Los amables lectores podrán discutir todo lo que quieran sobre la génesis y el papel de la UME. Incluso discrepar de mí sustancialmente. Quizá algunos de ellos tengan otras pruebas. Espero que discrepen menos sobre la documentación que se recoge en esta entrega. La garantía, dada al Duce por Antonio Goiecoechea en nombre de la UME y de los monárquicos, de sublevarse si las izquierdas llegaban al poder, aun cuando fuese por medios legítimos. ¿Conclusión única e inesquivable? ¡LAS IZQUIERDAS NO TENÍAN DERECHO A VOLVER A EJERCER EL GOBIERNO!, algo que quizá a muchos de quienes lean estas líneas podría parecer como un anticipo lejano de lo que han insinuado dos partidos políticos actuales.
Las informaciones de esta entrega datan de octubre de 1935. Por favor, no lo olviden. Ténganlo presente. Gobernaba entonces la coalición radical-cedista. El presidente del Consejo era Alejandro Lerroux. El ministro de la Guerra, José María Gil Robles. El jefe del EM del Ejército de Tierra, un tal Francisco Franco. Mi documentación procede de los archivos italianos, esos que pocos historiadores de derechas han visitado en busca de detalles sobre el vector fascista en la conspiración monárquico-militar. Aquí reproduzco lo sustancial. Se trata de dos papelines. Extracto el segundo porque es bastante largo. Son informes que Goicoechea elevó previamente a conocimiento italiano, quizá para que se tradujeran al DUCE o para que se le prepararan las respuestas adecuadas. Como comprenderán los amables lectores, el todo se vio impregnado del más rancio patriotismo derechista español. Estaban diseñados probablemente para llegar al corazoncito de Mussolini.
Como comprenderán los amables lectores, el todo se vio impregnado del más rancio patriotismo derechista español
VISION DE LA SITUACIÓN POLÍTICA COMPARTIDA POR LA UME
La actual Constitución de la República refleja en sus puntos principales: tendencia socializante, tendencia separatista o desintegración de la unión nacional y laicismo en la educación. El ideal del primer Gobierno de la República fiel al llamado pacto de San Sebastián en el que se acordó la coalición de fuerzas sociales revolucionarias y antinacionales que dieron nacimiento a la República.
La incorporación de fuerzas de derechas al régimen presupone el propósito de cambiar la actual Constitución y esto no lo consiente el régimen por vías pacíficas. La revolución de Octubre estalló para impedir el acoso al Gobierno de la República de las fuerzas revisionistas de procedencia monárquica (sic). La revolución fracasó merced a la reacción instintiva del Ejército (sic) y por este fracaso se soporta a fortiori la presencia de esas fuerzas políticas en el poder.
La CEDA y su jefe Gil Robles han cometido el enorme error que pudiera llegar a ser histórico de no utilizar la enorme reacción nacional ante el fracaso revolucionario para intentar algo definitivo. Perdieron la ocasión en noviembre y hoy se debaten en una táctica de tipo populista transaccional e impunista que ha asegurado a las fuerzas revolucionarias la posibilidad de reconstruir todos sus elementos de combate.
Únase a esto la ineficacia de la acción gubernamental de las derechas que actúan en el poder, por falta de hombres capacitados que formen los cuadros de mando, y es clara la visión de una próxima y arrolladora reacción izquierdista en el terreno electoral si logran un frente único y los votos de la masa sindicalista, otras veces abstenida y posiblemente movilizada por la campaña proamnistía y la exigencia de supuestas responsabilidades en la represión de la Revolución de Asturias.
Ese peligro es visible y la organización militar de cuyo estado actual se dan detalles más adelante ha comprendido que se acerca el obligado momento de su intervención, si quiere salvar al Ejército de una nueva intervención de tipo triturador como la que sufrió en período anterior.
Los partidos del pacto de San Sebastián en vísperas de la revolución de Octubre, cuyo triunfo creyeron seguro, expresaron su simpatía y solidaridad moral con el movimiento en unas notas publicadas antes de estallar este.
El Ejército no olvida esto. Hoy, la organización militar aprovecha el paso de Gil Robles por el Ministerio de la Guerra, en la forma que luego se indica, para robustecerse, pero sin aceptar transacciones futuras con la Revolución o con los partidos que expresaron su simpatía por ella en las notas de octubre.
La U.M.E. acepta el statu quo presente y toda posible evolución hacia la derecha, pero con la consigna de intervenir violentamente en el momento que la política oscile hacia la izquierda facilitando la participación en el poder de algunos de los partidos coaligados en la revolución de Octubre.
Por su tendencia populista es seguro que Gil Robles no se atreva a acaudillar un movimiento de este tipo desde el Ministerio de la Guerra, pero la U.M.E lo hará en el momento que él abandone el Ministerio por el cambio de política indicado.
El plazo máximo en el que culminará la reacción izquierdista en el terreno electoral puede ser de unos seis meses. De aquí a entonces y en vista de este peligro la U.M.E. aprovecharía cualquier ocasión propicia para intervenir, impidiendo el auge de ese movimiento de opinión y por esto se necesita que con la mayor urgencia estén en el poder del comité directivo los elementos que se solicitan para que, unidos a los proporcionados en España, sean garantía de una acción rápida, eficaz y definitiva.
[Los amables lectores observarán que el destacado líder monárquico, con más conchas que un galápago, silenció que la supuesta reacción instintiva del Ejército se hizo en el marco de la proclamación oficial por parte del Gobierno —en el que todavía NO estaba Gil Robles— del estado de guerra. No hay que suponer que la omisión la hizo por descuido].
A la anterior nota se añadió otra, mucha más larga, de la UME sobre su situación interior. En ella se mencionaron las iniciativas adoptadas, en particular en materia de cambios de mandos; los enemigos en el seno del Gobierno (los había), en particular en el Ministerio de la Gobernación (Manuel Portela Valladares) quien con el jefe de la Oficina de Información y Enlace, el capitán Vicente Santiago Hodson; además, hacían gestiones para que Gil Robles se convenciera de que el subsecretario general Fanjul, el jefe del EMC general Franco y su segundo, el general Sánchez-Ocaña Beltrán, eran miembros de la UME. No dejaron de señalar que mucho del personal que los rodeaba eran enemigos del ministro y de la CEDA. Quizá exageraran, pero ciertamente unos y otros algo conocían de la conspiración. Ahora bien, ni el inmarcesible político señor Gil Robles (otro con más conchas que un galápago que hoy olvidan cuidadosamente sus dos últimos biógrafos, que yo conozca), ni Franco ni muchos miembros de la UME lo señalaron públicamente.
Portela y Santiago dirigían, en efecto, una vigilancia estrecha sobre la UME y habían penetrado en su cúpula directiva. No sirvió de nada. Tampoco que el general Goded, adversario de Franco, informara al presidente de la República de que “el ejército no podría aceptar o consentir que el poder fuera a manos de las izquierdas más o menos extremistas”. Alcalá-Zamora (que no era precisamente un “genio”) estimó que ello “envolvía una coacción, cuando no una amenaza, que venía a mediatizar la libertad de acción de la primera magistratura del Estado”. Y se quedó tan tranquilo aunque, a decir verdad, se lo comunicó al sucesor de Lerroux, Joaquín Chapaprieta, y este pasó el “recadito” a Gil Robles, todavía ministro de la Guerra. Don José María no hizo el menor caso. Estaba cerca de Dios y era evidente que los católicos a machamartillo nunca se equivocaban. [Tampoco extrañará que de ello no dijera ni pío en sus tan cacareadas memorias, que hay que tomar con varias toneladas de sal].
Por lo demás, no cabe pasar por alto que, en su audiencia de octubre de 1935 con el Duce, al distinguido conspirador monárquico y “amiguete” que ya sería Goicoechea no se le olvidó babear pidiendo fondos con los que contribuir a la “causa”. No sabemos si los obtuvo en aquella ocasión. El servicio de información de la embajada española en Roma señaló pocos días después que Goicoechea regresó para arreglar algunos asuntos entre los monárquicos. Evidentemente, nada impide que tal vez visitara otra vez al Duce. Pero de esto, ¡ay!, no he encontrado evidencia documental.
En todo caso no fueron buenos momentos para importunar a Mussolini. El “hombre del destino” había dado el paso decisivo para ampliar su Impero en África. Sus tropas habían entrado en Etiopía a sangre y fuego. Ciertamente, cuando terminó la conquista, Goicoechea, esta vez apoyado por Calvo Sotelo (palabras mayores) y Primo de Rivera volvió a la carga y mientras Juan Antonio Ansaldo negociaba los contratos del 1º de julio unos quince días antes se pusieron de acuerdo para solicitar a Mussolini más “perras”. Una sublevación necesitaba armas, pero también money, money, money. Todo por la Patria. Es un tema muy importante al que volveré más adelante. Ruego a los amables lectores que no se lo pierdan.
Una pregunta: ¿Se les ha ocurrido al señor general de División Rafael Dávila —quien vende centenares de su librito a lectores que lo devorarán ansiosos gracias a mis críticas— o el profesor de Historia Julio Gil Pecharromán o el catedrático de Derecho Administrativo profesor Alejandro Nieto decir algo sobre todo lo que antecede en sus magnas obras, tan recientes y aleccionadoras? Porque, en mi modestísima opinión, no se trata de temas irrelevantes.
Lo que todavía se ignora es si el espía infiltrado en la UME supo de la conexión con los fascistas italianos o no. Pero desde que se conocen aquellas actividades, afirmar que el “Alzamiento militar no iba dirigido contra la República sino contra el Gobierno del Frente Popular” (Nieto, p. 164) es más que discutible. Claro que lo copió de Mola, que andaba a la busca de adeptos y de incautos para animarles a la rebelión.
(Continuará. Ver aquí capítulo anterior).
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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.
Los amables lectores podrán discutir todo lo que quieran sobre la génesis y el papel de la UME. Incluso discrepar de mí sustancialmente. Quizá algunos de ellos tengan otras pruebas. Espero que discrepen menos sobre la documentación que se recoge en esta entrega. La garantía, dada al Duce por Antonio Goiecoechea en nombre de la UME y de los monárquicos, de sublevarse si las izquierdas llegaban al poder, aun cuando fuese por medios legítimos. ¿Conclusión única e inesquivable? ¡LAS IZQUIERDAS NO TENÍAN DERECHO A VOLVER A EJERCER EL GOBIERNO!, algo que quizá a muchos de quienes lean estas líneas podría parecer como un anticipo lejano de lo que han insinuado dos partidos políticos actuales.