Resulta fastidioso tener que empezar un artículo proclamando cosas que deberían estar sobreentendidas. Como me dirijo a lectores ilustrados y progresistas, algunos de los cuales quizá conozcan mi trayectoria, no debería verme obligado a reiterar que pienso que el PSOE desempeñó un papel importantísimo en la puesta al día de España tras la larga noche franquista, así que no me arrepiento de haberle votado en 1982. Tampoco tendría que repetir que volví a hacerlo en 2004 y 2008, que fui uno de los 11 millones de españoles que apoyaron las propuestas de Zapatero: retirada de nuestras tropas de Irak, clara atribución al yihadismo de los atentados del 11-M, matrimonio gay, igualdad efectiva de derechos para las mujeres, medidas sociales tras el capitalismo salvaje de Aznar y Rato, voluntad de acelerar el fin de ETA y de encontrar un mejor acomodo para Cataluña en una España plural…
Pero me veo forzado a hacerlo por el victimismo con el que la dirigencia socialista reacciona a cualquier intento de análisis sobre las causas de la decadencia de su partido. Uno es zarandeado verbalmente si dice, por ejemplo, que la ascensión de Podemos es debida, entre otras cosas, al hecho de que el PSOE dejara abandonado a buena parte de su electorado progresista en el último y penoso tramo de Zapatero y, ya no digamos, cuando, a través de Rubalcaba, su vieja guardia felipista retomó el control de esa formación. A fuerza de pragmatismo, el PSOE, como sus partidos hermanos en Europa, llevaba años renunciando a ideas básicas de la socialdemocracia: el capitalismo debe ser regulado y corregido a fin de evitar sus excesos; las políticas de gasto progresistas no son sostenibles sin políticas de ingreso progresistas, por lo que los impuestos son la mejor vía para una mínima redistribución justa de la riqueza; la vivienda, la sanidad, la educación, la seguridad ciudadana y un mínimo de renta son derechos imprescriptibles de todos y cada uno de los ciudadanos…
Cuando el 15-M denunció las carencias de un régimen demasiado pagado de sí mismo, el PSOE tuvo una oportunidad de oro para convertirse en el adalid de una reforma profunda y pacífica del mismo, para ser el referente socialdemócrata del deseo de cambio de millones de españoles. Pero no lo hizo: prefirió enrocarse en una defensa numantina de la Constitución de 1978, la monarquía borbónica, la intangibilidad de la unidad de España tal cual está ahora expresada y la imposibilidad de hacer políticas económicas distintas a las impuestas por Bruselas, Berlín y Wall Street.
Los lamentos actuales del PSOE me recuerdan a los de aquel o aquella que ha tenido desatendida a su pareja y se queja de que otro u otra haya terminado seduciéndola. Pues sí, la vida es así, no la ha inventado Pablo Iglesias. Lo que han hecho Iglesias y los suyos es constatar la existencia de un vacío e intentar ocuparlo. Parece legítimo, ¿no?
En la breve legislatura surgida del 20-D, el PSOE tuvo una penúltima oportunidad para reconquistar a esa pareja. Lo escribió aquí mismo Ignacio Sánchez Cuenca y lo dijo en múltiples foros José Antonio Pérez Tapias. El PSOE podría haberse tomado en serio la posibilidad de formar un gobierno de coalición con las fuerzas de izquierda presentes en el Congreso, pero es evidente que tampoco lo hizo. Recién escrutadas las urnas, a Pedro Sánchez se lo prohibieron Felipe González y sus amigos de PRISA, Susana Díaz y los barones castizos, los capos del IBEX 35 y los voceros de Bruselas. El matrimonio exprés en Las Vegas de Pedro Sánchez con Albert Rivera dejó claro que este era el verdadero motivo de la imposibilidad de un “gobierno a la valenciana”. Las torpezas de Podemos fueron notorias, pero no la verdadera causa de que no surgiera una mayoría parlamentaria que terminara ipso facto con el gobierno del corrupto PP.
Escribí hace unas semanas a favor de una coalición electoral de Podemos, Izquierda Unida, Compromís y compañía. Me alegra de que se haya materializado y me alegraría enormemente que, con o sin sorpasso, ese bloque y el PSOE pudieran materializar en un gobierno de coalición el resultado del 26-J que vaticinan los sondeos. Pero me temo que es wishful thinking, me temo que el PSOE, quede por delante o por detrás de Unidos Podemos, tiene las manos atadas para hacerlo. Las presiones de los poderes fácticos para que, por activa o por pasiva, deje gobernar al PP serán descomunales. Ya sé que la militancia socialista no lo quiere ni en pintura, ya sé que ese sería otro paso en la pasokización, pero, insisto, me temo que los patrocinadores y acreedores van a ser muy, muy insistentes.
Entretanto, denunciar con tintes escandalizados que Unidos Podemos aspira al poder es una gilipollez; máxime dicho por alguien que lo ha ejercido, lo ejerce y aspira a seguir ejerciéndolo. Proclamar que uno tiene el monopolio de la socialdemocracia hasta el fin de los tiempos porque en sus siglas está escrita la palabra socialista, supone un insulto a la inteligencia. Y negarle a un competidor la posibilidad de evolucionar cuando se fue marxista y se dejó de serlo en lo que tardan en celebrarse un par de congresos, resulta grotesco.
El PSOE está repleto de gente progresista y muy cualificada para formar parte de un gobierno, algunos de ellos amigos míos. Sería fenomenal que sumaran esfuerzos con Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Mónica Oltra, Ada Colau, Manuela Carmena, Julio Rodríguez y compañía para poner en marcha esa segunda transición, esa reforma a fondo del edificio patrio que deseamos millones de españoles. Y que lo hicieran este mismo verano. Pero supongo que lo más realista es imaginar que, con o sin Rajoy, el PP seguirá en La Moncloa.
Resulta fastidioso tener que empezar un artículo proclamando cosas que deberían estar sobreentendidas. Como me dirijo a lectores ilustrados y progresistas, algunos de los cuales quizá conozcan mi trayectoria, no debería verme obligado a reiterar que pienso que el PSOE desempeñó un papel importantísimo en la puesta al día de España tras la larga noche franquista, así que no me arrepiento de haberle votado en 1982. Tampoco tendría que repetir que volví a hacerlo en 2004 y 2008, que fui uno de los 11 millones de españoles que apoyaron las propuestas de Zapatero: retirada de nuestras tropas de Irak, clara atribución al yihadismo de los atentados del 11-M, matrimonio gay, igualdad efectiva de derechos para las mujeres, medidas sociales tras el capitalismo salvaje de Aznar y Rato, voluntad de acelerar el fin de ETA y de encontrar un mejor acomodo para Cataluña en una España plural…