Los del "ni guapa voy a poder decir a una mujer por la calle"’han dejado de decirlo bajito. Son también los del "si no quiere que la miren, que no se ponga esa ropa", los del "si lo va buscando, ¿qué esperas que pase?", los del codo en la barra, la cobardía en la frente, los pies encima de la mesa y el "vaya calzonazos el que ayuda a su mujer en casa".
Hemos hecho mal en mofarnos de ellos y subestimar su odio, también en llamarles neandertales, cuando sin duda estábamos frente a misóginos de pata negra dispuestos a esperar el tiempo que hiciera falta para devolvernos a la España que pone a la mitad de la población a sus pies y nos catapulta, a nosotras y de un empentón, de vuelta a la cocina. Los escuchas hablar en una marquesina, o en una terraza, y por un momento te preguntas si no serán personajes de El Ministerio del Tiempo atrapados en un fotograma de 2023. Parecen haber despertado de un coma de cinco décadas, pero nosotras, que los hemos visto morderse la lengua, que hemos presenciado su desprecio, su acoso y sus mal llamados micromachismos, lo sabemos mejor que nadie: los del "divorcio duro" han tolerado nuestra presencia a regañadientes. No estaban en coma, no. Estaban vivos y aguardaban pacientemente que el altavoz cambiara de bando y que, lo que decían en bajito en la calle (y a gritos dentro de sus casas), llegase a las instituciones. Si lo dicen estos, la gente les vota y presiden Cortes, por qué no voy a decirlo yo.
Ya no tienen por qué esconderse.
Son los que piensan que tienen criadas en lugar de compañeras de vida. Los que no perdonan que su Dolores un día dejara de hacer honor a su nombre y se fuera de casa. Los de "tu hermana te ha metido aire en la cabeza". Los que nunca perdonaron a Dolores que saliera adelante con la ayuda del Estado. Los de "dónde vas a ir tú sin mí".
A cualquier sitio.
Los que piensan en su fuero interno que el Estado les ha arrebatado a su sirvienta con todas esas patochadas modernas, contando a su mujer que era libre de soñar con otra vida, de irse, de volver a trabajar, que empezar de cero a los 60 años no era ninguna vergüenza, y que nunca hizo falta que nos dieran un bofetón para dar un portazo.
Son los asistidos. Los que se sienten estafados y llaman mantenidas a sus exmujeres por cobrar una pensión justa mientras rabian porque un día tuvieron que ir al trabajo con la camisa sin planchar
Son los asistidos. Los que se sienten estafados y llaman mantenidas a sus exmujeres por cobrar una pensión justa mientras rabian porque un día tuvieron que ir al trabajo con la camisa sin planchar. Son los que no perdonan que la vida les forzara a aprender a los 45 años a usar una lavadora, o que la mantenida que les lavó los calzoncillos hasta el día mismo en que hizo la maleta y cerró detrás de ella, haya rehecho su vida. Para ahondar en la tristeza, piensan que no pueden ser machistas porque tienen dos niñas, pero han dejado que sus hijas crezcan pensando que ellas tenían la obligación de subir la compra, quitar la mesa y hacerle a él la vida más fácil. Hijas que, por cierto, aprendieron de su padre lo que no querrían jamás para ellas, porque se cansaron de oír llorar a sus madres diciendo aquello de "Hija, no dependas nunca de un hombre".
Y en ello están.
La misoginia es ese traje tallado a medida en cuerpos de hombres que ni siquiera saben que lo llevan. Es esa segunda piel que asoma a veces contra su voluntad y les recuerda que no están cómodos escuchando a una mujer, reconociendo su valía, respetando la autoridad que les da su cargo, aprendiendo de ellas. También los habrás visto balbuceando y escupiendo su odio al volante cuando te adelantan. Se suelen llevar la mano a la sien con gesto de "si es que eres tonta". Segundos después, te los encuentras en el semáforo, porque por mucho que los imbéciles quieran correr, el semáforo se pone en rojo para todos.
Alguien dijo a los del "divorcio duro" que podían camuflar su odio bajo la alfombra de lo políticamente incorrecto. Que odiar ya no era motivo de bochorno. Que odiar era punk. Por eso ya no les tiembla el pulso ni la voz; ellos sí saben contra quién votarán el 23J: votarán contra nosotras.
En algún lugar de España, Dolores es ya Lola. Canta, lee, friega sólo para ella y se descubre a sí misma sonriendo, por fin, consciente de que cada día desempolva una vida no vivida y recorre la nueva a brazos llenos, cogiendo carrerilla.
No la llames Dolores, llámala Lola. Ella también tiene claro contra quién votará.
Los del "ni guapa voy a poder decir a una mujer por la calle"’han dejado de decirlo bajito. Son también los del "si no quiere que la miren, que no se ponga esa ropa", los del "si lo va buscando, ¿qué esperas que pase?", los del codo en la barra, la cobardía en la frente, los pies encima de la mesa y el "vaya calzonazos el que ayuda a su mujer en casa".