El pueblo de Madrid se ha acostumbrado a pasar por la plaza de Antón Martín y ver allí un bloque de piedra blanca sobre el cual se alza una representación en bronce del cuadro El Abrazo, de Juan Genovés. Existen artículos que detallan las características del monumento y la historia de su autor, pero su existencia en la plaza en la que confluyen las céntricas calles de Atocha, Magdalena, Santa Isabel y la Calle del León, es el fruto de toda una intrahistoria que no suele contarse.
El entonces alcalde de Madrid aceptó reunirse con la dirección de las CCOO de Madrid. El ayuntamiento se encontraba entonces en la Plaza de la Villa y el alcalde se llamaba José María Álvarez del Manzano. Durante la reunión, le planteamos la vieja aspiración de que Madrid contase con un monumento que reconociera la figura de los Abogados de Atocha, aquellos jóvenes que fueron asesinados la noche del 24 de enero de 1977 en el despacho laboralista situado en el número 55 de la calle Atocha. Tres pistoleros de ultraderecha, siguiendo instrucciones y con armas suministradas por algunos otros, habían decidido acudir al piso para dar una "lección" a los trabajadores que dirigían la huelga del transporte en aquellos momentos.
La política española se ha ido deslizando hacia el precipicio de una confrontación cada vez más agria, áspera, irritante
Allí se encontraban siete abogados de barrios y pueblos, un administrativo y un estudiante de derecho, que habían intercambiado el lugar de reunión con los abogados laboralistas del despacho que dirigía Manuela Carmena, que se habían desplazado esa tarde a otro despacho situado unos metros más abajo, en la misma calle de Atocha.
Cinco de ellos murieron: Francisco Javier Sahuquillo, Enrique Valdelvira, Ángel Rodríguez Leal, Serafín Holgado y Luis Javier Benavides Orgaz. Heridos para siempre, porque nadie vuelve a ser el mismo tras ver la muerte cara a cara arrebatando la vida de tus mejores amigos, Luis Ramos, Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz-Huerta y Lola González Ruiz.
Lola perdió en el atentado a su esposo Javier Sahuquillo, después de haber perdido ocho años antes a su novio, el estudiante Enrique Ruano, a manos de la policía política franquista. “En el transcurso de mi vida me han desbaratado mis sueños”, le confesó un día a Margot Ruano, la hermana de su novio.
La historia de los despachos laboralistas comienza en Madrid a finales del año 1965, cuando la joven abogada María Luisa Suárez, junto a Antonio Montesinos, Pepe Esteban y José Jiménez de Parga, decide dar el paso de fundar el primer despacho laboralista de la calle de la Cruz, atendiendo a las demandas del dirigente comunista Romero Marín y de líderes de CCOO como Marcelino Camacho.
Tenían la experiencia de defender a los represaliados políticos ante tribunales militares y ante el Tribunal de Orden Público que había comenzado a funcionar a principios de 1964 y se volcaron en defender a los trabajadores, sindicalistas, políticos y a los vecinos represaliados en los barrios por exigir mejores condiciones de vida y de trabajo. El de Atocha fue uno de esos despachos. Surgieron luego otros y, entre ellos, el de Atocha.
Volvamos al alcalde Álvarez del Manzano, que procedía del territorio democristiano de la UCD y ya había sido concejal en las primeras elecciones municipales libres en las que el PSOE y el PCE unieron sus fuerzas para alcanzar la mayoría que permitió a Enrique Tierno Galván convertirse en el primer alcalde elegido democráticamente tras la Guerra Civil y la larga dictadura franquista.
Tal vez por esa trayectoria, el entonces alcalde de Madrid aceptó nuestra propuesta y comenzamos a dar los pasos para que el proyecto se hiciera realidad. Levantar un monumento de ese volumen sobre el vestíbulo de la estación de Metro exigió, de entrada, reforzar la estructura para poder soportar aquel peso.
De otra parte, convertir en escultura un cuadro emblemático, que arrastraba tras de sí la historia de la Transición española, las políticas de reconciliación nacional y la reivindicación de la Amnistía tras la muerte del dictador, era una tarea compleja que su autor supo resolver con mucho trabajo y esfuerzo, con la misma minuciosidad con la que empuñaba el pincel para regalarnos sus cuadros.
Inauguramos el monumento a los Abogados de Atocha hace casi 20 años, un 3 de junio de 2003, el mismo día en el que, en la Asamblea de Madrid, se perpetraba unos de los actos que más han perturbado la convivencia en nuestro país, el Tamayazo que permitió que dos tránsfugas de última hora (nunca hemos sabido a cambio de qué) torcieran la decisión popular de las urnas impidiendo un gobierno del PSOE con Izquierda Unida que hubiera sido presidido por Rafael Simancas.
Alberto Ruiz-Gallardón, recién elegido alcalde de la capital, se encontraba en la Asamblea de Madrid, como presidente saliente, asistiendo desde los escaños al esperpento que se estaba produciendo desde los escaños. Como secretario general de CCOO de Madrid, yo encabezaba la delegación del sindicato cuando se produjeron los movimientos que dieron al traste con lo que debió de haber sido una alternancia democrática en el gobierno de la Comunidad de Madrid.
Tuvimos que salir precipitadamente hacia Antón Martín para inaugurar el monumento, junto a Juan Genovés y el que había sido alcalde hasta entonces, Álvarez del Manzano. Desde entonces, año tras año, la política española se ha ido deslizando hacia el precipicio de una confrontación cada vez más agria, áspera, irritante.
Sin embargo, también cada año, cada 24 de enero, cientos de personas se concentran ante el monumento a los Abogados de Atocha para rendir homenaje a unos jóvenes generosos, ansiosos de libertad, defensores de los derechos, ilusionados con la idea de un futuro democrático, amparado por la justicia y el derecho.
Aún podemos escoger entre continuar despeñándonos por la senda de la crispación creciente, o recorrer el camino de aquellos jóvenes de Atocha y elegir solucionar los inevitables conflictos que surgen en cualquier sociedad, desde la movilización democrática, la defensa de la justicia y el derecho, la negociación a tumba abierta, hasta alcanzar un compromiso y sellarlo con un abrazo que ratifica el acuerdo que nos permite seguir adelante, hacia el futuro en libertad.
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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.
El pueblo de Madrid se ha acostumbrado a pasar por la plaza de Antón Martín y ver allí un bloque de piedra blanca sobre el cual se alza una representación en bronce del cuadro El Abrazo, de Juan Genovés. Existen artículos que detallan las características del monumento y la historia de su autor, pero su existencia en la plaza en la que confluyen las céntricas calles de Atocha, Magdalena, Santa Isabel y la Calle del León, es el fruto de toda una intrahistoria que no suele contarse.