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¿Qué es eso de la cultura de seguridad y defensa?

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La RAE nos dice que cultura es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, por lo que la llamada cultura de defensa sería algo así como aquellos conocimientos que permite a las personas –a los ciudadanos– desarrollar juicios u opiniones sobre los instrumentos –por ejemplo las Fuerzas Armadas o los servicios de inteligencia– con que el Estado se protege y defiende a los ciudadanos de determinados peligros o amenazas.

Pero, ¿de qué amenazas estamos hablando? Desde luego, no de las mismas que hace treinta años. Hoy las amenazas ya no son las que eran, al menos en Europa. Digamos que los miembros de la Unión Europea no esperan una agresión armada de otro país. Es decir, no es su soberanía, ni su independencia o su territorio lo que consideran en peligro. Por el contrario, en la actualidad los Estados asumen como retos contra la seguridad propia y de sus ciudadanos fenómenos como el terrorismo internacional (de creciente presencia en los últimos años), los conflictos armados que se producen en otros países (que pueden provocar, por ejemplo, desabastecimientos energéticos), las ciberamenazas (que afectan a intereses comerciales o infraestructuras críticas), e incluso los flujos migratorios descontrolados (no hay más que ver la reacción europea ante la presente tragedia de los refugiados e inmigrantes económicos).

Como puede imaginarse, esa transformación de lo que se considera como nuevas amenazas ha producido –está produciendo– cambios importantísimos en las respuestas que los Estados construyen para contrarrestarlas. En los mecanismos para hacerles frente, en el modo en que éstos se organizan, en las funciones que se les atribuye, en la forma que actúan… Y también en la misma consideración y afectación de los derechos y libertades constitucionales, tanto de los ciudadanos protegidos como de aquellos de quienes éstos son protegidos.

Llegados a este punto la pregunta que cabe hacer es si una sociedad democrática no debería conocer algo más sobre todo esto, si debería tener una mínima base de cultura de seguridad y defensa. Es decir, si debería contar con un juicio crítico que le llevara a comprender y discernir –más allá de tópicos, exageraciones, propagandas o prejuicios– acerca de un tema tan sensible y con tantas implicaciones sociales, económicas, políticas y humanas.

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Obviamente, la cultura de seguridad y defensa abarca muchos ámbitos. A título de ejemplo puede decirse que comprende desde la historia militar (el arte, la técnica, la ciencia, la arquitectura asociadas a ella), o los presupuestos que a día de hoy nutren las Fuerzas Armadas y otros instrumentos para la seguridad (¿son excesivos, ridículos, apropiados, están bien dirigidos? ¿qué sabemos realmente de las industrias de armamento?), pasando por las funciones de los ejércitos, o de los servicios de inteligencia (¿los militares sólo se dedican a operaciones humanitarias y a apagar fuegos?; ¿deben estar presentes en todo el territorio nacional?; ¿es cierto que el espionaje es esencial para tomar decisiones estratégicas tanto a nivel estatal como en el ámbito privado?), hasta la propia consideración de lo que son las amenazas y la adecuación y proporcionalidad de las respuestas adoptadas (¿son refugiados e inmigrantes una amenaza para nuestra seguridad?; ¿no lo es más el capitalismo financiero?; ¿existen estrategias integrales para hacerles frente?; ¿los derechos humanos –la libertad personal, el derecho de asociación, la privacidad, la igualdad…– son tenidos en cuenta a la hora de elaborarlas?).

Como se puede comprobar, en la actualidad son muchas las perspectivas desde las que abordar el mundo de la defensa, pero se mire desde el que se mire, la respuesta a la pregunta formulada más arriba debe ser afirmativa. Quienes componen una sociedad democrática (universidades, organizaciones cívicas, empresas, medios de comunicación, representantes políticos, ciudadanos…) deberían de prestar algo más de atención a una cuestión –la de la seguridad en las democracias– que ya mismo y de forma creciente en los próximos años va a suponer un elemento central en la vida de nuestras sociedades.

Fundamentalmente por una razón: en la medida en que la sociedad sea “culta” en este ámbito, estará en disposición de apreciar el valor institucional y colectivo del mundo de la seguridad y la defensa estará en condiciones de opinar crítica, constructiva y acertadamente sobre el mismo y, en consecuencia, estará en posición de apoyar o rechazar unas estructuras y unos modelos defensivos, estructuras y modelos que deben ser acordes con los valores constitucionales y con los compromisos e intereses estratégicos de nuestro país.

La RAE nos dice que cultura es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, por lo que la llamada cultura de defensa sería algo así como aquellos conocimientos que permite a las personas –a los ciudadanos– desarrollar juicios u opiniones sobre los instrumentos –por ejemplo las Fuerzas Armadas o los servicios de inteligencia– con que el Estado se protege y defiende a los ciudadanos de determinados peligros o amenazas.

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