Me gustaría proponer un concepto a propósito de las manifestaciones que han tenido lugar estos días en las calles contra el acuerdo de investidura y la Ley de Amnistía: lo llamaré “la ley de hierro de la impotencia de la derecha moderada”.
Veamos. Estas manifestaciones no forman un bloque homogéneo: como siempre ocurre, albergan tendencias diferentes en su seno que luchan por enarbolar un sentido único de la movilización. Todo movimiento, sea de protesta o de gobierno, se encuentra siempre en un cierto grado de tensión por su definición, generalmente mayor cuanto más incipiente es el movimiento. Ciertamente, hay un sentido general en estas movilizaciones: el de una derecha, la española, que históricamente considera ilegítimo todo ejercicio del gobierno y el poder que no sea el suyo. Pero, además, dentro de ese bloque de protesta reaccionario la lucha por la hegemonía se dirime entre varios actores y sentidos posibles.
El sector dominante agrupa a votantes enfadados del PP y Vox. Se articulan en torno a las ideas fuerza de políticas neoliberales (recortes públicos, rentismo, ventajas fiscales para la oligarquía), cosmovisión conservadora en lo moral y nacionalismo centralista. El conflicto catalán ha servido de detonante en las calles, pero actúan al compás en las instituciones y en todos los frentes de esas ideas fuerza: al mismo tiempo, el juez García Castellón intenta emprender acciones judiciales contra Puigdemont y este viernes conocíamos que el PP quiere tramitar por vía de urgencia una derogación de facto de la ley LGTB en la Comunidad de Madrid.
Otro grupo lo forman grupos militantes y partidos de extrema derecha tradicional, en los márgenes de Vox, franquistas o neonazis. Con poca visibilidad, consideran que incluso un gobierno del PP y en algunos casos Vox sería todavía demasiado suave, y que es la propia Constitución, la división de poderes, la policía o la democracia parlamentaria lo que hay que combatir.
Un sector, diría que minoritario, quiere pintar esta protesta en clave antisistema. Se trata de presentar estas manifestaciones como un nuevo 15M, donde “el pueblo” expresaría masiva y espontáneamente su disgusto con el establishment. Este sector alt-right, concentrado en torno a figuras como Iker Jiménez, los antivacunas o los conspiranoicos, lleva mucho tiempo adoptando máscaras antisistema o contenidos superficialmente de izquierdas, que utilizan para blanquear posiciones reaccionarias.
El bloque en su conjunto se enfrenta a un dilema irresoluble.
Por el lado de sus componentes “anti-sistema”: estos componentes ideológicos son demasiado superficiales. A diferencia de lo que potencialmente puede ocurrir en Francia o en Alemania, no ofrecen una articulación de visiones mayoritarias o populares que logre absorber la simpatía de izquierdas. Se nota demasiado el lado pardo, y no engañan apenas a ningún “obrero rojo”, que en España mantiene su voto de izquierdas. No tienen pues, más allá de los sueños húmedos de algún columnista, perspectivas de crecimiento.
Cuando los liberales o conservadores presuntamente moderados se apoyan en los reaccionarios radicales para frenar a gobiernos progresistas, quienes ganan son siempre los reaccionarios radicales
Por el lado del sector numéricamente mayoritario: si el PP continúa tolerando que su avanzadilla ideológica y política la constituya Vox o incluso, como en estos días, fuerzas más radicales, la pelea la perderán siempre los primeros. Los siglos XIX y XX han demostrado con creces una ley política invariable que me gustaría denominar “la ley de hierro de la impotencia de la derecha moderada”. Los liberales y conservadores bienintencionados y que se quieren a sí mismos moderados harían bien en aprenderla de una vez por otras. Esta ley de hierro, ya formulada con toda precisión por Marx en El 18 Brumario, dice lo siguiente: cuando los liberales o conservadores presuntamente moderados se apoyan en los reaccionarios radicales para frenar a gobiernos progresistas, quienes ganan son siempre los reaccionarios radicales, y en los peores casos, por las vías expeditivas del golpe de Estado, la guerra civil o la dictadura; lo que acaba destruyendo también, por supuesto, a los propios conservadores presuntamente moderados, que acaban, en el mejor de los casos, desalojados del poder y del sistema parlamentario o, en el peor, encarcelados o violentados. La derecha moderada se vuelve, pues, absoluta e invariablemente impotente en cuanto decide apoyarse en la derecha radical.
En el siglo XX esta ley adoptó la faz terrible de: o capitalismo o fascismo. Si había que elegir entre sacrificar la democracia o el capitalismo, se sacrificaba la democracia. Estaría bien que el siglo XXI hubiera aprendido algo y no pretendiera saltar por encima de esa ley de hierro. En España, este camino ha comenzado para el PP con la foto de Colón. Quizás no comprende que ceder la iniciativa a Vox y sus acompañantes es el camino para regalarles la hegemonía. A menos que el PP haya decidido convertirse de facto en un partido de derecha radical. Pero entonces al menos hablemos claro: muere de impotencia la derecha moderada, comienza el reino de la derecha radical.
Me gustaría proponer un concepto a propósito de las manifestaciones que han tenido lugar estos días en las calles contra el acuerdo de investidura y la Ley de Amnistía: lo llamaré “la ley de hierro de la impotencia de la derecha moderada”.