Durante más de un año se estuvo especulando desde numerosas tribunas, tertulias y medios sobre la inminente caída del Gobierno de coalición. Y lo que empezó como especulación, rápidamente se vistió de verdad indiscutible. La pregunta no era si Pedro Sánchez iba a caer o no, la pregunta era cuándo lo haría. Y tras los malos resultados en las elecciones autonómicas y la posterior convocatoria de elecciones generales, rápidamente se resolvió esa única duda: el 23 de julio se acabaría con “el sanchismo” y Alberto Núñez Feijóo sería el nuevo presidente del Gobierno.
El problema es que a Sánchez lo dieron por muerto en 2016 tras la expulsión de la secretaría general del PSOE, pero volvió, reconquistó su partido y ganó la presidencia del Gobierno. Lo volvieron a dar por muerto en 2020 con la emergencia del Covid-19 y la crisis económica derivada de él, pero aguantó la pandemia y aprobó tres presupuestos generales y una reforma laboral mientras veía cómo decapitaban al líder de la oposición. Y, finalmente, a Sánchez lo dieron por muerto el 23J pero acabó cayendo de pie y teniendo la posibilidad de repetir gobierno de coalición. Tal vez la lección es no dar por muerto a Sánchez. Y sobre todo, no confundir los propios deseos con la realidad. Fueron muchas las certezas y afirmaciones expresadas con la rotundidad de aquel que ya se cree ganador las que se deshicieron como un azucarillo el día de las elecciones. Y desde entonces todo se ha vuelto un lento esperar.
La oposición sigue en shock viviendo en el manifestódromo de Colón del que no ha salido desde 2019 y, mientras tanto, las fuerzas progresistas se juegan la legislatura armando una mayoría cada vez más complicada
Feijóo todavía se siente demasiado lejos de la realidad como para aceptar públicamente que ganar en número de votos no te permite gobernar si nadie quiere pactar contigo según la Constitución Española. También se siente demasiado lejos de nuestra historia como para aceptar que igual que el PP pactó el Gobierno de Aznar con Jordi Pujol en 1996 a cambio de millones de euros, acabar con los gobernadores civiles e indultar a presos de Terra Lliure, hoy también se pueda pactar con los independentistas a cambio de un proceso de reconciliación nacional llamado amnistía. Pero, sobre todo, los que están demasiado lejos de Feijóo y sus advertencias apocalípticas son los españoles, que ya están cansados de escuchar cada semana y media que España se acaba desde hace por lo menos cinco años. Y ahora, con la cada vez más cercana posibilidad de que se vuelva a reeditar un gobierno de coalición, este ruido no va a dejar de tronar. El ruido de investidura.
Hemos visto cómo ERC y Junts han accedido (unos mediante comunicado y otros mediante polémica fotografía en Bruselas) a un acuerdo sobre la amnistía que, en otras palabras, es un acuerdo sobre la investidura. Hemos visto cómo la oposición se manifiesta con periodicidad dominical todos los fines de semana en contra de la amnistía (y por lo tanto de la investidura) con cada vez menor éxito de convocatoria. Hemos visto, por lo tanto, cómo todos los actores de esta partida política que nadie esperaba hace tan solo unos pocos meses han tomado posiciones y nos acercamos ahora al desenlace de este alargado acto con una sesión de investidura que se celebrará presumiblemente la semana que viene. La oposición sigue en shock viviendo en el manifestódromo de Colón del que no ha salido desde 2019 y, mientras tanto, las fuerzas progresistas se juegan la legislatura armando una mayoría cada vez más complicada. El reto no solo está en sacar adelante la investidura, que es algo que ya casi se da por hecho, sino en domar todo ese ruido de investidura que, me temo, no cesará una vez se haya constituido el gobierno, sólo se transformará. Y, sobre todo, el reto será gobernar el país con una dependencia total de unos socios cuyos incentivos para no ser leales a un gobierno de coalición en apuros legislativos cada vez serán mayores una vez conseguida la amnistía y con unas elecciones en Euskadi y Cataluña en el horizonte.
Durante más de un año se estuvo especulando desde numerosas tribunas, tertulias y medios sobre la inminente caída del Gobierno de coalición. Y lo que empezó como especulación, rápidamente se vistió de verdad indiscutible. La pregunta no era si Pedro Sánchez iba a caer o no, la pregunta era cuándo lo haría. Y tras los malos resultados en las elecciones autonómicas y la posterior convocatoria de elecciones generales, rápidamente se resolvió esa única duda: el 23 de julio se acabaría con “el sanchismo” y Alberto Núñez Feijóo sería el nuevo presidente del Gobierno.