El Ojo Público
El hombre que más sabía de televisión
Chicho Ibáñez Serrador ha sido el hombre que más sabía de televisión en España. Y duele, duele mucho hablar de él en pasado. Todo el mundo recuerda el Un, dos, tres; muchos vieron –o han leído sobre ellas– Historias para no dormir, Mañana puede ser verdad, Historias de la frivolidad, o programas más (relativamente) recientes como el pionero Hablemos de sexo o Waku, Waku. Por no hablar del resto de sus trabajos para el cine o el teatro.
Pero quiero centrar estas líneas en televisión, el medio en el que fue el maestro definitivo, la persona sin la que hoy la televisión sería distinta y con total seguridad más pobre. Le conocí a mediados de los setenta, tan solo un años después de que en 1974 fuera un efímero –y, sin embargo, fructífero– director de programas. En los poco meses que duró en el cargo, creó Suspiros de España, de Jaime de Armiñan, Silencio de estrena, con Adolfo Marsillach, lanzó a Ana Diosdado, promovió Ese Señor de Negro, con Antonio Mercero, potenció El Circo de TVE, y a Félix Rodríguez de La Fuente... Hasta que la censura, la misma contra la que había luchado con Historias de la Frivolidad (que él había querido titular Historias de la Censura) acabó con su etapa directiva, pero no, por fortuna, con su trabajo en TVE.
Desde aquel 1975 en el que me acerqué por primera vez a Chicho tuve la suerte de que me concediera una confianza que usé, sin abuso, pero que me permitió asistir a docenas de grabaciones del Un, dos, tres, en las que sabía previamente donde se escondían los grandes premios, o que pareja pasaría a la ronda siguiente. Durante esa época me concedió varias entrevistas, tanto en su primera sede, al lado de la plaza de Los Delfines, como en la posterior, en la calle Apolonio Morales, muy cerca del diario Ya, donde entonces trabajaba.
Pronto, a las entrevistas sucedieron conversaciones y, en ellas, confidencias de aspectos profesionales y personales que quedaban al margen de la publicación, pero en las que esparcía sus enormes conocimientos del medio y de las claves internas que marcaban éxitos y fracasos. Recuerdo, por ejemplo, cuando me habló de lo que él denominaba efecto cohete, que aplicaba, entre otros, al Dúo Sacapuntas, que tuvo una popularidad tremenda... y que desapareció poco después: "Mira, los que llevan tiempo en esto, saben que hay que dosificar las presencias; por ejemplo, Juanito Navarro me pidió no salir todas las semanas, sino una o dos veces al mes, y lo entendí; él no quería quemarse con demasiada exposición y, además, me dijo: ¿tú crees que la gente va a pagar por verme en un teatro, si me ve gratis de continuo en la tele?".
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En otra ocasión, se me ocurrió una idea para hacer un programa en TVE y me acerqué a consultar con Chicho. Su respuesta me quitó cualquier duda: "Si yo fuera director de programas te diría: vamos a hacer un piloto, y después hablamos; pero como no lo soy, te cuento. Vino a verme una persona con una idea de un programa que iba a llamarse El Paraíso en el que el presentador aparecería con una serpiente enrollada al cuello; meses después, y sin haber tenido respuesta positiva, vio en la tele un programa llamado El Edén en el que el presentador aparecía... con una serpiente al cuello".
Pasaron los años –más de veinte con su programa estrella alternando descanso y emisión– y Chicho realizó otros espacios, ya sin el éxito absoluto de aquel. Su salud fue deteriorándose, aunque sus ojos seguían calando en todo. Vinieron más premios y reconocimientos del mundo de la televisión y del cine, pero ya carecía de capacidad física para nuevos proyectos.
Ahora se ha ido, pero nadie que estudie la televisión en España podrá prescindir de su huella. Durante más de treinta años fueron muchos –de Hermida a Iñigo, de Rodríguez de la Fuente a los Payasos de la Tele...– los que forman parte de los recuerdos colectivos, pero ninguno de ellos fue capaz de entender el medio como Chicho Ibáñez Serrador.