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¡Qué escándalo!: Se compran votos

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Primero fue ETA, después se aprovechó la repercusión mediática del insulto racista a un jugador de fútbol negro proferido por algunos espectadores del estadio del Valencia Club de Fútbol en un partido al que asistían 46.000 espectadores. Cuando parecía que ya no había espacio para más interferencias en la campaña electoral, sale a la luz una práctica, desgraciadamente ancestral que, según los historiadores especialistas, tiene su origen en las relaciones clientelares que definen el régimen político de la Restauración (1874) en el que en todas las elecciones generales se producían fraudes electorales y atentados contra la libertad del voto, propiciados por personas o autoridades que tenían poder e influencia para torcer o doblegar la verdadera voluntad de los electores.  

Todo lo que está sucediendo alrededor de las denuncias de la compra de votos me recuerda la insuperable escena de la película Casablanca, cuando el capitán Renault, jefe de la Gendarmería francesa, entra en el Café de Rick, local de esparcimiento que regentaba un personaje de agitada vida que encarna Humphrey Bogart. El capitán conocía perfectamente que en un apartado funcionaba un casino clandestino. Entra sorpresivamente y al contemplar el espectáculo, con fingido tono indignado exclama: ¡Qué escandalo: aquí se juega! Inmediatamente el encargado de local aparece con parte de las ganancias en un sobre que entrega al capitán que sin ningún disimulo se lo guarda. Es un verdadero monumento al cinismo que sirve para retratar la postura de la derecha y sus terminales mediáticas ante la aparición de casos mínimos de posibles compras de votos.

Lo sucedido en Melilla y en otras localidades tiene precedentes en anteriores elecciones democráticas y nunca había escuchado o leído tanta algarabía y desmesura por parte de algunos medios de comunicación

Lo sucedido en Melilla y en otras localidades tiene precedentes en anteriores elecciones democráticas y nunca había escuchado o leído tanta algarabía y desmesura por parte de algunos medios de comunicación, a cuarenta y ocho horas de la apertura de los colegios electorales. Me imagino que son conscientes del daño que están causando al sistema democrático y a la credibilidad de los ciudadanos en las contiendas electorales. Se están traspasando los límites del ejercicio responsable de la profesión periodística. Lo sucedido en Melilla y en otras localidades tiene precedentes que, en su día, fueron resueltos por la Junta Electoral Central. En mi opinión disponemos de uno de los mejores sistemas de Administración electoral en cuanto a su funcionamiento, formalidades y garantías. ¿Merece la pena debilitarlo por vender un titular sesgado y engañoso?  

Las posturas y las opiniones que se están leyendo y escuchando por parte de los medios de la derecha transmiten una imagen distorsionada de la realidad. Nadie, en su sano juicio, puede pensar que nos enfrentamos ante un masivo fraude electoral. ¿Pretenden alterar el resultado de las elecciones municipales y autonómicas o proporcionar munición abundante para poner en cuestión su limpieza, en el caso de que los resultados sean desfavorables para el PP?

Hay que situar los hechos en su verdadero contexto y no transmitir sesgadamente la sensación de que se trata de una corrupción generalizada encabezada por un determinado partido político, en este caso el PSOE, sino que nos encontramos ante una reproducción a muy pequeña escala de la historia del caciquismo español. No hay la menor duda de que el votante del próximo domingo puede configurar su voto según los intereses que directamente le afecta. No es otro que el recto y buen funcionamiento de los servicios que proporcionan las corporaciones locales y las autonomías, sin ninguna otra connotación externa.

Repasen los periódicos de mayor difusión de este viernes. Someto a la consideración del lector la imparcialidad y la ecuanimidad de los titulares que aparecen, llamativamente destacados, en sus primeras páginas. Diario El Mundo: “La sucesión de escándalos trunca el final de campaña del PSOE”. Por si no era suficientemente exagerado, a continuación otro titular: “Trama de veinte votos comprados para vencer en un pueblo de Murcia con el jefe de formación del PSOE en la trastienda”. Y la guinda final para rematar su tendencioso posicionamiento:  “Mojácar, la ruta del pucherazo: el estanco de Juana Torres, el chiringuito playa Juana y el Aku Aku  Sánchez”. Espero que los que lo lean descifren el jeroglífico. El ABC: “Sánchez calla ante el alud de escándalos de compra de votos que cercan al PSOE”. La Razón: “El mapa del fraude acecha al PSOE a 48 horas del 28-M”. Termino con La Voz de Galicia, cuyo titular me parece, a primera vista, ejemplar en relación con los anteriores: La compra de votos en varias localidades enturbia el final de la campaña”, si no fuera acompañado por un artículo de opinión que se titula “Trumpismo de andar por casa, en el que no faltan alusiones a Cuba, Venezuela, Rusia y a la ministra de Igualdad. Ustedes juzguen.

El tiempo corre y por tanto entramos en esa fase que nuestras normas y hábitos electorales denominan día de reflexión. Me permito hacer un llamamiento a todos los votantes para que decidan el sentido de su voto y lo orienten en función de sus intereses y el bienestar común. Parodiando a un presidente mexicano, tengo la impresión de que hoy nuestro querido país está lejos de la reflexión y muy cerca de la patraña y la manipulación. Espero y deseo equivocarme, por el bien de nuestra democracia.

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José Antonio Martín Pallín es abogado y comisionado español de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra). Ha sido Fiscal y Magistrado del Tribunal Supremo.

Primero fue ETA, después se aprovechó la repercusión mediática del insulto racista a un jugador de fútbol negro proferido por algunos espectadores del estadio del Valencia Club de Fútbol en un partido al que asistían 46.000 espectadores. Cuando parecía que ya no había espacio para más interferencias en la campaña electoral, sale a la luz una práctica, desgraciadamente ancestral que, según los historiadores especialistas, tiene su origen en las relaciones clientelares que definen el régimen político de la Restauración (1874) en el que en todas las elecciones generales se producían fraudes electorales y atentados contra la libertad del voto, propiciados por personas o autoridades que tenían poder e influencia para torcer o doblegar la verdadera voluntad de los electores.  

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