Somos muchos los claustros de centros educativos públicos que nos preguntamos estos días si nuestros centros son importantes exclusivamente en nuestro país por su papel fundamental como guarderías que aseguran la asistencia al trabajo de madres y padres. Por desgracia, la respuesta es afirmativa. Solo así se entiende la implantación de la semipresencialidad a partir de 3ºESO. Tengo la sensación de haber vuelto a los 80, cuando la enseñanza obligatoria terminaba a los 14 años y no a los 16.
La semipresencialidad implantada supone que el alumnado de 14 a 18 años, de 3ºESO a 2º Bachillerato, no asista al centro todos los días o se organicen franjas de limitación de asistencia diaria. Sobre el papel todo parece fácil y con garantías para que no se vulnere el derecho a la educación. ¡Qué bien se nos da poner negro sobre blanco y contarnos ficciones! La realidad, al menos en la Comunidad de Madrid donde trabajo y vivo, contradice ese fantástico mundo educativo de combinar presencia y ausencia educativa. Y esta experiencia la vivo como docente y como madre de una criatura afectada por este invento pedagógico.
Quienes plantean que un chaval de 14 años pueda quedarse solo en su casa y atender disciplinadamente clases on line en el horario habitual de la presencialidad, viven en una realidad paralela a la de la mayoría de progenitores y profesores. Incluso si esos chavales tan serios y responsables existiesen en la mayoría de los hogares, también sería imprescindible que esos hogares contasen con los medios tecnológicos y habitacionales que hiciesen posible el seguimiento de estas clases on line; por no hablar de familias en las que coincidan menores entre 14 y 18 años sometidos a ese régimen de semipresencialidad.
Esta semipresencialidad exige también que en los centros educativos se cuente con la infraestructura necesaria para que se pueda impartir clase a la vez presencial y a distancia. Las 6.000 cámaras prometidas no han llegado a los centros de Madrid, y aunque lleguen serán insuficientes para atender las necesidades de los centros públicos. Tampoco se cuenta todavía con regulación del teletrabajo docente. Pero, incluso aunque se contase con la adecuada formación y con los medios técnicos adecuados, ¿esta modalidad educativa semipresencial es la respuesta adecuada a las necesidades educativas y formativas?. Creo que no.
Esta medida solo responde a un objetivo: reducir la inversión en profesorado y espacios que permita atender al alumnado. Para los más pequeños se ha insistido en la irrenunciable escuela presencial por la importancia de la socialización y formación en edades tempranas para asegurar la igualdad de oportunidades. Siendo verdad esta afirmación, se vuelve falacia cuando tras estas hermosas palabras se esconde el argumento real: los niños menores de 14 años no pueden quedarse solos en casa y hay que abrir los colegios e institutos para que sus padres y madres vayan a trabajar.
Con la semipresencialidad se abandona a su suerte a la adolescencia. La adolescencia, todos lo sabemos, es una etapa fundamental y determinante en nuestra vida. Solo por esta razón unida a la obligatoriedad de escolarización hasta los 16 años se debían haber dado las condiciones para la asistencia presencial, al menos hasta esa edad.
La semipresencialidad también favorece la desigualdad de oportunidades, puesto que aquellas familias que pueden permitírselo ya están recurriendo a la contratación de profesores particulares que atiendan a sus hijos los días que no acuden al instituto.
Especialmente preocupante es la situación del alumnado de 2ºBachillerato. Sin haber podido cursar un primer curso de esta etapa en condiciones de normalidad, se enfrentan a este curso tan decisivo para su futuro en régimen de semipresencialidad. Si bien se puede considerar que hay asignaturas que pueden cursarse on line, la experiencia del curso pasado nos ha enseñado que necesitan la atención personal y directa de su profesorado. Difícilmente se puede atender a la vez a alumnado presencial y a alumnado in absentia pero conectado y avanzar temario. Se podían haber buscado fórmulas como reducir el número de horas lectivas del profesorado habilitando horas de atención de tutorías por materias. Por ejemplo, en lugar de impartir 20 horas lectivas semanales a las que se suman las complementarias de guardias, reuniones, atención a padres... haber implantado 15 lectivas y 5 de tutorías de materias si no era posible asegurar la presencialidad de todo el grupo. También se podían haber explorado otras vías como desdoblar en las asignaturas con más de 20 matriculados y permitir la asistencia de todos los matriculados en las materias troncales y optativas donde no se alcanzase ese número. Se podría haber dado a los centros una verdadera autonomía organizativa. A los equipos directivos y a los docentes se les ha cargado con una responsabilidad en cuestiones que no les competen como las sanitarias o las preventivas en materia de riesgos; sin embargo, no se les ha dejado intervenir en lo que es propio de un centro que se llamaba educativo.
Esta situación no es exclusiva de la Comunidad de Madrid, la feliz idea de la semipresencialidad fue y es una propuesta ministerial. En esto Madrid es alumna aventajada. ¡Cómo se iba a rechazar una medida que agranda la brecha social! Dejar a nuestros adolescentes sin escuela presencial me ha hecho recordar un viejo lema de las revueltas estudiantiles de los 80: ¡El dinero que os ahorráis en educación, lo gastaréis en policía! ¡Qué pena! Triste futuro se avecina para un país que no invierte en educación.
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Almudena García Mayordomo, es profesora de Educación Secundaria en un centro de Villaverde.
Somos muchos los claustros de centros educativos públicos que nos preguntamos estos días si nuestros centros son importantes exclusivamente en nuestro país por su papel fundamental como guarderías que aseguran la asistencia al trabajo de madres y padres. Por desgracia, la respuesta es afirmativa. Solo así se entiende la implantación de la semipresencialidad a partir de 3ºESO. Tengo la sensación de haber vuelto a los 80, cuando la enseñanza obligatoria terminaba a los 14 años y no a los 16.