Por favor, no me llamen frívolo. El juego de la política nunca cesa. Porque no cesa nunca el espectáculo. No cesa el interés de los medios, ni cesa la atención del público, ni cesan los comentarios de los críticos del showshow. Nada de eso para –más bien se acelera– después de ataques terroristas como los de Barcelona y Cambrils.
Pues bien, hay algunas "jugadas" que me parecen significativas en el rol del presidente de España y el de Cataluña.
Me resultaron particularmente inauditas esas ruedas de prensa en las que el president de la Generalitat hacía de moderador junto a la estrella emergente de la comunicación, el jefe de la policía catalana. Inauditas porque cuando habla un jefe, dicen las normas del liderazgo político, el subordinado solo apunta. Y Puigdemont parecía más bien el monaguillo o el telonero del mando policial. Pero el mensaje al mundo entero que miraba, merecía la pena: "Esto es un atentado contra Cataluña al que le basta la respuesta catalana". Por eso no había bandera española junto a la senyera, ni símbolo alguno de España en la escenografía. Y por eso el president no perdió la oportunidad ante las decenas de cámaras y los millones de ojos.
Las autoridades españolas no hicieron dejación, claro que no, pero prefirieron, en una jugada interesante, no calentar los ánimos.
Los reyes fueron al lugar y consolaron a las víctimas, ese papel tan "rentable" para los jefes de Estado en situaciones de crisis. El Gobierno también lo hizo, pero resulta curioso que Rajoy no paseara por las Ramblas ni visitara a los heridos. Quizá para no arriesgarse a las pitadas ante las que los reyes, por autocensura de los medios, y por la existencia de un cordón de seguridad mayor, están más protegidos.
Ante las posibles –e inicialmente señaladas– rivalidades entre cuerpos policiales catalanes y españoles, tanto Rajoy como Puigdemont se aprestaron a dar un mensaje de unidad. Sabían que jugaban con fuego y arriesgaban demasiado. Ni uno ni otro tienen ningún interés en abundar en supuestos choques de competencias. El español porque podría justificar el victimismo independentista. El catalán porque podría quedar como un desalmado que no acepta el apoyo "exterior" en una situación límite. No hay cosa más fea, como sufrió el propio Rajoy en 2004, que renunciar rastreramente a la unidad ante el terrorismo por motivos políticos.
Tan solo algunos sectores de la derecha, en Internet y en las tertulias más recalcitrantes, siguieron criticando a Rajoy. Pero él esa batalla contra los halcones ya hace tiempo que no la da, básicamente porque no le hace ninguna falta de momento. Ninguna opción a la derecha del PP ha logrado un apoyo significativo ni en las encuestas ni en las urnas.
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También Puigdemont se ha mordido la lengua. No solo dejando que las autoridades del Estado hicieran su papel con respeto, sino también callando ante el desmarque de la CUP. Su adversario no son esos "perroflautas", sino los más peligrosos líderes de ERC, que ya le han comido el pastel a los otrora nacionalistas moderados de CiU, se llamen como se llamen.
En definitiva, la partida de la comunicación entre la Generalitat y el Gobierno de España, se ha resuelto en tablas. En un atentado habría resultado no solo inmoral, sino también estúpido, proceder de otro modo.
Ahora, la partida continúa. Rajoy seguirá jugando como sabe: alargando las manos, aburriendo y agotando al adversario, aplicando a rajatabla el reglamento. Será poco atractivo para el público, pero de momento esa resistencia, que algunos creen que es desidia, no le está dando mal resultado.
Por favor, no me llamen frívolo. El juego de la política nunca cesa. Porque no cesa nunca el espectáculo. No cesa el interés de los medios, ni cesa la atención del público, ni cesan los comentarios de los críticos del showshow. Nada de eso para –más bien se acelera– después de ataques terroristas como los de Barcelona y Cambrils.