Plaza Pública
Un día para la vergüenza nacional: muere un torturador, se entierra la Justicia
Para las víctimas de G. Pacheco (Billy el Niño) la noticia este jueves de su fallecimiento no puede ser motivo de alegría, al menos para mí no lo es. La muerte no puede sustituir a la justicia. Cuando un presunto criminal muere impune, sin siquiera haber sido procesado, sus víctimas siguen sin ser reconocidas, mucho menos reparadas, y la democracia, en su conjunto, se degrada; este virus, el de la impunidad, lleva entre nosotros mucho tiempo y afecta a nuestra salud democrática.
Se han producido innumerables reacciones espontáneas a su muerte, algunas, seguramente poco meditadas, celebrándolo. Yo no celebro la muerte de nadie; tampoco me consolaría saber que hubiera tenido una muerte dolorosa; a diferencia de él, yo no disfruto del dolor ajeno. Siento, sí, que se haya ido no sólo sin sentarse, como merecía, en un banquillo, sino sin haber jamás expresado el menor remordimiento o arrepentimiento, la mínima empatía hacia sus víctimas. Esa misma que unánimemente se les exige, por ejemplo, a los terroristas condenados.
Pensemos fríamente el significado de la muerte impune de González Pacheco: un torturador que ha vivido a sus anchas durante más de 40 años de democracia, a pesar de los innumerables testimonios que hemos aportado sobre sus delitos, investigados incluso fuera de nuestro país, sin que el Estado español se haya atrevido a toserle: ni se le habían llegado a retirar las condecoraciones recibidas por sus "servicios".
¿Qué dice esto de nuestra democracia, de nuestro Estado de Derecho?
… cuando los organismos internacionales más respetados en materia de derechos humanos han reclamado por activa y por pasiva al Estado español que investigue y juzgue los crímenes del franquismo, dando así amparo a sus víctimas…
… cuando las víctimas de esos crímenes nos hemos tenido que desplazar a Buenos Aires en búsqueda de justicia, y hemos recorrido cientos de juzgados españoles…
… y cuando el Estado, a través de la Fiscalía y del sistema judicial, ha bloqueado cualquier acceso a la justicia –ya sea juzgando, ya extraditando…–.
Lo que esto dice de nuestra democracia y nuestro Estado de Derecho es que están corrompidos, que las instituciones a las que pagamos renuncian a sus obligaciones, que se ampara la impunidad.
Hoy no es solamente un día triste, de constatación del desamparo, para las víctimas del franquismo. Hoy es un día de vergüenza nacional y así debería recordarse para las venideras generaciones; para que sepan de una sociedad tan cobarde, tan hipócrita, que fue incapaz de encararse con presuntos criminales que disfrutaban de privilegios y prebendas oficiales, que fue incapaz, más de 40 años después, de sacudirse la sombra del franquismo de sus togas y tarimas.
Con el fallecimiento en olor de impunidad del torturador, nuestra sociedad e instituciones desnudan su impotencia: un personaje que ha medrado por las cloacas del Estado en el franquismo, en la transición y seguramente en la democracia, ha tenido agarrado al poder por las partes, chantajeándole hasta no poder tocarle ni sus espurias condecoraciones y beneficios oficiales.
Para quienes luchamos desde hace mucho contra la impunidad del franquismo, la sensación hoy podría pensarse tal vez agridulce: por una parte, la justicia ha sido una vez más eludida, pero, en contraposición, nuestra lucha todos estos años ha conseguido poner en la agenda pública los crímenes y la impunidad; hemos conseguido una, digamos, condena mediática y popular de personajes como Pacheco. Sin embargo, no nos engañemos, es muy superior el sentimiento de derrota y humillación. Ninguna condena moral pública, por unánime que pueda parecer, sustituye a la que imparten los tribunales.
Hoy sí tienen motivos de celebración, en cambio, sus cómplices, quienes han compartido su siniestra hoja de servicios: un testigo menos. Quizás solo le echen en falta en esas cuchipandas a las que le invitaban en comisarías hasta ayer mismo.
Finalizo recordando a Chato Galante, amigo y compañero entrañable y adalid de la lucha contra la impunidad, fallecido hace solo unos días, y que ante la opinión pública aparecía en cierta forma como la némesis de Pacheco, quien le torturó salvajemente en los años 70. Por la memoria de Chato, también por la de Carlos Slepoy, y por la de tantas personas que han luchado y ya no nos acompañan; hasta nuestro último aliento seguiremos reclamando justicia ante todas las instancias. Como ellos y ellas hicieron. Por su memoria, y por quienes nos seguirán, porque es seguro que nos seguirán.
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Luis Suárez-Carreño, víctima de Billy el Niño y miembro de La Comuna