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La estirpe del torturador

Toño Benavides

En el caso de Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, no muere la rabia porque haya muerto el perro. La rabia es una infección que se extiende con facilidad entre las filas de la tercera fuerza política en el Congreso y buena parte de la segunda.

Antaño actuaban sin complejos torturando un poco antes de comer y otro poco por la tarde, sin prisa pero sin pausa, para ir sacando el curro con eficiencia sin reventarse a trabajar. A fin de cuentas, con un dictador fascista en El Pardo, había tiempo de sobra para cultivar ese tipo de aficiones particulares en beneficio de las obligaciones laborales.

Ahora no se paran a torturar porque los mercados van que se matan y mientras le retuerces las meninges a una feminista en el sótano de la comisaría, resulta que te ha subido la cotización del dólar y has perdido comba en la bolsa. Y como tampoco hay organizaciones políticas clandestinas que perseguir, pues oye, ¿qué ganas tienes de andar enredando con la picana?, y más al precio que está la luz.

Ahora prefieren ponernos en riesgo a todos levantando el Estado de alarma y matar directamente por exposición al virus para salvar eso que llaman "la economía", que debe ser como una de esas santas desconocidas a las que hay que seguir rezando porque es dogma de fe aunque no sepamos si tienen licencia para hacer milagros. Por otra parte, bien mirado, esta pandemia puede ser una forma de atajar el problema de la superpoblación, bajar las cifras del paro y sanear la caja de las pensiones. Que la gente mayor se está muriendo muy tarde, como diría Christine Lagarde, sobra personal sanitario ahora que se ha cerrado el hospital de Ifema y además no hay bastante comida basura para todos en el Telepizza. De hecho, el sector privado ha demostrado ya el éxito de la iniciativa en residencias de ancianos privadas de la Comunidad de Madrid con cifras de muertos muy superiores a las de geriátricos públicos. Para que luego digan que los neoliberales son unos psicópatas egoístas que no buscan más que el beneficio propio.

Las ultraderechas han heredado los aparatos de torturar pero, más allá de servir como adornos vintage en la estantería de los licores junto al viejo aparato de radio del abuelo, no les encuentran acomodo y hasta les hacen quedar mal en Europa, que es un sitio donde ser fascista, en general, está peor visto que en España e incluso en algunos lugares como Alemania no se tolera una esvástica ni aunque venga de la India.

Por desgracia para los españoles, aunque aquellos instrumentos para convencer por las malas estén fuera de servicio, las viejas costumbres, que son más resistentes que los virus, siguen plenamente vigentes y en algunos casos como el de Billy el Niño, reconocidas como un servicio a la patria con medallas pensionadas. Aunque cambie el signo político del gobierno no hay manera de acabar con el olor a cerrado de los ministerios ni sacudirle el polvo franquista a las alfombras y, por menos de nada, abres un armario y te encuentras cuatro o cinco operativos de la policía política del fúnebre Fernández Díaz, montada por Villarejo, escuchando las conversaciones de Pablo Iglesias e Irene Montero mientras les cambian los pañales a los mellizos.

Se pudo sacar a Franco del Valle de los Caídos, pero aún sigue enterrado en la Constitución. Quizá por eso ha tenido que venir un bicho microscópico a poner a este muerto en su sitio, ya que no ha querido la justicia. No estaría de más, ahora que se ha muerto el perro, saber quién ha heredado la rabia.

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Toño Benavides es ilustrador y poeta.

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