Es el 'convoluto', estúpido
"¿Con qué derecho me cierra Vd. el local?", pregunta un atribulado Rick (Humphrey Bogart) al cínico capitán Renault (Claude Rains) en la inolvidable escena de Casablanca. ¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!, responde el policía, recibiendo al instante las ganancias de su última apuesta.
El hype tronante desencadenado por el celo mediático y las redes sospechosas habituales, tras los vergonzosos audios del informe de la UCO que ha destapado la participación activa de Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE, en la presunta organización criminal ideada por Ábalos, Koldo y lo que pueda venir, para cobrar mordidas a interesados adjudicatarios de contratos públicos, deja en evidencia no sólo la oportunista ferocidad de los adversarios sino la pérdida de perspectiva histórica que va a impedir el diagnóstico y tratamiento necesarios para la cura de este mal endémico.
Aquí se juega desde siempre, pero remontémonos sólo a cuarenta años atrás (en los cuarenta anteriores nos habían dejado ciegos y sordos y no podemos saber nada). Entre los presidentes de las comunidades autónomas, le cabe el honor de pionero en poner el cazo a Gabriel Urralburu, sacerdote secularizado, secretario general de los socialistas navarros, que presidió el Gobierno de Navarra entre 1984 y 1991, y fue condenado a 11 años de cárcel y 780 millones de pesetas de multa por ‘esnifarse’ las comisiones de las obras de la Autovía del Norte y de la Universidad de Navarra cuando Josemaría Escrivá de Balaguer no era santo todavía. A aquello lo llamaban entonces “la trama navarra del caso Roldán”.
De esto no se acordará, por su juventud, Edu Madina, que, como candidato de Felipe González, no reconoce en su PSOE (¿) las cosas que ocurren en el actual.
La red corrupta de supuestos socialistas descubierta ahora tiene su origen mercantil, al parecer, también en Navarra hace diez años
La red corrupta de supuestos socialistas descubierta ahora tiene su origen mercantil, al parecer, también en Navarra hace diez años: una cooperativa, una SL, etc. ¿Qué sentido del supremacismo tendrán en la comunidad foral para acaparar tanto las primeras páginas?
En los primeros 90, fue trending topic (TT) durante años en materia de corrupción el ‘convoluto’ que había percibido el ex embajador de Alemania en España Guido Brunner, acusado de cobrar comisiones de SEAT por un pelotazo urbanístico. Tuvo mucho ángel y mayor mérito este gracioso alemán nacido en Chamberí al confesar su ‘convoluto’, que vino a ser como TT cuando no existía el término ni las redes sociales. Lo del convoluto (un palabro que no ha bendecido aún la RAE pero que los alemanes conocen bien, konvolut, que viene a significar lote, paquete, legajo…) lo aprendió Guido Brunner por el primero de su nombre en el que no tuvo arte ni parte, que fue el cobro de 18 millones de euros en comisiones ilegales a la multinacional alemana Siemens AG por el llamado entonces ‘contrato del siglo’ para el AVE Madrid-Sevilla, allá por 1989.
Siendo esa época muy fértil también en mordidas y otras corruptelas, cuando alguien no entendía los procedimientos de adjudicación de contratos públicos grandes o pequeños, salía un alumno aventajado y le alertaba: “Es el convoluto, estúpido”, una oportuna parodia de la célebre frase “es la economía, estúpido”, patentada por James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña electoral de 1992.
La construcción del parque temático Terra Mítica, en tiempos de Eduardo Zaplana como presidente de la Generalidad Valenciana, marca otro hito en el mapa histórico de la corrupción patria. Zaplana, acusado y condenado por ‘convolutos’ en adjudicaciones de estaciones de ITV y otra decena de delitos en la operación Erial, logró años después adelantar a Urralburu en el ranking de los presidentes autonómicos confinados a la sombra por corrupción.
Pero fue Pasqual Maragall quien puso el dedo en la llaga de las comisiones ilegales en aquel célebre pleno del Parlament de Catalunya, hace 20 años, cuando le descerrajó a Artur Mas aquello de: “Ustedes (Convergencia) tienen un problema y se llama tres per cent”. Temblaron los cimientos del Palau de la Generalitat, Maragall hubo de retirar su maragallada, el Parlament decretó que no había habido cobro de comisiones ilegales y en el aire quedó flotando para la posteridad un tsunami de ficción que acabó con los Convergentes, luego que el caso Palau de la Música pusiera la guinda al problema y fin a la omertá que había dominado durante décadas.
Poco después, vinieron las ‘ranas’ de la charca de Esperanza Aguirre (Ignacio González, Francisco Granados,,…) y la sentencia de la Gürtel que condenó al PP como partícipe a título lucrativo en una red de corrupción y financiación ilegal que servirá de modelo para la posteridad.
Este mapeo ligero y pespunteado de la corrupción asociada a mordidas por contratos públicos revela que, con distintas gravedades, alcances y firmeza (no pueden ser equivalentes una sentencia y unas diligencias previas), en todas las partes cuecen habas y este mal endémico no se cura con el ”y tú más” ni con el “todos son iguales”. La corrupción es una garrapata que parasita el sistema, en el que las empresas han aceptado que para ganar un concurso público hay que pagar el convoluto y siempre habrá individuos y/o partidos políticos que aprovechen la oportunidad. Cuando las empresas presentan su oferta económica en un concurso público, ya han descontado el precio de la comisión “a pagar”. Los cambios lampedusianos que hoy propone Pedro Sánchez pueden maquillar la mala cara del enfermo pero no hay tratamiento de choque y, por tanto, no garantizan nada.
La Ley de Contratos del Sector Público tiene 347 artículos, 57 disposiciones adicionales, 6 transitorias y 16 finales. Sólo alude tímidamente en un articulito de tres líneas (el 64) a la “lucha contra la corrupción y prevención de los conflictos de intereses”. Se podrían aplicar fuertes sanciones, se podría incapacitar a los contratistas que paguen mordidas, etc. El sistema no acaba con esto porque no quiere, no le interesa, no nos engañemos.
También cabe modificar por ingeniería el genoma humano, alterando precisamente el ADN de la codicia. Pero un servidor esto lo ve más complicado.
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Rafael Camacho Ordóñez es periodista y consultor.