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La misma ciencia que ha logrado crear una vacuna para un virus desconocido en menos de un año lleva décadas avisándonos de que el cambio climático tendrá efectos catastróficos, tanto para el medio ambiente como para la salud de las personas.
De hecho ya hay estudios que indican que el coronavirus y los fenómenos meteorológicos extremos que hemos visto en las últimas semanas son algunas de esas consecuencias del cambio climático. O lo que es lo mismo: son señales que nos envía el planeta para hacernos ver que estamos superando todos los límites.
Así que la próxima pandemia, o el próximo evento que ponga en riesgo la salud de la población a nivel mundial, será como si el Titanic hubiera logrado mantenerse a flote y cien metros más adelante chocara contra otro iceberg. Lo hemos visto y sufrido en carne propia durante el último año: el covid-19 es un ensayo general de lo que podría pasar si no tomamos medidas contundentes en defensa de la vida y del planeta.
Y mientras el debate público insiste una y otra vez en las ocurrencias de alguna presidenta autonómica o sobre qué festividad toca salvar después, nos estamos olvidando de la emergencia climática que tenemos delante de nuestros ojos, aunque nos empeñemos en mirar el dedo y no la luna.
Este jueves se inicia el debate de la ley que debería poner soluciones a esta emergencia climática, pero por desgracia el proyecto de Ley de Cambio Climático llega al Congreso con la fecha de caducidad pasada. El texto que propone el Gobierno a día de hoy no está alineado ni con la ciencia, que pide acelerar el ritmo de reducción de gases de efecto invernadero para no superar el aumento de 1,5º de temperatura; ni con la juventud, que lleva años reclamando en las calles políticas valientes para preservar su futuro; ni con Europa, que con la tramitación de su propia Ley del Clima está aumentando su ambición de un 40% de reducción de gases hasta, mínimo, un 55% que propone el Consejo y el 60% que propone el Parlamento.
Pero este debate no es sólo una cuestión de números. La ley de Cambio Climático debería ser la base de la transformación de nuestro modelo productivo y de nuestra forma de vida. Podría ser la mejor herramienta posible para indicar el rumbo que seguirá el país, de dar certeza a las empresas e inversores para afrontar las transformaciones que llevan retrasando décadas por la inseguridad jurídica, de darle un marco legal a las ciudades y las regiones para aplicar, ampliar y defender medidas tan importantes como las zonas de bajas emisiones como Madrid Central.
Todavía estamos a tiempo de mejorar la ley en su tramitación, los cambios que ahora podemos hacer de forma ordenada y justa, aprovechando los fondos europeos de recuperación para transformarnos en un país con empleos verdes y de calidad y asegurando que no se deja a nadie atrás, van a llegar igualmente. Nos guste o no llegará un día en el que la decisión no será si Madrid Central se defiende o se elimina, sino si permitimos circular más coches porque los índices de contaminación están costando aún más vidas.
Para no llegar a ese día hacen falta políticas verdes valientes, y hacen falta ya, con urgencia, sin más moratorias, ni experimentos ni planes piloto.
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Esta ley es una oportunidad histórica como país para poner en pie una transición ecológica justa, que asegure unas condiciones de vida dignas para todas y todos, y que preserve el planeta que debemos dejarle a quienes hoy reclaman su derecho al futuro.
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Inés Sabanés, diputada de Más País Equo y coportavoz de Equo.
La misma ciencia que ha logrado crear una vacuna para un virus desconocido en menos de un año lleva décadas avisándonos de que el cambio climático tendrá efectos catastróficos, tanto para el medio ambiente como para la salud de las personas.
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