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Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, escribió el poeta italiano Cesare Pavese. Esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche… Respondía a un hondo desengaño amoroso, pero hablaba de mucho más. Ser animal racional significa, entre otras cosas, no sólo reaccionar instintivamente ante los peligros, sino ser conscientes de la muerte como condición, de su presencia diaria, de sus bodas con la vida, en las alegrías y las tristezas, en la salud y en la enfermedad.
Desde hace años tengo la costumbre de lavar los platos, los vasos, los cubiertos, las sartenes, la olla y las fuentes después de la comida de año nuevo. No uso el lavaplatos, dejo que el agua y el detergente corran y toco con mis manos las cenizas de la celebración. Las fiestas tienen su ladera melancólica y la muerte suele sentarse en nuestra mesa cuando la memoria coloca las sillas de los que ya no están. Cultivar la buena melancolía es oportuno, porque no se trata de negar el futuro, ni de negarse al progreso, sino de tomar conciencia de lo que se pierde o de los malos pasos que se dan en nombre del progreso y el futuro.
Ese ejercicio de la melancolía ha caracterizado el sentido de la escritura poética desde que la Primera Guerra Mundial evidenció hasta qué punto la ciencia y la técnica avanzaban hacia las armas de destrucción masiva. La Segunda Guerra completó el paisaje del envenenado desarrollismo con los genocidios industriales de las cámaras de gas y las bombas atómicas. Como no se trata de amargarme las fiestas con alusiones a la catástrofe perpetua, la distopía y el anuncio del fin del mundo, me acompaño a mí mismo con gestos más sencillos. Lavar los platos es un saludo doméstico a la necesidad de una melancolía progresista. Toco con las manos lo que se acaba, veo la otra cara de la celebración, pero facilito de manera higiénica una nueva cita, un mañana posible.
La sociedad de consumo nos ha condenado al narcisismo, la confusión de deseos y derechos, la mercantilización del tiempo y la idea posesiva de que el cliente siempre tiene razón. Una sociedad infantilizada convierte la oferta de felicidad en una campaña publicitaria de la vida plena y tiende a esconder la enfermedad, la vejez y la muerte. El uso espectacular de los crímenes mediáticos no supone un reconocimiento de la muerte, sino su utilización como anormalidad para despertar los instintos animales que reaccionan ante el peligro. Son parte de los negocios del odio, hoy tan de moda. Pero la muerte en sí no estaba de moda antes del estallido de la pandemia.
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Algunos practicantes de la religiosidad infantil o del narcisismo desbocado han llegado incluso a negar la existencia del virus. Pese a la irresponsabilidad de estos negociantes de la política o de la alucinación, la muerte se ha situado otra vez en medio de las conversaciones. Vino la muerte y tuvo nuestros ojos. Somos frágiles, necesitamos cuidarnos, acompañarnos, y hay muchas cosas que se escapan a nuestros deseos y capacidad de consumo. Un día u otro nos vamos a morir por mucho que la industria del entretenimiento, no de la cultura, intente que lo olvidemos. La nochebuena se viene, la nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más.
La melancolía progresista nos puede ayudar a repensar el futuro. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces, escribió García Lorca al observar un amanecer neoyorkino en 1929. ¿Pueden quedarse la ciencia y la técnica sin raíces? ¿Tenemos derecho a maltratar el planeta como lo estamos haciendo? ¿Podemos sacrificar la sanidad y la educación pública a los especuladores? ¿Puede la economía responder más a los números que a los seres humanos? ¿De verdad que es inimaginable una sociedad futura en la que una abuela no sea un estorbo y pueda vivir con sus hijos, sus hijas, sus nietas o sus nietos? ¿Vamos a dejar que la palabra seguridad quede en manos de los dictadores por el desatado interés neoliberal de quitarle autoridad económica al Estado democrático?
En fin, preguntas de año nuevo que me hice mientras lavaba los platos de una celebración pasada. Este año había muy poco que lavar. Por eso mi melancolía ha querido imaginar la visita de la muerte como una invitación para repensar la vida. Estaría bien que las próximas mesas puedan llenarse de comensales. Es bueno estar juntos.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, escribió el poeta italiano Cesare Pavese. Esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche… Respondía a un hondo desengaño amoroso, pero hablaba de mucho más. Ser animal racional significa, entre otras cosas, no sólo reaccionar instintivamente ante los peligros, sino ser conscientes de la muerte como condición, de su presencia diaria, de sus bodas con la vida, en las alegrías y las tristezas, en la salud y en la enfermedad.
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