Desde que, en diciembre de 1998, la cumbre franco-británica de Saint-Malo creara las estructuras militares de la Unión Europea, poco se ha avanzado en la Europa de la Defensa. Jacques Chirac y Tony Blair marcaban el inicio de una política de seguridad y defensa dentro de la UE y la correlativa creación de la Agencia Europea de Defensa (EDA), decidida en la Cumbre de Lisboa de 2002, apostaba por una separación paulatina de las estructuras militares de la OTAN. El desarrollo de programas de armamento, la identificación de capacidades militares y la organización de la industria de defensa europea eran tareas ambiciosas que irían de la mano de la unión política en el continente.
Pasados más de 15 años, la política de defensa en la UE, con todas sus estructuras, una agencia, un comité militar apoyado por un Estado Mayor Internacional (EUMS) y un Comité específico de política y seguridad (COPS), aparece hoy estancada por una manifiesta falta de voluntad política de los principales actores en escena: Reino Unido, Alemania y Francia. Mientras el primero ha estado inmerso en tribulaciones sobre la continuación en la UE –el manido y tristemente confirmado Brexit–, Alemania y Francia miran para otro lado cuando se trata de hacer un esfuerzo presupuestario en este campo, seguidos en el ejemplo por los actores de reparto (Italia, España, Países Bajos, etc).
Cuando surgía una crisis humanitaria, allí estaba Europa, destacando en el panorama mundial con su ayuda al desarrollo y su sensibilidad, pero también en este campo ha perdido el norte. La vergonzosa respuesta al problema de los refugiados está ahí y pesará sobre las conciencias de los dirigentes, si la tuvieran. Pero cuando se trata de actuar ante un conflicto de alta intensidad es cuando aparece una Europa dividida entre los amantes de un hard power y los que prefieren un soft power.
Siempre se ha dicho que el papel lo resiste todo y prueba de ello en este campo es la creación de los Battle Groups, una especie de batallones multinacionales reforzados de unos 1.500 miembros, listos para intervenir en el corto plazo en cualquier escenario de interés para la UE y que, oficial y solemnemente, se declararon plenamente operativos (full operational capability) en 2007. Pues bien, ni una sola de esas unidades ha pisado un teatro de operaciones hasta ahora a falta, una vez más, de decisión política. La UE no dispone de un sistema de mando y control, que sí existe en las estructuras OTAN y en las nacionales. Ni siquiera se ha puesto en marcha el necesario cuartel general operacional como estructura fija porque en el Consejo de la UE no se ponen de acuerdo. Sólo existe un centro permanente a nivel político-estratégico que es el EUMS.
No faltan ideas ni estudios sobre los beneficios de una utilización conjunta de las capacidades de cada Estado miembro de la UE (Pooling & Sharing) así como de la armonización de los programas de adquisición y mantenimiento de los sistemas de armas. En ámbitos como el transporte aéreo, los satélites de observación o el abastecimiento en vuelo se ha demostrado ya que esa utilización conjunta es posible y eficaz. El ahorro en gastos de defensa sería sustancial si contáramos también con una industria europea de la defensa integrada y con un sistema de compras consolidadas. Esa posibilidad la ofrece la llamada Cooperación Estructurada Permanente (CEP) prevista en el Tratado de Lisboa para que a ella se sumen voluntariamente aquellos Estados miembros con mayores capacidades.
Pero me gustaría destacar la existencia de una buena idea, probable génesis del mecanismo de la CEP, para avanzar hacia una integración europea en materia de defensa: es el concepto de unas fuerzas armadas europeas sincronizadas (Synchronized Armed Forces Europe, SAFE), bajo el paraguas de una Política Común de Seguridad y Defensa, que lanzó en 2008 Hans-Gert Pöttering, presidente a la sazón del Parlamento Europeo. Pero hasta ahora es sólo eso, un concepto. El SAFE está por ahí, perdido en el cajón del despacho de algún alto funcionario de la Comisión Europea, pendiente de desarrollo y que, de mediar un impulso político, podría ser una buena herramienta para conseguir unas fuerzas armadas europeas que incluya la integración de capacidades tanto civiles como militares. Se trataría de poner en marcha una especie de cooperación reforzada a la que se accede de forma opcional (opt-in model), lo que excluiría la unanimidad entre los 28 Estados miembros y lo haría más factible. Sería, si se quiere, una Europa de la defensa a dos velocidades.
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El SAFE incluye, además de capacidades integradas, la armonización y sincronización de equipamientos, procedimientos, marco legal y condiciones de vida de todas las fuerzas armadas de los Estados miembros tales como la unificación de criterios e igualdad de tratamiento en cuestiones de derechos y obligaciones, la calidad de los equipamientos, cuidados médicos y ayudas sociales para los militares y sus familias en casos de muerte, heridas o invalidez.
Sincronizadas podrían estar también otras cuestiones como las doctrinas y curricula a establecer en las academias militares y centros superiores de enseñanza de la defensa. Pensemos en una especie de Erasmus militar, gracias al cual nuestros cadetes y alumnos tendrían que completar su formación con una estancia en una academia militar de otro país europeo durante un curso escolar. La normalización de este sistema supondría muy probablemente el embrión de unas fuerzas armadas integradas y facilitaría el nacimiento de una conciencia y una cultura comunes de la defensa entre los ciudadanos europeos. Algo parecido ya existe en los niveles superiores de enseñanza militar, como son los cursos de Estado Mayor y los convenios de colaboración con algunos países asiáticos, pero hasta ahora sólo existen tímidas iniciativas a nivel inter-académico en el ámbito de la UE.
Sincronizadas deberían estar también las políticas de personal de los ejércitos en cuestiones que afectan a sus condiciones de trabajo y al respeto y disfrute de los derechos fundamentales de los ciudadanos militares en tiempo de paz. Pero eso sería objeto de otra entrada.
Desde que, en diciembre de 1998, la cumbre franco-británica de Saint-Malo creara las estructuras militares de la Unión Europea, poco se ha avanzado en la Europa de la Defensa. Jacques Chirac y Tony Blair marcaban el inicio de una política de seguridad y defensa dentro de la UE y la correlativa creación de la Agencia Europea de Defensa (EDA), decidida en la Cumbre de Lisboa de 2002, apostaba por una separación paulatina de las estructuras militares de la OTAN. El desarrollo de programas de armamento, la identificación de capacidades militares y la organización de la industria de defensa europea eran tareas ambiciosas que irían de la mano de la unión política en el continente.