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El machismo se ha de derogar, la injusticia social que genera y la violencia que ejerce contra las mujeres y cualquier persona incluida en sus grupos discriminados, exige acabar con las circunstancias de esta normalidad impuesta.
Pero al mismo tiempo, el machismo también se hace de rogar por una parte de la sociedad que le pide actuar contra la Igualdad y contra las mujeres que rompen con sus roles tradicionales y sus espacios de siempre, o sea, los cuidados y la casa.
La vida en sociedad no deja de ser una empresa compartida que trabaja para lograr una convivencia lo más armónica y pacífica posible. Sin embargo, dentro de este proyecto común hay quien ha impuesto su ley del más fuerte y sus normas para obtener beneficios a costa de los demás y, de ese modo, mantener sus privilegios y estatus sobre la desigualdad.
Ante estas circunstancias, podríamos hacer el ejercicio de “derogar el machismo” de manera paralela a la derogación de la reforma laboral. Y para ello debemos abordar las cuestiones consideradas esenciales en la derogación de la reforma laboral, que, según se ha señalado, son: los contratos temporales, los convenios sectoriales y de empresa, la subcontratación, la ultraactividad de los convenios y el despido.
1. Contratos temporales.
Hay que derogar la temporalidad en la condición de ciudadanía y en el disfrute de los derechos de las mujeres. La “empresa androcéntrica de la sociedad” está diseñada para que los derechos de las mujeres sean una concesión graciosa de los hombres, como si fueran una limosna o un premio puntual. Todo ello se corresponde con una idea de Igualdad entendida como lujo o capricho, que sólo debe ser contemplada cuando no haya nada más urgente o grave en lo que ocuparse, y siempre que se disponga de los recursos necesarios para poder hacerlo.
Este enfoque hace que los logros en los derechos de las mujeres se presenten como una sustracción a los derechos de los hombres, y con una temporalidad amenazada por cualquier cambio o circunstancia, como de hecho ahora vemos en algunas de las políticas desarrolladas por la derecha y la ultraderecha.
Por lo tanto, hay que derogar esta temporalidad.
2. Convenio sectorial y de empresas.
La situación de las mujeres en una democracia no puede depender de lo que cada hombre decida en su “empresa privada”. No hay otro sector que el social cuando hablamos de derechos y, por tanto, los acuerdos democráticos que nos damos para la convivencia y la Igualdad deben comprometer a toda la sociedad. No se puede tener Igualdad a ratos ni en determinados lugares, como no se tiene libertad o justicia por momentos ni en ciertos espacios.
En conclusión, el único espacio a considerar para el “convenio de la Igualdad” es el de la propia sociedad.
3. La ultraactividad de los convenios.
La Igualdad no es ante la ley, ni en la empresa, ni en la familia o en las relaciones, eso es tan sólo una consecuencia. La Igualdad como derecho humano es esencial a la propia condición de persona como parte de su dignidad. Por eso debemos evitar la trampa de un machismo revestido de formalidad, capaz de reconocer derechos sobre las circunstancias de las personas, pero no en ellas. Es lo que sucede con las mujeres cuando trabajan, cuando conviven en familia o cuando tienen un problema legal, que, a pesar de las limitaciones y brechas, son protegidas por la legislación, pero luego se los niegan como personas en sociedad por considerar que ocupan una posición inferior a los hombres dentro de la jerarquía androcéntrica.
El reconocimiento de la Igualdad y de los derechos de las mujeres debe tener esa ultraactividad más allá de las circunstancias donde desarrollen sus funciones, y sin limitación alguna a determinados momentos de sus vidas.
4. La subcontratación.
Del mismo modo, también hay que evitar la trampa machista de la subcontratación, que lleva a que las mujeres sean “subcontratadas” para hacer lo que los hombres no quieren hacer. Es lo que ocurre con las tareas domésticas, en las que las mujeres emplean cada día un 97,3% más de tiempo que los hombres, o en el cuidado de hijos e hijas, al que aplican un 25,8% más de tiempo diario (CIS, marzo 2014). La situación es similar a lo que ocurre en el mercado laboral, en el que las mujeres son “subcontratadas” para ocupar los puestos del desempleo, la precariedad y la parcialidad horaria.
El objetivo, pues, debe ser acabar con esta subcontratación machista.
5. El despido.
Nada de lo anterior podría conseguirse sin el despido de las mujeres como instrumento del machismo, para apartarlas de cualquier espacio de influencia y poder que pueda amenazar la supremacía masculina. Un despido que para el machismo, dueño y señor, siempre es objetivo y procedente, y que, incluso, no duda en utilizar la violencia de género cuando considera que hay razones “disciplinarias” para apartarlas de su lugar o de sus argumentos. Una situación tan terrible que llega a “despedirlas” de la vida con una media de 60 veces cada año por medio de los homicidios por violencia de género. Y todo ello ante la pasividad y el negacionismo de una parte significativa de la sociedad.
En consecuencia, también hay que erradicar este despido de la sociedad.
Como se puede ver, la empresa de la democracia y la convivencia debe derogar el machismo. Y debe hacerlo ya.
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No podemos permitir que estos elementos sean los que definan nuestras relaciones en sociedad, y que sea la empresa androcéntrica la que imponga sus normas y pautas para que luego las acciones sean desarrolladas por la constructora “Machismo e hijos, S.A.”. Curiosamente, la única sociedad anónima con “hombres y apellidos”.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
El machismo se ha de derogar, la injusticia social que genera y la violencia que ejerce contra las mujeres y cualquier persona incluida en sus grupos discriminados, exige acabar con las circunstancias de esta normalidad impuesta.
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