Está ya admitido que en enero de 2020 empezó una legislatura que en realidad han sido varias. La legislatura de la pandemia, que se declaró a menos de cien días de la configuración de la primera coalición de PSOE y Unidas Podemos; la legislatura del advenimiento de los fondos europeos, cuando el presidente retiró a los quemados del Gobierno y celebró un 40º Congreso del PSOE de fuegos artificiales y acrobacias aéreas y, al poco, la legislatura actual, la de la guerra de Ucrania y Alberto Núñez Feijóo, que llegaron juntos una madrugada disparando la inflación y la intención de voto del Partido Popular.
Han cambiado tanto las circunstancias y los actores políticos desde la última vez que votamos que realmente solo hay dos constantes que marcan una línea de continuidad: que el PP ha intentado desde el primer momento que, cuanto antes, se celebrasen elecciones generales y que el Gobierno ha sacado adelante todos los años los Presupuestos Generales del Estado, dos consecutivos hasta ahora y tiene unos terceros en el horno. Hacienda cree que los puede aprobar. Pablo Casado pensó que la debilidad parlamentaria de Sánchez no soportaría la pandemia, pero la pandemia facilitó el acuerdo para los primeros presupuestos de legislatura, los de 2021. Los que se negociarán en las próximas semanas serán los últimos y, según creen en el Ejecutivo, la crisis energética y la incertidumbre económica pueden contribuir a volver a conseguir los apoyos para las cuentas de 2023. Mientras, Alberto Núñez Feijóo mira el reloj y al árbitro, a ver si pita el final de un partido, que cuando él vino ya contaba con que el Gobierno estaba agotado.
Paradojas de la política entrópica: las incertidumbres han propiciado el mayor periodo de estabilidad política desde 2015. Se sostiene sobre un bloque heterogéneo de grupos de izquierdas, regionalistas, nacionalistas e independentistas que ha permitido desplegar al Estado frente a las múltiples y variadas situaciones sobrevenidas. Con altibajos, a veces a trompicones y con mucho ruido, en el Congreso hay una mayoría constructiva que se remanga ante los problemas, negocia y generalmente suma (lo de la reforma laboral es un caso aparte).
Ese bloque de “comunistas, filoetarras y sediciosos” que configuran el bautizado como Gobierno Frankenstein es el que permite con sus votos que España se alinee con la Comisión Europea para contener los precios de la energía mientras que el PP, el partido al que las encuestas sitúan como alternativa, termina siempre al margen de las respuestas a los grandes problemas. Por méritos propios y ajenos. Porque el Gobierno se las averigua para que no quepan o porque ellos solos se enredan en planteamientos inexplicables con el objetivo casi obsesivo de subrayar la diferencia con Sánchez. A veces se sitúan en posiciones imposibles: ¿Cómo puede Núñez Feijóo prometer la eliminación de la excepción ibérica si España está pagando mucho menos que la gran mayoría de los países europeos gracias a este mecanismo? ¿Cómo puede acusar al Gobierno de “voracidad” y “felonía fiscal” y apoyar la medida con la que Bruselas pretende recaudar 140.000 millones de euros recortando los beneficios de las eléctricas?
Paradojas de la política entrópica: las incertidumbres han propiciado el mayor periodo de estabilidad política desde 2015
Es legítimo que los partidos midan sus intereses electorales al diseñar sus movimientos, lo hacen todos, lo hacen los gobiernos; pero lo llamativo es que en ese cálculo al PP nunca le salga rentable ser útil y formar parte de las soluciones. ¿Los votantes penalizan que se implique? ¿El electorado conservador sólo quiera leña al mono? ¿La presencia de Vox condiciona tanto las estrategias como para que el PP no encuentre incentivos para buscar el entendimiento con el Gobierno? Quizá sí. Quizá han demonizado tanto a Pedro Sánchez y sus apoyos que al PP solo le sume restar, solo le valga atizar. En frente, una constelación de grupos pequeños, con procedencias ideológicas y territoriales distintas, han construido su relato político en torno a su aportación al conjunto y su influencia en el Estado en las tres legislaturas en una que llevamos desde enero de 2020. Y algunos venían de intentar romper España.
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Inma Carretero es periodista, licenciada en Ciencias de la Información y Ciencias Políticas. En la actualidad es la responsable de la sección de Nacional de la Cadena Ser.
Está ya admitido que en enero de 2020 empezó una legislatura que en realidad han sido varias. La legislatura de la pandemia, que se declaró a menos de cien días de la configuración de la primera coalición de PSOE y Unidas Podemos; la legislatura del advenimiento de los fondos europeos, cuando el presidente retiró a los quemados del Gobierno y celebró un 40º Congreso del PSOE de fuegos artificiales y acrobacias aéreas y, al poco, la legislatura actual, la de la guerra de Ucrania y Alberto Núñez Feijóo, que llegaron juntos una madrugada disparando la inflación y la intención de voto del Partido Popular.