La gestión de las emociones y afectos es una de las estrategias fundamentales del poder en las sociedades contemporáneas. Son muchos los autores que han reflexionado sobre esta cuestión, aunque quien lo ha hecho de una manera especialmente lúcida ha sido Frédéric Lordon en su libro Los afectos de la política.
El capitalismo es una máquina de producción de afectos que acaban moldeando a los individuos tanto en su condición de consumidores como en la de sujetos políticos, de tal manera que la mayoría de nuestros gestos han sido diseñados para que los ejecutemos pensando que actuamos así porque nos da la gana, no porque alguien nos incita a hacer lo que hacemos. Ahí radica la eficacia del poder en la actualidad.
Viene esto a cuento de una de las artimañas que la derecha política y mediática lleva implementando en este país desde hace años con la intención de erosionar a quienes cuestionan su hegemonía: el desánimo. Si algo provocó el 15-M fue una explosión de emociones e ilusiones que movilizaron a la ciudadanía, incluso a quienes rara vez habían salido a la calle.
De repente, una ola de indignación, pero también de entusiasmo y, por qué no decirlo, felicidad, invadió nuestras calles y plazas. Y eso coaguló en nuevas formas políticas como fueron Podemos, los Comunes, las Mareas. Lo que en la calle fue ilusión y alegría, en determinadas instancias se trocó en profunda preocupación porque, por primera vez en la historia de la democracia española, se cuestionaba de modo radical el estado de cosas. Y por ello, los poderes fácticos pusieron en marchas todas las estrategias posibles para desactivar la ilusión.
No hay razón alguna para bajar la cabeza. El despropósito que podemos observar en nuestros adversarios, lejos de sumirnos en la melancolía, debe ser un acicate más para la movilización
Sabemos que las cloacas del Estado comenzaron a funcionar a pleno rendimiento, sabemos que el mundo de las finanzas decidió implicarse a fondo en la batalla (recordemos la propuesta de crear un “Podemos de derechas” por parte del presidente del Banco de Sabadell), sabemos que los medios de comunicación del sistema, es decir, la inmensa mayoría, iniciaron un combate en el que la verdad fue herida de muerte en las primeras escaramuzas.
Y deberíamos saber que se inició también un potente proceso de desactivación de la ilusión, de promoción del desánimo, que tenía como objetivo la despolitización de una población que, de repente, había entendido que la política también era cosa suya. La desafección y la desilusión eran los afectos que debían promoverse entre la ciudadanía para segar la hierba bajo los pies de las nuevas formaciones políticas que ponían en peligro los intereses de los poderosos.
Y no nos engañemos. En esas seguimos. El desánimo es la carta que la derecha y la ultraderecha de este país han decidido jugar a fondo en estas elecciones. Todas las baterías mediáticas de la reacción (¡y qué reacción!) martillean día y noche para provocar el entusiasmo entre sus filas y la desolación entre el enemigo. Sí, enemigo, suena duro. Pero no hemos sido nosotros, nosotras, quienes hemos elegido tal condición: se nos ha definido como tales a lo largo de una legislatura en la que la pulsión golpista de la derecha se ha manifestado en diversas ocasiones. España es suya y quien se la disputa ideológicamente para hacer de ella un país abierto, plural y pleno de derechos, se convierte en enemigo.
Quien sienta desánimo que sepa que es un desánimo inducido, que está siendo víctima de una de las muchas estrategias que esta inteligente derecha trumpista utiliza cada día. La izquierda se presenta a estas elecciones con una magnífica hoja de servicio en esta legislatura, con un desempeño difícilmente igualable en la historia de nuestra democracia.
La izquierda, además, se presenta, a diferencia de lo que ocurrió en las autonómicas y municipales, con un perfil unitario que nos va a permitir rentabilizar nuestros votos. No hay razón alguna para bajar la cabeza. El despropósito que podemos observar en nuestros adversarios, lejos de sumirnos en la melancolía, debe ser un acicate más para la movilización. Porque nuestra España es mucho mejor, mucho más justa, mucho más alegre, que la que ofrecen quienes pretenden introducirnos en el túnel del tiempo para decirnos qué podemos o no leer, cómo podemos o no amar, qué debemos o no pensar. Ninguna desilusión, ninguna duda, ningún recelo. Que nos esperan las urnas.
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Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.
La gestión de las emociones y afectos es una de las estrategias fundamentales del poder en las sociedades contemporáneas. Son muchos los autores que han reflexionado sobre esta cuestión, aunque quien lo ha hecho de una manera especialmente lúcida ha sido Frédéric Lordon en su libro Los afectos de la política.