El programa Erasmus, de movilidad universitaria, que lleva implantado más de treinta años en Europa y ha cosechado notables éxitos, es sobre todo un instrumento ideal para la toma de conciencia de pertenencia a una entidad supranacional hoy encarnada en la Unión Europea. Toda una generación de jóvenes ha tenido la oportunidad de estudiar en universidades de otros países europeos gracias a este programa, lo que les ha servido, además de para mejorar sus conocimientos lingüísticos, para tomar conciencia de que existe un espacio común y unos modos de vida en los que se pueden desenvolver y desarrollar sus actividades académicas o profesionales, pero sobre todo, para tomar conciencia de que tenemos unos valores comunes que vale la pena defender para conformar un mundo mejor.
Además de las universidades europeas existen también otros centros de enseñanza en los se preparan los ingredientes básicos de una ciudadanía europea como son, por ejemplo, la red de escuelas europeas dependientes de la UE, situadas en siete países, donde estudian los hijos del personal de las instituciones europeas, aunque no sólo, entre los 4 y los 18 años y de las que egresan generaciones de bachilleres para los que términos como extranjero, frontera, aduana, etc. resultan algo ajeno al espacio sociocultural en que se va a mover la mayoría en el futuro. Cuando recibes las enseñanzas regladas en tres o cuatro lenguas diferentes, todas ellas impartidas por profesores nativos, y en el patio de recreo juegas con chicos y chicas de múltiples nacionalidades, finalmente interactúas a la manera europea, no española, francesa, alemana o danesa.
Estos centros son una cantera de europeístas que forjan lazos duraderos y transmitirán a sus hijos los valores y actitudes con los que han sido impregnados durante su infancia y adolescencia. Una lengua común a un colectivo, sea este una nación, una región, una ciudad o los alumni de un centro de enseñanza, es una herramienta para el entendimiento, en su más amplio sentido, un aglutinante cultural. Una lengua vehicular puede unir tanto como una materna común. Mis dos hijos, que han sido bachilleres europeos, conservan décadas después un grupo multicultural de amigos y da gusto oírles conversar en distintos idiomas pasando de uno a otro con tanta facilidad como complicidad. Un ejemplo de la fuerza de un idioma vehicular es el inglés, convertido desde hace muchos años en lingua franca global pero también europea, a pesar de que ahora mismo se da la paradoja de que es el único idioma en la UE sin respaldo estatal, aunque el más utilizado como lengua de trabajo, tanto en los foros oficiales como en el backstage. Ningún Estado miembro de los actuales veintisiete ha declarado el inglés como su lengua oficial. Ni siquiera Irlanda (gaélico) o Malta (maltés). Disculpas por esta digresión y continuemos.
De la misma manera que esas universades, institutos y escuelas son EU citizen-makers, los centros de enseñanza militar pueden llegar a ser también EU soldier-makers si se extiende y desarrolla una iniciativa que nació en el Consejo Europeo de Ministros de Defensa de 2008, inspirada en el programa Erasmus para armonizar una formación de base de los jóvenes oficiales de los ejércitos europeos con el doble objetivo de promover una cultura de seguridad y defensa europeas y hacer frente común a los retos del futuro. El organismo que integra y desarrolla este programa, ya conocido como Erasmus Militar, es la Escuela Europea de Seguridad y Defensa (ESDC), dependiente del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), a través de su plataforma EMILYO (Exchange of Military Young Officers).
En un reciente almuerzo-coloquio celebrado en la sede del Parlamento Europeo de Bruselas, organizado conjuntamente por el Kangaroo Group y Euromil, en el que fui invitado a participar, se expusieron las ideas base de este programa europeo. Bajo el título Erasmus Militar: un factor clave para una mayor cooperación en Defensa, el director de la ESDC, el belga Dirk Dubois, y el presidente del programa Erasmus Militar, el coronel austríaco Harald Gell, presentaron el desarrollo y las bondades del programa, dando paso a un debate del que se pudo extraer un acuerdo generalizado entre los participantes sobre que la movilidad del factor clave de las fuerzas armadas, su personal, mejora la interoperatividad, crea una red de contactos esencial y genera camaradería, tan importante en las misiones conjuntas, además de crear un sentimiento de pertenencia a una comunidad de valores y fomentar un espíritu europeo.
Al igual que el Erasmus general y las escuelas europeas, la formación del Erasmus militar se extiende a diferentes niveles educativos. Así, en 2017 se puso en marcha el Colegio Doctoral Europeo sobre Política Común de Seguridad y Defensa (European Doctoral School on CSDP) para la promoción de la investigación y el apoyo a los doctorandos por medio de un cuerpo de directores de tesis que ofrecen una formación complementaria a los cursos de doctorado ya iniciados en sus respectivas universidades. Por otra parte, varios Estados miembros que cuentan con ese tipo de centros, se han unido a un Forum de Colegios Militares de Enseñanza Secundaria (EU Military Secondary Schools) en el que imparten materias sobre historia de la UE, sus valores, el Tratado de Lisboa, la política común de seguridad y defensa, además de promover el intercambio de alumnos y profesores.
No cabe duda de que este sistema de intercambio de jóvenes cadetes facilitará la integración de nuestros militares en las unidades operativas participantes en misiones internacionales combinadas y formará cuadros de mando con una mejor percepción del factor humano como clave del éxito de una operación, en especial cuando alcancen puestos en los que deban tomar decisiones a nivel operativo-estratégico. Pero el sistema quedaría cojo si no se contara también con intercambios de alumnos en el nivel técnico, como son los suboficiales y el personal de tropa profesional, elementos altamente especializados en materias como mantenimiento y manejo de sistemas de armas, logística operativa, transporte, control del espacio aéreo, seguridad de instalaciones y un sinfin de áreas de responsabilidad en las que estos profesionales sirven como operadores y auxiliares imprescindibles del mando. El suboficial es el sustituto natural del oficial en una pequeña unidad operativa y debe contar con la suficiente preparación para ello, tanto en capacidad técnica como en liderazgo. Los numerosos cursos que la ESDC imparte deberían también ofrecer plazas para este personal, como vienen haciendo desde hace décadas los centros de enseñanza de la OTAN. Es de lamentar que la ESDC no haya recibido hasta ahora un mandato para extender los beneficios del EMILYO a los profesionales que integran la mayor parte de las fuerzas armadas en cualquier país.
Para terminar, serían igualmente deseables estancias más prolongadas de los alumnos europeos en las academias y centros de formación para facilitar una mayor integración. Algunos intercambios se limitan a una o dos semanas en la fase presencial o, en el mejor de los casos, a un cuatrimestre lectivo, tiempo insuficiente para conseguir los objetivos marcados.
El programa Erasmus, de movilidad universitaria, que lleva implantado más de treinta años en Europa y ha cosechado notables éxitos, es sobre todo un instrumento ideal para la toma de conciencia de pertenencia a una entidad supranacional hoy encarnada en la Unión Europea. Toda una generación de jóvenes ha tenido la oportunidad de estudiar en universidades de otros países europeos gracias a este programa, lo que les ha servido, además de para mejorar sus conocimientos lingüísticos, para tomar conciencia de que existe un espacio común y unos modos de vida en los que se pueden desenvolver y desarrollar sus actividades académicas o profesionales, pero sobre todo, para tomar conciencia de que tenemos unos valores comunes que vale la pena defender para conformar un mundo mejor.