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El vector fascista en la conspiración contra la República (4/20): El paralelo apoyo civil en la "paz" de Franco

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La Síntesis de 1968 fue el canto del cisne del SHM desde el punto de vista de las grandes interpretaciones de la guerra civil. El primer volumen, de 1945, no tuvo sucesor. Mejor dicho, hubo uno, pero después de varias versiones no llegó a publicarse ninguna. Se conservan en borrador. Las órdenes debieron de ser tajantes y el SHM, lógicamente, se plegó. Las circunstancias exteriores habían cambiado. El régimen pugnaba por mantenerse lo más quietecito posible mientras aceptaba cambios cosméticos derivados del resultado de la segunda guerra mundial. Había que esperar, agazapados, a que pasara por delante el cadáver del enemigo y moverse cuando y en las direcciones que fuera posible: el Vaticano, América Latina, los países árabes, los neutrales. Había que hacer propaganda en los albores de la guerra fría. Franco sabía pertinentemente que ni franceses, ni británicos ni norteamericanos harían nada en contra de él. Su dictadura no presentaba peligro alguno hacia el exterior, solo hacia el interior, y con ello las potencias occidentales no tenían problema alguno.

Hacia 1945 se reestructuraron los esfuerzos un tanto disgregados que se habían efectuado desde la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de Falange y los Ministerios de Educación Nacional, Gobernación y Asuntos Exteriores. Apareció una fantasmagórica Oficina Informativa Española (OIE), conocida de los bibliófilos por haber publicado un panfleto de más de 160 páginas titulado Las Brigadas Internacionales. La ayuda extranjera a los rojos españoles. Sin autor y sin introducción previa. “Reprodujo” algunos documentos (que no he visto después citados en ninguna otra obra). No hubo la menor indicación de procedencia. Los errores que contenía son incontables.

De cara al exterior, Alberto Martín Artajo, que había creado la Oficina de Información Diplomática (OID), especificó toda una serie de justificaciones que, según él, explicaban el “Alzamiento Nacional”. Estaban en línea con la doctrina asentada desde casi los comienzos mismos de la guerra. Recordemos: en la primavera de 1936, los españoles vivían “bajo la tiranía más despótica”. Miles y miles de asesinatos se cometieron “en la zona roja”. Fue lógica la respuesta “entusiasta de una masa nacional, capaz de sacudirse el yugo intolerable con el que la oprimía la tiranía demagógica”. En cambio, los españoles de la zona que intentaba salvar a España ofrecieron su “acatamiento de la pura doctrina cristiana y a la autoridad de la Cátedra de San Pedro”. La España de Franco era, en consecuencia, “una nación en la plenitud de su vigor”.

Al frente de la OID se puso a uno de los adalides propagandísticos de la “España nacional” durante la guerra: Luis María de Lojendio e Irure. Sus tres hermanos (los diplomáticos Miguel María y Juan Pablo y el catedrático de Derecho Político Ignacio María) y él se convirtieron en soportes fundamentales de la versión franquista. Sus repercusiones llegan, más o menos adaptadas, a la actualidad.

En la fundamental renovación ministerial de julio de 1951 se creó un nuevo ministerio, el de (Des)Información y Turismo, bajo la égida de Gabriel Arias-Salgado. Lo dirigió durante once años seguidos. Rápidamente dio comienzo a una intensa labor de propaganda algo más sofisticada. Los instrumentos no variaron demasiado, pero se modernizaron.

Muchos recordarán, tal vez, la colección de folletos Temas Españoles, bajo el sello de una fantasmagórica enseña denominada Publicaciones Españolas. En ellos nunca constó su dependencia gubernamental. Una omisión que en la España de la época no engañaba a nadie. Tal dependencia fue directa del nuevo Ministerio. No lo fue, sin embargo, de la Dirección General de Prensa, que estaba a cargo de uno de los periodistas más connotados de la época (Juan Aparicio López), ni tampoco de la Dirección General de Radiodifusión (bajo el control del no menos connotado Jesús Suevos Fernández). Se encuadró en la Dirección General de Propaganda con el rango de Sección.

No sorprenderá que el responsable tras su creación fuese el conocido historiador Florentino Pérez Embid (posterior director general de Información en su denominación más presentable, pero que siguió encubriendo la vil censura de libros y publicaciones de toda índole). Le auxiliaba el entonces catedrático de Filosofía Rafael Calvo Serer, que pasó años después a la oposición al franquismo. Ambos eran miembros del Opus Dei. El jefe de la Sección fue José Cepeda Adán, a la sazón profesor adjunto provisional de Historia Moderna en la Universidad de Madrid y posterior catedrático. Así, pues, por la parte civil entre académicos quedó el juego. En este nuevo juego, nombres ilustres como Palacio Atard, Seco Serrano y otros posteriormente ilustres y superreconocidos historiadores echaron sus pequeñas o grandes aportaciones. Habían seguido las huellas abiertas por toda una serie de autores de entre quienes Herbert R. Southworth no dejó títere con cabeza.   

Franco sabía pertinentemente que ni franceses ni británicos ni norteamericanos harían nada en contra de él. Su dictadura no presentaba peligro alguno hacia el exterior, solo hacia el interior

Lo que los historiadores civiles podían dar de sí lo muestra un folletito firmado por un tipejo con seudónimo (Blasco Grandi) al servicio del nuevo Ministerio. Hoy es difícil de encontrar, pero afortunadamente Fernando Hernández Sánchez me proporcionó un ejemplar. Deja chiquitas las alucinaciones militares. Su explicación de cómo los gloriosos generales, jefes, oficiales y suboficiales españoles tuvieron que enfrentarse con un enemigo mortal que, con el cuchillo entre los dientes, se disponía a asaltar la vieja civilización de la católica España, se resume en las siguientes líneas, en las que no añado ni quito nada:

La iniciación del movimiento insurreccional [comunista] seguirá a la explosión de cinco petardos. Inmediatamente deberá simularse una agresión al Centro de la CNT, a la que seguirá una huelga general y las revueltas en los cuarteles. La agresión, naturalmente, será clasificada de fascista y los sectores, en recíproco estado de defensa, comenzarán su función: ocupación del Palacio de Comunicaciones, el de la Presidencia y el de la Guerra (…) Un sector especial, compuesto de hombres armados con metralletas y bombas de mano, tomará al asalto el Ministerio del Interior (sic)”. [Quizá para fingir mejor una autoría italiana, no se utilizó la denominación habitual y oficial].

Este era, pues, el escenario en que nos movíamos al comenzar el histórico mes de julio de 1936. En una Casa del Pueblo (sic) de una pequeña provincia castellana una frase de Lenin, en grandes letras negras, asombraba al pueblo: “Nuestro manual de teoría es la acción".

La formación del Frente Popular, había dicho hacía muy pocos meses Dimitrov, es una necesidad. ¿No pueden unirse los comunistas, socialdemócratas, católicos y otros trabajadores? “Camaradas, os recuerdo la vieja historia de la captura de Troya. Troya resultaba inaccesible a los ejércitos que la combatían, merced a sus grandes y poderosos murales. Pero el caballo de Troya penetró hasta el corazón del campo enemigo”. El caballo de Troya era la dialéctica de la colaboración de todos con todos.

En julio, la verdad, “el golpe de Estado comunista sobre la base de la organización citada parecía irreprochable y maduro”. Nadie dejaba de saber que el 1º de agosto parecía ser ya, al fin, la fecha fijada, la “jornada roja” de España.

La situación era tan densa, tan duramente apretada, que la inspiración entrañable del pueblo, su intuición histórica, su genio, modificó todos los cálculos. Desde primeros de julio la gente no contenía ya su cólera. Desde el hontanar tradicional de España aparecía a la superficie, como el hilo fresco de un río invisible, pero intacto en su potencia histórica, la decisión del pueblo español de no permanecer al margen de los acontecimientos. Al revés, de sustraerse a ellos y cambiarlos. Desde todas las tierras españolas se llamaba al Ejército. Nadie sabía qué pasaba, pero era cierto que algo nuevo latía…

(Tomado del panfleto titulado Togliatti y los suyos en España, Temas Españoles, nº 118, Publicaciones Españolas, Madrid, 1954, pp. 12s, disponible en Amazon.com por algo más de 40 dólares y en Abebooks.co.uk por poco más de 10 libras, sin incluir gastos de envío).

Seguramente existirán historias documentadas del Ministerio de (Des)Información y Turismo, tanto en la etapa de Gabriel Arias-Salgado como de Manuel Fraga Iribarne. No he adquirido ninguna, pero imagino que quizá no se hayan examinado sus notables aportaciones a difundir la estulticia entre los españoles. Veo difícil que este tipo de afirmaciones tuviera mucha penetración en el público extranjero a través de los esfuerzos, sin duda sobrehumanos, de los consejeros de Información y Turismo o meramente de Información.

“Grandi” simplemente “subió” al Ministerio algunas de las estupideces que circulaban entonces en la España de Franco. La más absurda y grotesca se debió, muy probablemente, a un carlista llamado B. Félix Maiz. Su primer libro se tituló Alzamiento en España. De un diario de la conspiración, Gómez, Pamplona, 1952. [He encontrado un ejemplar en AbeBooks por algo más de 40 dólares más gastos de envío. Aseguro a los lectores que, si quieren pasar un rato divertido, merece la pena la inversión].

Sería, por lo demás, perfectamente improcedente no citar en la senda de Pérez Embid a otro eminente miembro del Opus Dei, el catedrático de Historia y eclesiástico Federico Suárez Verdeguer. No sé si un santo, pero sí un historiador de pena. Su libro Manuel Azaña y la guerra de 1936 (Rialp, Madrid, 2000, en el mercado a un precio que no llega a los 20 euros) contiene dos partes, una de las cuales aborda la sublevación. ¿Sus fuentes? En la medida en que las cita, para el caso que nos ocupa son de tercera o cuarta mano. Destacan en particular las de algunos autores franceses ligados a la Action Française y que el buen padre tomó como trabajos de historia. De Suárez, que hizo una publicación previa en una revista que no deseo mencionar, pasaron a dos eminentes marinos españoles, los contralmirantes Reyes Moreno de Alborán, y de ellos, por mímesis creativa, a un catedrático muy significado de la Universidad CEU - San Pablo. Misterios….

(Continuará. Ver aquí capítulo anterior)

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.

La Síntesis de 1968 fue el canto del cisne del SHM desde el punto de vista de las grandes interpretaciones de la guerra civil. El primer volumen, de 1945, no tuvo sucesor. Mejor dicho, hubo uno, pero después de varias versiones no llegó a publicarse ninguna. Se conservan en borrador. Las órdenes debieron de ser tajantes y el SHM, lógicamente, se plegó. Las circunstancias exteriores habían cambiado. El régimen pugnaba por mantenerse lo más quietecito posible mientras aceptaba cambios cosméticos derivados del resultado de la segunda guerra mundial. Había que esperar, agazapados, a que pasara por delante el cadáver del enemigo y moverse cuando y en las direcciones que fuera posible: el Vaticano, América Latina, los países árabes, los neutrales. Había que hacer propaganda en los albores de la guerra fría. Franco sabía pertinentemente que ni franceses, ni británicos ni norteamericanos harían nada en contra de él. Su dictadura no presentaba peligro alguno hacia el exterior, solo hacia el interior, y con ello las potencias occidentales no tenían problema alguno.

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