No tenemos suerte con los ministros del Interior. El actual, Juan Ignacio Zoido, dijo hace unos días: “Hay que concienciar a las ONG de que no favorezcan la inmigración irregular”. Si no se lo creen pueden escucharlo en el vídeo anterior. ¿Afirma Zoido que rescatar a personas en el mar convierte a las ONG en cómplices de las mafias que se lucran del tráfico humano? Hubo escandalera y más que debió haber cuando se mostró sorprendido del efecto de sus palabras. Aunque la presión de la nueva política le forzó a pedir disculpas, no hay arrepentimiento. En su comparecencia el martes en la comisión parlamentaria, en teoría para matizar lo anterior, soltó otra perla que me deja muchas dudas sobre la capacidad intelectual del ministro: “No es nuestra responsabilidad que los inmigrantes decidan huir”.
Sé que es inútil, que la cohorte de asesores no seleccionará este texto, pero aquí dejo unas pinceladas para calmar la ignorancia del ministro.
- España es el sexto exportador de armas del mundo. Vendemos a 78 países. Algunos, como Egipto, Bielorrusia y Arabia Saudí, son dictaduras. Otros están en guerra o padecen conflictos internos: Irak, Afganistán y Ucrania. O tienen un pobre récord en el respeto de los derechos humanos: Turquía, Azerbaiyán, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Pakistán, China, Uzbekistán, Argelia, Burkina Faso, Chad… Hemos exportado a Arabia Saudí por valor de 1.245 millones de euros en 2016. Muchas de estas armas y municiones acaban en Siria y Yemen.
- Siria: 465.000 muertos, un millón de heridos, la mitad de la población ha tenido que dejar sus casas. El ministro puede profundizar en esta información de Al Yazeera titulada: “La guerra civil siria explicada desde el principio”. Sobre Siria también puede preguntar al hombrecillo insufrible por la foto de las Azores, las armas de destrucción masiva de Sadam Husein y la desestabilización de Oriente Próximo. O leerse este libro: La semilla del odio (Debate) de Mónica G. Prieto y Javier Espinosa o leerse esta entrevista.
- Yemen: 7.600 muertos y 42.000 heridos desde marzo de 2015, la mayoría en bombardeos de la coalición dirigida por los saudíes, nuestros compradores de armas. Las condiciones creadas por la guerra han provocado una epidemia de cólera que ya ha matado a 1.500 personas, según la OMS. El número de afectados potenciales supera los 276.000.
- Sobre nuestra responsabilidad y la de “ellos”. El siguiente vídeo es antiguo, pero sigue vigente porque nada ha mejorado. Los cambios han sido a peor. Los cambios a mejor dependen de las decisiones políticas de gobiernos como el suyo.
- Somos líderes en los recortes a la ayuda al desarrollo, que consiste en crear las condiciones en los países de origen para no tengan la necesidad de emigrar. El recorte acumulado es del 73,5%. Estamos a la cola de países donantes de la OCDE.
- Sobre la pobreza y su consecuencia mortal, el hambre. El 12% de los habitantes del planeta tiene hambre, hablamos de 842 millones de personas. Solo en 2010 murieron 200.000 niños al día. Aquí tiene más estadísticas.
Los presuntos deslices de Zoido tienen un sesgo ideológico. El problema es que no está solo, se mueve en la misma frecuencia ideológica de quien fuera primer ministro francés, Manuel Valls, ya oficialmente exsocialista, ideología que nunca defendió. La misma que Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, que han contaminado el discurso de la derecha democrática europea que ahora habla de identidad cuando en democracia lo único importante es que funcionen las instituciones. O de Donald Trump. Más allá de las diferencias, el tronco común: presentar al extranjero (pobre) como una amenaza económica o de seguridad.
En España carecemos de sociedad civil, con excepción de Cataluña, que ya existía antes de que estallara el procés como efecto de la crisis económica y de la torpeza del PP con el Estatut. En el resto del Estado, la sociedad civil sigue durmiente. Existe, pero no halla los cauces para expresarse. Ni la corrupción sistémica sirve de percutor. El PSOE y el PCE mataron el proceso asociativo en la Transición, muy rico en los barrios y en las asociaciones de vecinos. Los partidos de la izquierda no querían vida civil fuera de su control.
Pero esta sociedad paralizada que solo protesta en el bar y en Twitter tiene fogonazos de gran impacto. Hubo una movilización masiva en Andalucía en la defensa de la vía del 151 que daba paso a una autonomía de primera categoría. Las hubo tras el fallido golpe de Estado en 1981, en favor de Miguel Ángel Blanco y contra la guerra de Irak. La sociedad civil dormida despertó en el movimiento del 15M y lo hizo a lo grande. Se recuperaron los barrios, se multiplicaron las asociaciones, surgió Podemos, mutó Ciudadanos, cayó el bipartidismo, numerosos jueces valientes y policías de la UDEF y guardias civiles de la UCO comenzaron a poner cerco a la corrupción con pocos medios y con un gobierno, el de Zoido, que conserva munición gruesa para defenderse y defender sus cajas B y sus ordenadores martilleados.
Esa sociedad civil de las grandes ocasiones no sale a protestar por lo de todos los días, lo que nos limita como sociedad libre y democrática. Parece tan acostumbrada a la corrupción que el saqueo no provoca protestas como las que vivió Rumanía hace unos meses. Da envidia.
Los migrantes caen en ese mismo saco de invisibilidad que transforma las noticias en un runrún aceptable que incorporamos a la banda sonora de nuestras vidas. No hay movilizaciones (excepto la de Barcelona). Pero una porción de la sociedad civil está ahí, en el trabajo valiente de las ONG, de MSF y Open Arms en el Mediterráneo. O en los que trabajan a pie de tierra en Libia, Jordania, Turquía, Líbano, o en países europeos como Grecia e Italia, entre otros, para atender a miles de refugiados de la guerra de Siria e Irak, o a los migrantes del hambre, las enfermedades y la pobreza. Aquí, en la tierra prometida les esperan los campos de internamiento y tipos como Valls y Zoido.
Los medios de comunicación españoles publicaron muchas historias sobre el viaje de miles de refugiados sirios. Pero a los refugiados les ha pasado como a las víctimas de un terremoto: la atención de los periodistas, de la gente y de los políticos es limitada. Cada tragedia tiene un periodo de caducidad.
En esta sociedad civil dormida y cansada, y por lo general desinformada, frases como las dichas por el ministro Zoido calan en la población y echan por tierra años de sensibilización. En esta cultura de la simpleza, los simples solo compran los prejuicios que repiten sus medios simples, o sus televisiones simples. La simpleza parece imparable. Dos ejemplos en Twitter.
Las ONG y los periodistas que hacen periodismo, más de los que parecen, se chocan con el silencio de esa sociedad que ha dejado de confiar en los medios como emisores de hechos objetivos y contrastables. El desprestigio nos llega porque dejamos de hacer nuestro trabajo hace tiempo, ahora que somos parte del problema, cómplices de alguna manera. Renunciamos a ser fiscales. Ya no estamos para tocar los huevos al poder sino para vigilar que nadie se los toque. Todo lo que no es obediencia es radicalidad: ETA, Venezuela (también vendemos armas a Maduro) y no sé cuántas cosas más. Y además está el uso y el abuso de las palabras.
Hemos perdido la capacidad de crear narrativa colectiva. ¿Cómo romper el muro?, ¿cómo activar esa sociedad civil latente que duerme y pasa? ¿Cómo imponernos a los zoidos? ¿Cómo sustituir la autocomplacencia por información veraz, jerarquizada, contrastada y que crezca el número de ciudadanos dispuestos a pagar por ella para garantizar su independencia y calidad? Todo está en la educación. Debería crearse una asignatura de Derechos Humanos en la que se enseñe la solidaridad, que disipe el miedo irracional al otro.
Dos vídeos para terminar. El primero recoge la respuesta de adultos y niños ante la pregunta ¿qué cambiarías de tu cuerpo? Es emocionante porque los niños no han perdido la capacidad de soñar; los adultos estamos hechos de incomodidades.
El segundo demuestra que la prueba del ADN debería ser obligatoria. Nos quitaríamos mucha tontería de nacionalismos excluyentes, razas puras y pueblos elegidos. Cada uno de nosotros somos la suma de puentes, no de muros. Una gran lección.