Fuego, purificación y silencio Pedro Vallín

En estos días, cuando han salido a la luz las conversaciones de los corruptos del PSOE, he sentido no haber dedicado un capítulo de mi último libro, publicado el mes pasado, a examinar los vínculos entre ser putero y corrupto. No es una correlación infalible desde luego, pero sí muy probable. Y aunque hay mujeres corruptas, y en el PP de Madrid tenemos varios ejemplos, es posible ver un sesgo de género en la corrupción, sesgo que incluye la relación entre ser corrupto y putero. Incluso a veces pareciera que uno de los beneficios de ser corrupto es poder acceder a esos deseados “volquetes de putas”.
En mi libro intento argumentar, como han hecho muchas otras teóricas antes de mí, que la prostitución no es una práctica individual, aunque también lo sea, sino que es una institución social que construye una determinada realidad y también, especialmente desde la extensión del feminismo, determinadas subjetividades masculinas. La prostitución la sufren ellas (todas nosotras) pero la instauran, la mantienen y se benefician los hombres (todos los hombres también, aunque no sean puteros). Cualquier conversación sobre esta institución debería hablar sobre ellos. No deja de resultar curioso que parece haber más gente que critica a los puteros que gente que se declara contraria a la institución prostitucional. Eso se consigue sacándoles a ellos de la ecuación.
El feminismo es un componente imprescindible en cualquier actitud ética
En las conversaciones que se han conocido de la panda Santos/Ábalos/Koldo se habla sin pudor de saltarse todas las líneas éticas que deben mantenerse en la política, pero no hay unas líneas éticas para la política y otras para la vida, son las mismas. Y el feminismo es un componente imprescindible en cualquier actitud ética; un componente determinante de las relaciones sociales, de la actividad política o profesional. En estas conversaciones se habla de ir de putas como quien va a un restaurante y elige la comida; las mujeres son la comida. Y eso dice mucho de la concepción que estos personajes tienen de las mujeres y de la igualdad. Me pregunto qué tipo de desdoblamiento hipócrita permite defender el feminismo en público y después, en privado, hablar y pensar así de las mujeres. Resulta extraño, pero no es inusual. Un amigo me dijo un día que si las mujeres supiésemos lo que los hombres hablan de nosotras cuando no estamos presentes, no volveríamos a dirigirles la palabra. Estoy segura –quiero creer– que no son todos los hombres y que cada vez son más los que se sienten incómodos con esas conversaciones, pero, en todo caso, es evidente que entre estos no están los puteros.
La corrupción se sustenta sobre una personalidad que únicamente busca el beneficio personal, que piensa que lo puede comprar todo: cosas, voluntades, cuerpos… y esto implica, en cualquier caso, no atender a consideración alguna acerca del bien común o del bienestar general, desentenderse de las necesidades de los otros/as. Por cuestiones que tienen que ver con la socialización patriarcal diferenciada, hacer esto es más sencillo para los hombres que para las mujeres. El capitalismo produce y alienta una corrupción casi industrial, la de las grandes corporaciones, en las que todo se pone al servicio de la ganancia económica de la empresa y donde la corrupción es casi una manera burocrática de funcionar; aquí la culpabilidad puede incluso no ser estrictamente personal. Pero después están los corruptos de los partidos políticos, de las asociaciones, para quienes el beneficio obtenido va más allá de lo económico. En el caso de los hombres es muy probable que dicha personalidad corrupta se sustente en rasgos de lo que se llama en feminismo “masculinidad hegemónica”, una de cuyas características principales es la búsqueda de la sensación de poder. Recordemos que para muchos hombres la principal (a veces la única) posibilidad de sentir poder tiene que ver con su relación con las mujeres. Estas personas suelen tener un alto concepto de sí mismas, creerse superiores a las mujeres y a otros hombres, especialmente a aquellos que no se aprovechan de manera tan evidente de sus privilegios masculinos. Los corruptos buscan dinero, pero también quieren aumentar su autoestima, engrandecer el concepto que tienen de sí mismos. Son hombres que se ven y se viven como poderosos, piensan que controlan el medio en el que se desenvuelven y que pueden utilizar el sistema en beneficio propio. Finalmente, el uso que hacen de las instituciones es el mismo que hacen de las mujeres a las que utilizan para conseguir beneficios subjetivos.
La prostitución es una institución que tiene la función de socavar la igualdad entre hombres y mujeres y de ofrecer a los hombres que la utilizan sentido de superioridad sobre las mujeres, “plusvalía de dignidad genérica”, como la llamó la teórica islandesa Anne Jonasdottir, quien sostiene que en sociedades formalmente igualitarias y en las que las mujeres han alcanzado su independencia económica, es esa plusvalía genérica que los hombres extraen de las mujeres, a través de determinadas instituciones, la que ayuda a que, a pesar de todos los esfuerzos, aquellos sigan ostentando el poder social. Porque la desigualdad entre hombres y mujeres no es sólo económica, es también cultural y simbólica, y la prostitución es una de esas instituciones, quizá la más importante, que permite a los hombres fortalecer su autoestima, extraer esa plusvalía de género de las mujeres, esa conciencia de su propia importancia sobre ellas. Les permite también “descansar” subjetivamente de esa obligación contemporánea de considerar a las mujeres como iguales.
El feminismo es una ética basada en la defensa de la igualdad. Eso implica, por parte de los hombres, renunciar a determinados privilegios, entre ellos el de utilizar esa institución que procura que todos los hombres del mundo, por el hecho de serlo, puedan tener acceso sexual a mujeres a cambio de un precio (un precio siempre adaptado a todos los bolsillos). La prostitución es un privilegio masculino porque, precisamente, procura que todos los hombres, todos, puedan tener acceso sexual a mujeres: es universal e interclasista. Es un espacio en el que poder ejercer la desigualdad de manera ritual y socialmente tolerada. Pero también es un espacio en el que manifestar poder sobre otros hombres (ya sabemos que los hombres poderosos tienen acceso a muchas y a “mejores” mujeres) Es ese espacio en el que los hombres hablan entre ellos de sus correrías puteras porque esto se convierte en una marca de prestigio y no tendría sentido llevarlas en secreto. La institución prostitucional también funciona en ocasiones como un estabilizador social, un espacio en el que muchos hombres buscan compensar las frustraciones y presiones que pueden sentir ante su pérdida de poder e influencia frente a las mujeres. La historia nos muestra también que no son pocas las veces en que los empresarios han tratado de compensar con acceso barato y fácil a la prostitución determinadas situaciones laboralmente insoportables. En cuanto a la corrupción política, el espacio prostitucional ofrece un ámbito de igualación entre corruptos, de complicidad, de establecimiento de lazos masculinos, de “pactos entre varones”, y esa es una de las razones de que muchos contratos, formales o informales, se firmen en el prostíbulo. En la actualidad, la prostitución se configura como una ritualización compensatoria de la masculinidad tradicional más machista. La institución prostitucional es un lugar de corrupción social, una manera permitida de sortear la igualdad que se está imponiendo en todos los espacios. Un hombre que utiliza la prostitución es siempre un machista.
Finalmente, si queremos acabar con los puteros es imperativo acabar con la prostitución. Resulta sorprendente criticar a los puteros y no a la institución que los fabrica y los mantiene. Al mismo tiempo, resulta imposible declararse feminista y no sentir repugnancia por esa forma de hablar de las mujeres que implica necesariamente una forma concreta de pensar en ellas y de relacionarse con ellas, pero que no es nueva, sino la forma cosificadora y despreciativa que el patriarcado impone desde siempre y que la institución prostitucional permite hacer realidad.
Estoy convencida de que la institución prostitucional es una forma institucionalizada de corrupción social en tanto que permite obviar que la igualdad entre hombres y mujeres es un pilar de la democracia, de la misma manera que la corrupción política o económica permite sortear tramposamente los fundamentos básicos de la democracia y de la convivencia social. He leído que Pedro Sánchez cesó a Ábalos porque supo que era un putero, no porque supiera nada de su corrupción; bien está. Los partidos políticos deberían saber que donde hay puteros hay un tipo muy concreto de corrupción social que puede derivar con mucha facilidad en corrupción política. Toda sociedad democrática debería aspirar a estar libre de corruptos y libre de puteros.
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Beatriz Gimeno es exdirectora del Instituto de las Mujeres.
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