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Las dos amenazas que con más evidente peligro se ciernen hoy sobre la humanidad –la pandemia de covid-19 y la emergencia climática– son abordadas por los Gobiernos de todos los países con las vacilaciones y dudas propias de todo avance científico, pues solo desde los parámetros que establece el conocimiento real y comprobado de ambos fenómenos puede alcanzarse el éxito. Cuando la política pretende imponerse a la ciencia, el fracaso sustituye al éxito: el virus se propaga y el planeta se deteriora.
Sin embargo, tales amenazas, por graves que aparezcan, no deberían ocultar el hecho de que entre el mar Mediterráneo y el Arábigo hay encendida una mecha que chisporrotea hacia ese barril de pólvora formado por Israel e Irán. Esta amenaza, al contrario de las dos anteriores, es esencialmente política y, como tal, habrá de resolverse entre los dos límites clásicos: la guerra y la diplomacia.
La diplomacia negoció en 2015 un acuerdo internacional para controlar el rearme nuclear de Irán, sometido a las inspecciones de la ONU. Trump rompió el acuerdo tres años después e Irán reanudó sus actividades nucleares. La elección de Biden ha llevado a un nuevo entendimiento que otorga tres meses de plazo para alcanzar un acuerdo, aunque Irán pone como condición previa el levantamiento de las sanciones a las que está sometido.
En ambos bandos, no obstante, hay sobrados intereses para hacer fracasar cualquier acuerdo. El ataque ordenado por Biden a finales de febrero contra elementos proiraníes desplegados en la frontera sirio-iraquí ha jugado a favor de las facciones más duras de ambos países, las más propicias a la guerra que a la diplomacia.
Las elecciones a celebrar en breve en Israel y en Irán en junio impiden a Netanyahu –en débil posición personal– aceptar la vuelta a la anterior situación y dificultan en Irán la influencia de los partidarios de reanudar el acuerdo y dialogar con EE.UU.
La situación es tensa y delicada. Trump abandonó el acuerdo internacional a instancias de Netanyahu y EE.UU. ha venido adoptando una actitud hostil hacia Irán impulsado por Israel, Arabia Saudí y otros Estados recientemente sumados a esta alianza, como los Emiratos Árabes Unidos. Esta situación alcanzó un punto crítico en los últimos meses del mandato de Trump, con una proliferación de incidentes violentos que llegaron a bordear la guerra.
Ver másHacia una nueva política
Los cuatro años de "máxima presión" contra Irán bajo el mandato de Trump han resultado un fracaso. Las sanciones han perjudicado a la población, pero no han dañado al régimen político. La imprudente aproximación a la guerra ha estremecido a la humanidad, sabedora de la reforzada capacidad nuclear de Israel y de la infiltración iraní en otros conflictos de la zona. Es peligroso jugar con fuego.
Hay que volver a la diplomacia, no solo la de las palabras sino la de los hechos. Algunos pasos parecen obligados ahora por parte de Washington: entre ellos, aprobar la petición de Irán al FMI de un crédito de 5.000 millones de dólares, para afrontar la pandemia, y descongelar los activos iraníes en el exterior, para adquirir productos médicos y sanitarios.
De este modo podría reavivarse la tendencia a volver a los acuerdos de 2015. Además, con ello EE.UU. recuperaría su posición ante la comunidad internacional tras la errática política trumpiana, se perjudicarían las aspiraciones del sector duro iraní en las elecciones de junio y se frenaría a los sectores más belicosos de ambos bandos. El dilema vuelve a ser el de siempre: guerra o diplomacia.
Las dos amenazas que con más evidente peligro se ciernen hoy sobre la humanidad –la pandemia de covid-19 y la emergencia climática– son abordadas por los Gobiernos de todos los países con las vacilaciones y dudas propias de todo avance científico, pues solo desde los parámetros que establece el conocimiento real y comprobado de ambos fenómenos puede alcanzarse el éxito. Cuando la política pretende imponerse a la ciencia, el fracaso sustituye al éxito: el virus se propaga y el planeta se deteriora.
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