“Miremos adelante dejando el pasado en manos de Dios”. Así se despidió el cardenal Juan José Omella de la presidencia de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que ha ocupado durante los últimos cuatro años, en un discurso con citas de Juan Pablo II y la afirmación solemne "cum Petro et sub Petro”. Dejaba clara así su adhesión al Papa Francisco cuando no fue así en el cumplimiento de sus directrices imperativas en relación con los agresiones sexuales a menores en la Iglesia católica. La CEE fue una de las conferencia episcopales más reticentes y retrasadas en las investigaciones.
En el discurso no se refirió ni una sola vez el “crimen vil” de la pederastia, como lo ha calificado el papa Francisco, ni a las víctimas ni a sus depredadores. ¿Se protegía así de toda responsabilidad en su muy criticada gestión de la pederastia por propios y extraños, sobre todo por las víctimas, dejando el juicio en manos de Dios con la confianza de no ser castigado por tamaño pecado de complicidad?
No es la primera vez que el cardenal Omella eludía su responsabilidad ante tan graves hechos dentro de la Iglesia católica como la agresiones sexuales contra niños, niñas, adolescentes y jóvenes indefensos por parte de miembros de todo el cuerpo eclesiástico. Ya la eludió públicamente ante los numerosos medios de comunicación que le esperaban a la salida del encuentro al que el Papa había convocado a los obispos españoles en el Vaticano para tratar de la pederastia. En la rueda de prensa posterior a la reunión el cardenal dijo que no habían tratado el tema y que el papa no les había tirado de las orejas.
“A las víctimas las recordamos siempre”, respondió en la Asamblea Plenaria de la CEE Juan José Omella a preguntas de los medios de comunicación tras su último discurso en la inauguración de la Asamblea Plenaria de la CEE el pasado lunes. A la puerta de la sede episcopal en la madrileña calle de Añastro se concentraban pacíficamente ese día personas de varias asociaciones de víctimas de la pederastia religiosa con pancartas. Denunciaban las humillaciones de las que han sido objeto durante décadas, acusaban a la CEE de minimizar los casos de pederastas y de víctimas en su informe “Para dar luz”, en el que no aparecen 325 casos de congregaciones y diócesis entregados al Defensor del Pueblo, y exigían reparación conforme a la gravedad de los delitos cometidos. Solo el obispo de Bilbao se detuvo y se dignó a conversar con ellas. El resto pasó de largo, algunos sin siquiera mirarlas, como he podido comprobar en algunas fotos.
Era la oportunidad para escucharlos, creer sus relatos, co-sentir com-pasión, pedirles perdón y comprometerse en su presencia a reparar los daños causados. Pero no, prefirieron hacer la vista gorda y darse prisa para entrar en el aula episcopal
La escena me recuerda la parábola del Buen Samaritano con la que Jesús respondió a la pregunta de un maestro de la ley: “¿Quién es mi prójimo?”. Ante la persona malherida de la parábola, el sacerdote y el levita se desviaron del camino y pasaron de largo. Solo un samaritano —considerado hereje por los judíos—, movido a compasión, le atendió, le curó las heridas, le subió a su cabalgadura, le llevó al mesón y le cuidó. “Hacer tiempo para quienes sufren”, afirma el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti, es la nueva forma de compasión, que los obispos, salvo uno, no practicaron.
Teniendo a las víctimas a la puerta, lo correcto, lo evangélico, lo cristiano, lo ético, lo humano era que los obispos las hubieran invitado a entrar en el aula episcopal para exponer los dolorosos testimonios de las agresiones sexuales sufridas, la soledad con la que las han vivido, las secuelas psicológicas dejadas en el cuerpo y en la mente y la revictimización cuando sus testimonios no eran creídos. Era la oportunidad para escucharlos, creer sus relatos, co-sentir com-pasión, pedirles perdón y comprometerse en su presencia a reparar los daños causados. Pero no, prefirieron hacer la vista gorda y darse prisa para entrar en el aula episcopal y elegir a los nuevos cargos directivos de la CEE. Burocracia frente a com-pasión. De nuevo un jarrón de agua fría en el invierno eclesiástico que están sufriendo las víctimas de la pederastia.
El segundo día de la reunión episcopal, tras la elección de Luis Argüello, arzobispo de Valladolid, como presidente, y del cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, como vicepresidente, ambos se encontraron con las diferentes asociaciones de víctimas que seguían a la puerta de Añastro. Las víctimas acogieron agradecidos el gesto, si bien se han mostrado cautelosos tras ser informados del talante conservador de la Comisión Ejecutiva del episcopado elegida y conocer como conocen a Luis Argüello, uno de los mayores negacionistas del episcopado español, que desde el principio redujo los casos de pederastia a “unos pocos”, mostró su oposición a abrir los archivos de las diócesis, calificó de parciales y no contrastados los informes del diario El País, consideró discutido y discutible el Informe del Defensor del Pueblo y llegó a decir: “no estamos por la labor de hacer investigaciones sociológicas y estadísticas, sino conocer a cada víctima y posible agresor con nombres y apellidos”. ¿Se producirá el milagro? Vamos a esperar.
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Juan José Tamayo es teólogo de la liberación. Su último libro es 'Pederastia. ¿Pecado sin penitencia?' (Erasmus, 2024).
“Miremos adelante dejando el pasado en manos de Dios”. Así se despidió el cardenal Juan José Omella de la presidencia de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que ha ocupado durante los últimos cuatro años, en un discurso con citas de Juan Pablo II y la afirmación solemne "cum Petro et sub Petro”. Dejaba clara así su adhesión al Papa Francisco cuando no fue así en el cumplimiento de sus directrices imperativas en relación con los agresiones sexuales a menores en la Iglesia católica. La CEE fue una de las conferencia episcopales más reticentes y retrasadas en las investigaciones.