elegido una historia que tiene que ver con su libro (el libro de los dos). Las páginas leídas se mezclaron con una situación personal decisiva: un amor, una enfermedad superada, una muerte, una distancia, una meditación. En prosa o en verso, los relatos pasan a formar parte de una memoria a través de esa raíz de la vida que tiene que ver con la verdad.