¿Qué acude a la dizque hacendosa mente de un europeo del norte al pensar en el sur de Europa y sus habitantes? Sol, playas, buena comida. Y siestas, muchas siestas. Tanto es así que, al parecer, hasta la troika europea se ha ocupado al respecto, promoviendo su eliminación, por improductiva (véase aquí). Mejor permanecer despierto rajándose el lomo y consumiendo, que dándole placer al cuerpo en el hervor de la tarde mediterránea, pues la siesta no casa con el espíritu del capitalismo, el que, bien lo sabemos, es protestante y de clima más bien turbio. Y la crisis no se supera con siestas.
Todo lo anterior es un cliché, por supuesto, parte de aquellos estereotipos que, a pesar de su aparente inanidad, influyen hasta en los estamentos gubernamentales más elevados. De las muchas cosas que se han dicho sobre los estereotipos, quizá la más certera sea la siguiente: todos los tenemos y nuestra mente opera, en una medida u otra, influida por los mismos. No es impensable que exista algún cisne negro, cuya mente sea tan líquida y pura como el agua bendita, pero la mayoría de los mortales debemos reconocer, tarde o temprano, que buena parte de las imágenes que tenemos de nuestros congéneres son burdas simplificaciones con cierta traza de realidad.
De esto no se escapa ni el más sabio ni el más erudito, o si no, considérese la siguiente afirmación: "Los negros de África tienen por naturaleza sentimientos que no se elevan más allá de lo trivial". La frase anterior, escrita en el siglo dieciocho, no la expresó un hacendado del sur de América, ni un explorador colonialista, sino nada menos que el gran Kant, una de las mentes más brillantes, según algunos, que jamás haya existido, y nada menos que en su libro sobre lo bello y lo sublime. Pero los estereotipos no suelen ser ni bellos ni sublimes, y el pobre Kant jamás dejó su pueblo ni habló con negro alguno y tuvo que basarse en información de segunda o tercera mano, común en su época. De haberlos, haylos, por tanto, hasta en las más finas entendederas.
Los estereotipos suelen ser parte del tejido de creencias de una cultura (o del imaginario colectivo, como suelen decir los pedantes), y su origen es complejo, pero tiene que ver de seguro con nuestra tendencia a categorizar, como ya dijera Allport, el gran estudioso del prejuicio, esto es, a simplificar la realidad para hacerla comprensible y manejable. De allí a la pereza mental no hay mucho trecho, por cuanto se trata de mecanismos –los del prejuicio y el estereotipo– que se supone ahorran energía psíquica y, ¿cuántas cosas no hace el ser humano por mera ociosidad? Se ha tendido a enfatizar el estereotipo como una visión negativa de los grupos estereotipados, pero este no es siempre el caso y existen estereotipos mixtos, que a la vez que denostan, quieren, o que respetan, detestan. Esta característica la explica mejor, creo, lo que se ha dado en llamar Stereotype Content Model, o el Modelo del Contenido Estereotípico. Este modelo explica no sólo esta característica mixta de muchos estereotipos, sino también ciertas regularidades en el contenido que otras teorías no contemplan, asociadas a estructuras sociales. Desarrollada por Susan Fiske y colaboradores, la teoría postula que los estereotipos tienen dos dimensiones: calidez y competencia.
Estas dimensiones están basadas en la elemental necesidad de protegernos de nuestros semejantes, de quienes no sabemos si serán una amenaza, ni su capacidad para dañarnos. Si un grupo no compite con el nuestro por recursos de algún tipo, lo consideramos cálido. Si lo hace, será considerado bajo en calidez. Si un grupo posee estatus alto, en algún sentido relevante, como el económico o el intelectual, se le considera competente. Si no posee estatus, será incompetente. Según este modelo, todo grupo social puede clasificarse en una de las cuatro combinaciones posibles de estas dimensiones, de acuerdo a su calidez baja o alta, o su competencia baja o alta. Un grupo puede estereotiparse como de alta calidez, pero baja competencia: los viejitos, por ejemplo. Otro será bajo en calidez, pero alto en competencia: a los jefes autoritarios solemos detestarlos, pero apreciamos su capacidad laboral. El modelo predice además emociones asociadas a estas categorías: si consideramos a un grupo como posible enemigo, esto es, con baja calidez emocional, pero con mucha competencia, la emoción asociada al estereotipo será de envidia, en general. Si, por el contrario, consideramos al grupo con calidez y sin competencia, la emoción prevaleciente será de compasión o lástima. Como dije, son posible los estereotipos, por tanto, que mezclan actitudes y emociones.
Ahora bien, aunque los estereotipos sobre grupos, como las naciones, pueden ser modificados a nivel individual o social por cambios históricos, cognitivos o emocionales, no es posible desembarazarse de ellos por completo, por más inteligente que uno sea o más títulos que se tenga. De esto no se salvan, y hasta se valen, los políticos europeos, algo que ha quedado en evidencia malsana durante esta última crisis económica. Baste leer lo que se ha dicho en los periódicos alemanes sobre Grecia desde hace tres o cuatro años para comprobarlo y lo mismo puede decirse de lo que piensan ahora los griegos de los alemanes, patentizado en todas partes.
En general, la actitud alemana para con los países del sur ha solido ser de afecto, compasión o condescendencia. En términos del modelo de Fiske el estereotipo de griegos, italianos o españoles posee una calidez alta, pero a la vez una competencia baja, ya que serán muy divertidos y afectuosos, pero no saben ni atarse los zapatos. Lo contrario ocurre con el estereotipo reverso: los españoles o italianos no ven a los alemanes con demasiada calidez, pero les atribuyen buena competencia laboral e intelectual, algo que predice envidia, que no falta en el sur.
Estas actitudes quizá promovían antes el turismo hacia el sur y la migración en busca de trabajo hacia el norte, no lo sé, pero desde el inicio de la crisis y la debacle económica de los países del sur, se ha convertido en deletérea en muchos sentidos, incluido el económico. ¿Cómo si no explicarse la tozudez alemana para con los presupuestos de dichos países, su insistencia en el ahorro, su pertinaz negativa a soltar el nudo que los ahorca? Toda calidez mermada, el estereotipo se ha modificado hasta incitar no la piedad paternalista de antaño, sino el desprecio de hogaño, que a la larga perjudicará a todo el mundo, norteños, sureños u orientales. Estereotipar es humano, pero inhumano persistir en el estereotipo cuando las consecuencias son tan flagrantes y amargas para muchos. Y como el ejemplo de Kant y muchos otros demuestran a las claras, es ingenuo pretender que el prejuicio y el estereotipo no juegan un rol en este embrollo, por más modernos y desprejuiciados que se crean los europeos: ni la Merkel ni Rajoy me parecen almas libres, la verdad. Y seguro que alguno admira y no quiere, y el otro quiere y no admira, aunque jamás lo admitan.
Los que se modificarán también con casi toda seguridad por la crisis son los estereotipos que se tiene de Europa en China o en India: el Viejo Mundo colonialista y próspero, al que se admiraba, pero no se quería, se convertirá en poco tiempo en el Viejo Mundo empobrecido y simpático, buen parque de atracciones y lleno de ruinas, incapaz, no obstante, de apañárselas con su economía y de actualizar su legado, pero al que habrá que prestarles dinero, pues no tendrán competencia, pero suscitan calidez y deseos de ayudar. Por ahora.
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Frans van den Broek es escritor peruano-holandés. Tiene estudios de biología y filosofía y es Doctor en Letras por la Universidad de Amsterdam. Ha publicado numerosos artículos en revistas como Claves y Revista de Libros. Colabora habitualmente en el blog Debate Callejero. En la actualidad, es Profesor en la Hospitality Business School de La Haya.
¿Qué acude a la dizque hacendosa mente de un europeo del norte al pensar en el sur de Europa y sus habitantes? Sol, playas, buena comida. Y siestas, muchas siestas. Tanto es así que, al parecer, hasta la troika europea se ha ocupado al respecto, promoviendo su eliminación, por improductiva (véase aquí). Mejor permanecer despierto rajándose el lomo y consumiendo, que dándole placer al cuerpo en el hervor de la tarde mediterránea, pues la siesta no casa con el espíritu del capitalismo, el que, bien lo sabemos, es protestante y de clima más bien turbio. Y la crisis no se supera con siestas.