Chalequito blanco, gorra roja. Arregladito pero informal. Pasa por delante de la prensa en su asiento de copiloto de coche caro. No llamativo, pero caro. Saluda con la mano como en los viejos tiempos, movimientos acompasados, nada excesivo, como le gusta a la plebe. Media sonrisa, no le da la edad para muchos trotes. Pero ahí va, de bribón a Bribón. Le preguntan por la familia, si tendrá ganas de ver al hijo. Y, osado periodista, le increpa con su pregunta “¿le dará explicaciones al rey?"
No pierde la sonrisa, no baja casi la manita rítmica como aquellas muñecas de Famosa que no perdían compás pero que no podían estar más lejos de la naturalidad.
¿Explicaciones de qué? Dice. Y se ríe.
Se ríe a carcajada limpia, sonora, inconfundible. Y cada “ja” es una muestra explícita de su superioridad. “Ja”, “ja” y “ja”.
Continúa el coche de Sanxenxo al infinito de la desfachatez. Y nos brinda el emérito otra campechana anécdota para la saca.
Nuestra saca también infinita de capacidad de soportar que nos humillen.
Esto es como lo del Jeque de Qatar —le comento a mi compañero— no entiendo que le recibamos con honores.
Y me responde: - Lo miras desde otra perspectiva.
- ¿La de la dignidad y la coherencia? —le insisto.
- Sí, pero él tiene gas.
Supongo que hay decisiones que puesto que no tengo que tomar puedo criticar desde la barrera de la inocencia. La utopía no necesita gas. El mundo perfecto prefiere la dignidad.
¿Le dará explicaciones a su hijo? Le decía el periodista. ¿De qué? ¿De mi vida post desfalco? ¿De cómo vuelvo impune y tranquilo tras unas vacaciones excelentes, aunque quizá un poquito largas en un paraíso con todo pagado y asegurado? ¿De qué? De lo que opino de la impunidad, la injusticia, la desigualdad, la altanería, desprecio y arrogancia que supone cada uno de los actos que protagonizo y me rodean.
Le reciben con honores y vítores, le acomodan sus amigos en excelsas mansiones donde pueda jugar al golf o asistir a regatas.
“Ja”, “ja”, “ja”. ¿No lo oís insistentemente? Porque se está riendo en vuestras caras, en la de cada uno y cada una de vosotras que sustenta su osadía con vuestros impuestos
“Ja”, “ja”, “ja”. ¿No lo oís insistentemente? Porque se está riendo en vuestras caras, en la de cada uno y cada una de vosotras que sustenta su osadía con vuestros impuestos. La suya y la de su panda de sucesores y agregados, con o sin piernas en sus fotos vacacionales.
¿Explicaciones su majestad? Y quién las va a querer, a quién le van a importar. El injuzgable e intocable. Como su hija, la que firmaba sin enterarse. Que ojo, rompo una lanza a favor de la confianza en la pareja. Lo mismo le pasó a la Pantoja, solo que ella no era infanta y el hecho de constar como plebeya ante la “justicia” conlleva un plus de peligrosidad.
Después, unas horas en La Zarzuela, y vuelta a Abu Dhabi. Muchas ganas de darle un abrazo, dice que tiene el monarca ahora que va a volver a ver a su hijo tras dos años de retiro “forzoso” para no dañar la imagen de la corona. Como si cualquier escándalo, robo o tontería por el estilo nos fuera a hacer reaccionar. Tonterías. Si no que se lo digan al PP, que surfea la legalidad y la ilegalidad mejor que nadie.
¿Qué le dirá usted a su hijo cuando le vea? —le pregunta el periodista.
¿Qué le dirías tú al tuyo? —responde el emérito.
Yo a los míos les digo que los privilegios son una injusticia, que el hecho de nacer en una determinada familia no debería suponerte acreditado para un destino determinado. Que sustentar la desigualdad hace mundos más infelices y desgraciados. Les digo que nadie es mejor que ellos, ni tampoco peor. Les digo que hay que ser buenos, que hay que ser coherentes, justos, conscientes. Les digo muchas cosas, que no creo que sean las que el emérito le dice al presente. Más bien me lo imagino fundiéndose en un comedido y poco natural pero acompasado abrazo mientras suena un: “ja”, “ja” ,”ja”.
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Irene Jezabel es periodista y escritora.
Chalequito blanco, gorra roja. Arregladito pero informal. Pasa por delante de la prensa en su asiento de copiloto de coche caro. No llamativo, pero caro. Saluda con la mano como en los viejos tiempos, movimientos acompasados, nada excesivo, como le gusta a la plebe. Media sonrisa, no le da la edad para muchos trotes. Pero ahí va, de bribón a Bribón. Le preguntan por la familia, si tendrá ganas de ver al hijo. Y, osado periodista, le increpa con su pregunta “¿le dará explicaciones al rey?"