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Ha pasado el tiempo, pero la “vía pública” no ha cambiado de dueño.
La decisión adoptada por el juez en el caso de las mujeres y niñas grabadas “con nocturnidad, premeditación y alevosía” mientras orinaban en la calle, recuerda mucho a la frase de otro gallego ilustre, como era Manuel Fraga, cuando dijo lo de “la calle es mía”, porque en el fondo esa idea de propiedad de lo público es lo que refleja la argumentación que se ha dado desde el juzgado en el caso de la fiesta de A Maruxaina de Cervo.
Justificar que no hay delito porque la acción se produce en la “vía pública” es entender que ésta pertenece a los hombres, y que las conductas aceptables son las que ellos deciden ajustadas al modelo androcéntrico del uso de los espacios públicos.
La vía pública no pertenece a los hombres, ni son ellos quienes deben imponer su criterio a la hora de gestionar lo que en ella sucede, y quiénes deben desplazarse por ellas y hacia dónde. Las frases que todavía se dicen a las chicas jóvenes para que eviten riesgos, por ejemplo, “esas no son horas para una mujer” o “esos no son sitios para una mujer”, traducen perfectamente esa idea de propiedad que tienen los hombres de los espacios comunes, y las consecuencias que se pueden producir bajo su criterio. Una situación que también se presenta en el hogar, de manera que, al final, el espacio público se une a la propiedad privada de lo doméstico para que en los dominios masculinos nunca se ponga el sol del machismo que ilumina la realidad.
La situación vivida en Lugo es surrealista, hasta el punto de que se puede llegar a cuestionar el uso de la vía pública para orinar en unas circunstancias festivas y de celebración, como las de la “fiesta de A Maruxaina de Cervo”, y al mismo tiempo entender que colocar cámaras especiales para grabar en condiciones de poca luz, situarlas estratégicamente para captar a las diferentes mujeres que se acercaran, y luego comerciar con las grabaciones para exhibirlas en páginas porno, no supone reproche penal alguno.
Todo ello refleja esa idea de posesión que lo masculino utiliza sobre lo común y sobre las mujeres, la cual está en la base de la violencia de género. El modelo androcéntrico presenta a las mujeres en diferentes puntos situados entre dos polos opuestos, el que las considera como una propiedad o pertenencia, idea que se manifiesta fundamentalmente en las relaciones de pareja y familiares, y el que las presenta como objetos o cosas que pueden ser utilizadas por los hombres, especialmente cuando caminan por los espacios de su propiedad, como sucede en la vía pública con la violencia sexual.
Al final el resultado es el mismo, bien sea bajo la idea de posesión o de objeto y cosificación, se producen contextos facilitadores de la violencia contra las mujeres en circunstancias que tienden a minimizar los hechos, justificar a los agresores y culpabilizar a las mujeres que la sufren.
En ese sentido, también resulta muy gráfica la argumentación para archivar el caso de A Maruxaina. En ella se dice que no se ve delito contra la integridad moral, “habida cuenta de que en los hechos denunciados no se aprecia el ánimo tendencial de quebrantar la resistencia física y moral de las recurrentes”. De nuevo se regula y se interpretan los hechos, no sobre su significado ni la conducta de los hombres, sino sobre el comportamiento de las mujeres que sufren la agresión. No se presta atención a toda la logística desarrollada para conseguir las grabaciones y el uso dado a las mismas, sino sobre si hubo resistencia de las mujeres. Justo la misma situación que se produce cuando se lleva a cabo la violencia sexual sobre una mujer intoxicada por el agresor para poder vencer su rechazo y mantener las relaciones sexuales, y se dice que no hay agresión porque no utiliza la fuerza o la intimidación. Da igual que el delito sea contra la “libertad sexual”, al final lo que se valora es la conducta de la mujer sobre el grado de resistencia mostrado y cómo se ha vencido.
La resistencia moral, como ocurre con la libertad de las mujeres, se quiebra con los hechos que los hombres realizan dentro de su estrategia violenta. El cómo lo hagan condiciona el grado de fuerza y el resultado, no la existencia de la violencia ni el ataque contra su libertad y dignidad.
Por eso muchos hombres siguen violando, maltratando y grabando a las mujeres, porque todo ello lo hacen “dentro de sus propiedades”, lo cual permite manejar la idea de que esas conductas forman parte de su privacidad e intimidad, y de que cada uno puede hacer lo que quiera como parte de ella. En cambio, las mujeres no pueden hablar de “su intimidad ni privacidad” porque a ellas se les ha negado la posición y la propiedad de los espacios públicos y privados.
Ver másDerogación del machismo
“La calle no es tuya, hombre”, alguien debe decírselo a todos los hombres que así lo creen, y exigir las responsabilidades necesarias por esa “apropiación indebida” y los hechos que comentan con ella.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
Ha pasado el tiempo, pero la “vía pública” no ha cambiado de dueño.
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