Más de 1,2 millones de españoles muertos

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José Manuel Rambla

Más de 1,2 millones de españoles han sido asesinados. La cifra no pretende ser una fake news. Ni siquiera una provocación. Tan solo es un ejercicio matemático, una sencilla regla de tres para tratar de dimensionar un genocidio. Gaza tiene 2 millones de habitantes y más de 50.000 gazatíes han sido asesinados por Israel; luego, si España fuera Gaza, casi un millón doscientos cincuenta mil españoles habrían sido aniquilados por las bombas y las balas de Netanyahu. A ellos, habría que sumar varias decenas de miles más fallecidas por desnutrición y falta de asistencia médica. Y si los otros 46 millones de compatriotas aspirasen a salvar la vida, pues sus casas ya están destruidas, deberían aceptar “voluntariamente” ser trasladados a Portugal, Grecia, Francia o Italia para que Donald Trump transforme el suelo hispano en un inmenso Benidorm.

Seguro que no faltará quien replique a estos cálculos con la vieja argumentación de que todas las comparaciones son odiosas. Y tendrá razón porque esta, sin duda, lo es. Pero no porque resulte grotesca, sino porque sea necesario recurrir a ella para intentar imaginar un poco la magnitud del horror que sufre el pueblo palestino. En última instancia, más odiosa que la comparación resulta la indiferencia con que en estas latitudes se asiste a la masacre de Gaza y Cisjordania, mientras las principales cancillerías del Viejo Continente se desgañitan defendiendo la necesidad de un rearme que salvaguarde los valores europeos de las amenazas de Putin y los algoritmos antidemocráticos de Elon Musk y Donald Trump.

Cuantas más soflamas nos lanzan para su defensa, menos sabemos de qué valores, de qué Europa, nos hablan

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, también debió de hacer números y, al parecer, llegó a la conclusión de que para defender esos “valores europeos” la Guardia Civil necesitaba 15,3 millones de balas del calibre 9 milímetros. Y para conseguirlas adjudicó un contrato por 6,6 millones de euros a la firma IMI S Systems Ltd. La empresa pertenece a Elbit Systems, el grupo de industrias militares del Ministerio de Defensa de Israel, ese país que si estuviera atacando España en lugar de Palestina habría asesinado ya a más de 1,2 millones de compatriotas. Ya se sabe, es la realpolitik, debió pensar Marlaska.

Porque de realpolitik no deja de hablar el presidente Pedro Sánchez. La última vez fue hace unos días cuando desde el Congreso nos advirtió de que para defender nuestros “valores” necesitamos invertir 10.500 millones de euros más en gasto militar. El mismo rearme que vienen reclamándonos desde hace años la OTAN y Estados Unidos, esa potencia que desde el otro lado del Atlántico aspira a anexionarse Groenlandia, defiende la capitulación de Ucrania, nos impone comprar su gas, exige tutelar nuestra relación con China, quiere reconfigurar Oriente Medio borrando Palestina del mapa con ayuda de Netanyahu, pretende dictarnos cambios en la política social, medioambiental y fiscal europea, o nos amenaza con la guerra comercial. Es el mismo rearme, pero distinto. Porque la realpolitik obra el milagro de convertir los deseos ajenos en nuestros propios deseos, como cuando asumimos las tesis de Mohamed VI para defender al pueblo saharaui o cuando despojamos de derechos humanos las políticas migratorias para frenar el avance de la ultraderecha. Ya se sabe: son momentos difíciles y Europa se enfrenta a una “amenaza existencial”.

Amenaza existencial. Cada vez que los medios de comunicación nos martillean el oído con esa idea, me viene a la cabeza la vieja imagen de Jean-Paul Sartre encaramado a lo alto de un bidón y arengando a los obreros a las puertas de la fábrica Renault. El gesto del filósofo existencialista francés también está empapado de valores europeos, asentados sobre los viejos principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sobre ellos se erigieron las bases del estado democrático, social y de derecho que caracterizó, no sin contradicciones y tensiones internas, el proyecto común europeo. También los deseos de una justicia social que se aspiraba construir una sociedad alternativa bajo el ondeante anhelo de las banderas rojas.

Hoy, sin embargo, los valores se diluyen, se hacen líquidos, incluso se evaporan. Cuantas más soflamas nos lanzan para su defensa, menos sabemos de qué valores, de qué Europa, nos hablan. En estos tiempos de “amenaza existencial”, los citoyens fueron borrados del viejo himno y en sus estrofas hoy solo parece haber espacio para las armes. Solo un valor, de no menos larga tradición europea, parece gozar de buena salud en la actual Unión Europea de la realpolitik: la hipocresía, esa que durante siglos no dejó de utilizarse frente a los trabajadores, las mujeres, los pueblos colonizados, los ríos, los bosques o los lobos.

La diferencia entre la realpolitik y el realismo político está en que mientras la primera se basa en una mezcla de hipocresía y frío cálculo de oportunidades, el segundo parte de una coherencia consciente de las limitaciones de cada momento. La decisión del rescindir el contrato con Israel es una muestra del realismo político demostrado por una parte de la izquierda consciente de la inestable complejidad que implica mantener una mínima coherencia y la conservación de un gobierno a contracorriente de la gran ola conservadora y ultra. Sin embargo, la continuidad de Marlaska en el ejecutivo, tras tanto descrédito acumulado, despierta dudas sobre si en la decisión final de Pedro Sánchez ha pesado más el realismo político o la realpolitik. Duda retórica, lo admito.

En cualquier caso, el futuro de la izquierda –y el rumbo o deriva que tomen nuestras democracias– depende de hacia dónde se incline la balanza de su proyecto político: ¿hacia la realpolitik o hacia el realismo político? Y conviene no olvidar tampoco que la hipocresía política no se presenta solo con respetables trajes de “Estado”. También puede presentarse cubierta de harapos clamando cómodamente en el desierto o en alguna taberna.

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José Manuel Rambla es periodista.

Más de 1,2 millones de españoles han sido asesinados. La cifra no pretende ser una fake news. Ni siquiera una provocación. Tan solo es un ejercicio matemático, una sencilla regla de tres para tratar de dimensionar un genocidio. Gaza tiene 2 millones de habitantes y más de 50.000 gazatíes han sido asesinados por Israel; luego, si España fuera Gaza, casi un millón doscientos cincuenta mil españoles habrían sido aniquilados por las bombas y las balas de Netanyahu. A ellos, habría que sumar varias decenas de miles más fallecidas por desnutrición y falta de asistencia médica. Y si los otros 46 millones de compatriotas aspirasen a salvar la vida, pues sus casas ya están destruidas, deberían aceptar “voluntariamente” ser trasladados a Portugal, Grecia, Francia o Italia para que Donald Trump transforme el suelo hispano en un inmenso Benidorm.

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