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¿Por qué nos meten miedo?

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Nativel Preciado

El miedo es un instinto primario, crónico y más contagioso que un virus. A pesar de que el Gobierno niega el desabastecimiento, la gente ha entrado en pánico ante un posible apagón eléctrico y se ha lanzado a las ferreterías para comprar linternas, velas, pilas y bombonas de camping gas. Desde que algunas organizaciones alertaron sobre el encarecimiento del 300% de los costes del transporte marítimo, la falta de componentes industriales y una sobredimensión del mercado del consumo, se han vaciado las estanterías dedicadas a las compras navideñas. Durante la pandemia, en los días previos al confinamiento, nadie sabe por qué extraña razón, se acabaron las existencias de papel higiénico. Parece que el consumidor, víctima de una especie de hipnosis colectiva, compra más por necesidad, por miedo a perderse algo que tienen los demás. Mi buzón se inunda de publicidad con listas de productos imprescindibles para sobrevivir al blackout que, aseguran, se va a producir a gran escala y podría afectar a España durante semanas.

El miedo al gran apagón se ha convertido en una de las cuestiones con mayor volumen de búsquedas en Google. Miedo, pánico o incertidumbre son palabras que en estos días tienen una presencia abrumadora en los medios de comunicación. Da la impresión de que vivimos más asustados que nunca, pero puedo dar fe de que es una falsa impresión. Yo he vivido media docena de crisis planetarias. Recuerdo levemente la del petróleo en 1973 y algo mejor la del colapso del sistema monetario internacional de Bretton Woods en 1979. Pero nunca olvidaré la del cambio de milenio en el 2000, incrementada por el ataque terrorista del 11-S. Esa sí que fue apocalíptica. A los potentados les dio por construirse refugios antinucleares en el jardín de casa o en la finca. Un bunker privado de uso unifamiliar costaba, en aquellos tiempos, alrededor de los ocho millones de pesetas (unos 50.000 euros). Desde entonces no levantamos cabeza. Enseguida vino la crisis de las hipotecas subprime del 2008 que provocó un colapso financiero global, incluida la escasez de alimentos y la caída bursátil a escala internacional. No nos dio tiempo a recuperarnos de esta última cuando llegó el covid-19 que paralizó el planeta. La última siempre nos parece la peor, aunque siempre es difícil precisar, “peor que cuándo” o “peor en qué”.

No quisiera convertir la anécdota en categoría, pero es un hecho que vivimos en una sociedad atemorizada. No se trata de dar pábulo a las teorías conspiranoicas, pero al poder le interesa meternos el miedo en el cuerpo. La manipulación política que utiliza el temor para gobernar existe antes de que el Príncipe tomara las magistrales lecciones de Maquiavelo. La mezcla de miedo, decepción, resentimiento, indignación y deseos de venganza es un buen caldo de cultivo para el auge de los populismos. Lo explica mejor que nadie Anne Applebaum, Premio Pulitzer y una de las primeras cronistas que alertó de las peligrosas tendencias antidemocráticas en Occidente, en su libro El ocaso de la democracia: la seducción del autoritarismo (Debate). La autora estadounidense, que pasó recientemente por Madrid para recoger el premio Francisco Cerecedo 2021, está casada con el político conservador polaco Radoslaw Sikorski (exministro de Defensa y de Exteriores) y vive desde hace años en Varsovia. En este caso, los datos personales son significativos, pues explican cómo a través de su propia experiencia ha vivido, paso a paso, cómo el autoritarismo ha desplegado sus armas de seducción entre sus viejas amistades, con las que, por cierto, rompió toda clase de vínculos.

Digo que explica bien el proceso porque su libro comienza con la fiesta que ofrece el matrimonio Sikorski en su casa solariega, para celebrar la entrada del nuevo milenio durante la Nochevieja de 1999. Allí estaban todos sus amigos, representantes del establishment polaco de centro derecha, algunos diplomáticos y corresponsales extranjeros. Entonces eran todos favorables al Estado de derecho, alineados con los democristianos o los liberales del resto de Europa. Veinte años más tarde, en agosto de 2019, celebraron otra fiesta donde apenas quedaba rastro de sus viejos amigos con los que ya no existe la menor conexión. Aunque les anticipe cómo termina el libro, no les arruino la lectura, pues merece la pena conocer cómo fue el proceso que convirtió a gran parte de sus amigos demócratas en adictos al régimen de los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczyński. Dichos hermanos fundaron el partido ultraderechista Ley y Justicia, que llevó al país al declive democrático a través del control de los medios de comunicación, la supervisión judicial, el endurecimiento de la ley antiaborto, el rechazo del matrimonio homosexual y la eutanasia y la promesa de un referéndum sobre la pena de muerte. Cando Lech, presidente de Polonia, murió en un accidente de aviación, su hermano Jaroslaw se presentó como candidato a las elecciones para sustituirlo, pero perdió las elecciones. 

¿Por qué sus amigos liberales derivaron hacia el ultranacionalismo y el sentimiento antieuropeo? ¿Cómo se dejaron seducir por el autoritarismo? Los líderes populistas no llegan al poder por la mera existencia de personas que admiran a los demagogos y les atraen sus mensajes simples y radicales. Requieren, además, aliados políticos, ejércitos de burócratas y unos medios de comunicación que les faciliten el camino. Necesitan contar con quienes den voz a sus quejas, manipulen el descontento, canalicen la ira y, sobre todo, el miedo. Y, por supuesto, expertos que sepan utilizar un sofisticado lenguaje jurídico para distorsionar las leyes o, en caso de necesidad, violar la Constitución. Sin escritores, intelectuales, panfletistas, blogueros, asesores de comunicación, productores de programas de televisión y creadores de memes no llegarían tan lejos. Estas élites, bien remuneradas, polarizan la política y difunden las teorías de la conspiración a través de las redes sociales. Cada vez menos gente soporta la bronca permanente entre los políticos, el malestar que transmiten los informativos de televisión, el ritmo vertiginoso de las redes sociales, la lentitud de cualquier gestión administrativa, los impedimentos de la burocracia, el mal funcionamiento los tribunales…

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A través de las páginas del libro, Applebaun recorre Europa y se detiene en los lugares que conoce bien: la Polonia de los gemelos Kaczyński, en la Hungría de Orbán, en el Reino Unido de Johnson, en los EEUU de Trump y en la España de Vox, para explicar cómo sus respectivas complejidades provocan hartazgo y apatía en la gente que termina por entregarse con gusto a quienes prometen acabar con el caos, restablecer el imperio de la ley y recuperar el orden. La autora asegura que la derecha populista europea está dispuesta a socavar las instituciones y destruir todo lo que existe, con tal de llegar al poder lo antes posible.

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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.

El miedo es un instinto primario, crónico y más contagioso que un virus. A pesar de que el Gobierno niega el desabastecimiento, la gente ha entrado en pánico ante un posible apagón eléctrico y se ha lanzado a las ferreterías para comprar linternas, velas, pilas y bombonas de camping gas. Desde que algunas organizaciones alertaron sobre el encarecimiento del 300% de los costes del transporte marítimo, la falta de componentes industriales y una sobredimensión del mercado del consumo, se han vaciado las estanterías dedicadas a las compras navideñas. Durante la pandemia, en los días previos al confinamiento, nadie sabe por qué extraña razón, se acabaron las existencias de papel higiénico. Parece que el consumidor, víctima de una especie de hipnosis colectiva, compra más por necesidad, por miedo a perderse algo que tienen los demás. Mi buzón se inunda de publicidad con listas de productos imprescindibles para sobrevivir al blackout que, aseguran, se va a producir a gran escala y podría afectar a España durante semanas.

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