El arriba firmante no acude todos los años a la recepción del 12 de octubre en el Palacio Real. Sólo cuando periodísticamente parece imprescindible. Este jueves lo era por razones tan obvias como dramáticas. Así lo entendieron al parecer todas aquellas personalidades que han ocupado algún cargo institucional importante durante los cuarenta años de democracia (salvo José María Aznar, que dijo que tenía un viaje). Estaban prácticamente al completo los supervivientes de los gobiernos de Felipe González, del propio Aznar, de Zapatero y del que actualmente preside Mariano Rajoy, que se ausentó junto a Cospedal para honrar al piloto fallecido en accidente al regreso de la exhibición aérea. No acudió tampoco a la llamada del rey el líder de Podemos, Pablo Iglesias, huyendo de nuevo de cualquier ágape adjudicable a lo que define como ‘régimen del 78’, lo cual no significa que no estuviera presente, como veremos.
La pregunta de cada ‘corrillo’ era la misma que estos días suena en cada cocina, salón, oficina, terraza o cafetería: ¿qué responderá Puigdemont el próximo lunes? Y a partir de ahí se abren las elucubraciones acerca de los siguientes movimientos al borde del precipicio. Vamos por partes, intentando reconstruir un puzle quizás imposible de encajar por completo.
- Ha habido este año un toque a rebato para acudir a la llamada del Jefe del Estado. Más de 1.400 invitados abarrotaban los salones de Palacio en el acto oficial más numeroso desde la entronización de Felipe VI. Que coincidieran, por primera vez en décadas en ese mismo escenario, el (todavía) presidente de Prisa, Juan Luis Cebrián, y su eterno adversario Pedro J. Ramírez, lo dice todo. De ahí para arriba hasta llegar a la Corona, estaban Pedro Sánchez y Albert Rivera; Felipe González y Alfonso Guerra (que nunca quiso acudir a este tipo de actos mientras estuvo en el gobierno); José Luis Rodríguez Zapatero y María Teresa Fernández de la Vega, todos ellos rodeados de casi todas las personas que compartieron sus gobiernos. Muchos confirman que fueron llamados con especial insistencia ante la crisis abierta en y con Cataluña. A la lista hay que añadir presidentes y expresidentes/as de comunidades autónomas (desde José Montilla a Esperanza Aguirre), empresarios, editores, magistrados, fiscales y todos los altos mandos de los Ejércitos. (Y Alfredo Pérez Rubalcaba, siempre presente).
- Esta es una crisis que va quemando fases de angustia a medida que van situándose fechas límite en el calendario. La próxima está fijada el lunes tras el requerimiento de Mariano Rajoy a Carles Puigdemont para que aclare si ha declarado o no la independencia de Cataluña. Los miembros del Gobierno insisten en que sólo puede responder sí o no, al tiempo que todo el mundo político cree más probable que la contestación sea ambigua, en la línea de lo declarado el martes en el Parlament. Algo así como "Asumí el mandato del pueblo para declarar un Estado catalán... y pedí al Parlament que suspendiera los efectos de la independencia".
- Entre los éxitos ya evidentes del independentismo está el hecho de que en el Palacio Real se escuche constantemente una palabra inexistente en castellano, acuñada por políticos catalanes durante el último tramo de esta crisis: desescalar. Hay amplia coincidencia en que la reacción de Rajoy este miércoles contribuyó a desescalar la tensión insoportable del proceso acción-represión-reacción en y con Cataluñadesescalar. Nadie niega que esta mínima relajación, facilitada también por el confuso mensaje de Puigdemont proclamando pero suspendiendo ocho segundos después la independencia, es coyuntural y está sujeta con alfileres jurídico-políticos.
- También existe un amplio consenso en el vaticinio de que cualquier respuesta de Puigdemont que no niegue la declaración de independencia significará que saltamos a la siguiente pantalla, la que caduca el jueves 19 para que el Govern vuelva a someterse a la legalidad constitucional. Entonces se iniciaría la siguiente fase, que pasa por convocar al Senado para que vote medidas concretas de interpretación y ejecución del inédito artículo 155 de la Constitución, que irían desde someter la autoridad de los Mossos al Ministerio del Interior hasta la sustitución de las primeras autoridades del Govern para convocar elecciones anticipadas en Cataluña. Quienes aún mantienen algún sentido del humor creen que Rajoy irá aplicando “despacito” el 155, sin el menor entusiasmo, intentando trasladar (en sintonía con Pedro Sánchez) que es el propio Puigdemont quien se aplica a sí mismo ese mecanismo constitucional si no rectifica.
- Corren tiempos en los que cada acontecimiento fagocita al anterior o está estrechamente relacionado con otro suceso paralelo en un ámbito distinto. Por eso en algunos corrillos se ha hablado más de otra cita prevista también para la mañana del lunes. Tiene carácter judicial pero sus efectos políticos podrían ser tan importantes o más que la respuesta escrita de Puigdemont. La Audiencia Nacional decidirá sobre las acusaciones contra el jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, y los dirigentes de la Assemblea Nacional Catalana, Jordi Sànchez, y de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart. Lo que prevén fuentes judiciales es que Trapero sea exculpado y que los responsables de las organizaciones que han dirigido la movilización independentista podrían afrontar fianzas para esquivar la prisión provisional, con el argumento jurídico de la posible reiteración del delito. Que entren o no en prisión puede suponer un nuevo brote de protestas multitudinarias o una desescalada más en la tensión acumulada.
- Escuchar a unos u otros protagonistas u observadores más o menos cualificados provoca también sensaciones de escalada o desescalada en el ánimo y la preocupación. Si se atiende a las palabras de Alfonso Guerra, parecería tan inminente como inevitable la inhabilitación de autoridades autonómicas, el descabezamiento de los Mossos o el relevo de la dirección de TV-3. Si se pone el oído al felicitado y solicitado Josep Borrell por alzar su voz frente al nacionalismo, cabe el uso de instrumentos que procuren no multiplicar el problema a corto y medio plazo. Utilizar, por ejemplo, el 155 para convocar elecciones anticipadas desde la intervención del Estado, como plantea Albert Rivera, supone con casi absoluta seguridad que esos comicios serán boicoteados por todo el espectro independentista.
- Cada paso, hecho o mensaje fagocita al anterior, pero en los salones del Palacio Real se mantenía este jueves el eco del discurso del rey ladiscurso del rey semana anterior y las reacciones al mismoreacciones al mismo. Muy especialmente las críticas de Pablo Iglesias, que al parecer han molestado y mucho en la Jefatura del Estado, cuyo titular niega haber actuado de forma partidista y sostiene que si no hizo un llamamiento al diálogo es porque “no tocaba”, porque consideraba imprescindible centrar su mensaje en la defensa de la legalidad constitucional y de la unidad.
- De modo que Iglesias estuvo presente desde la ausencia, como también lo estuvo Ada Colau en las referencias constantes al tablero político catalán y al papel clave que pueden jugar los Comunes en la incierta etapa que se abreComunes . La llamada ‘nueva política’ no acude a los salones reales, pero sus posiciones, críticas y propuestas afectan y mucho a lo que colectivamente definen como ‘régimen del 78’.
Más allá de la respuesta de Puigdemont y de la aplicación gradual del 155, la cuestión que palpitaba en cada conversación de este jueves y que todo el mundo eludía era la disposición de contemplar un referéndum pactado y con garantías sobre la cuestión catalana. Esa clave, la que une al independentismo con la 'nueva política' y con una abrumadora mayoría del pueblo catalán, "tampoco toca", al menos mientras no se desatasque el bloqueo jurídico-político actual. Eso sí: nunca tanto dirigente del PP se declaró tan dispuesto a hablar de reforma constitucional "si todo se va encauzando". Entre trajes oscuros, uniformes militares y algunos hábitos cardenalicios, circulaba el mensaje de que (aunque no lo parezca) hay contactos y puentes permanentes entre el Gobierno y el Govern. Todo sea (quizás) por desescalar la tensión.
El arriba firmante no acude todos los años a la recepción del 12 de octubre en el Palacio Real. Sólo cuando periodísticamente parece imprescindible. Este jueves lo era por razones tan obvias como dramáticas. Así lo entendieron al parecer todas aquellas personalidades que han ocupado algún cargo institucional importante durante los cuarenta años de democracia (salvo José María Aznar, que dijo que tenía un viaje). Estaban prácticamente al completo los supervivientes de los gobiernos de Felipe González, del propio Aznar, de Zapatero y del que actualmente preside Mariano Rajoy, que se ausentó junto a Cospedal para honrar al piloto fallecido en accidente al regreso de la exhibición aérea. No acudió tampoco a la llamada del rey el líder de Podemos, Pablo Iglesias, huyendo de nuevo de cualquier ágape adjudicable a lo que define como ‘régimen del 78’, lo cual no significa que no estuviera presente, como veremos.