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Ante el fracaso de la guerra preventiva, la alternativa del poder blando de Europa

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Gaspar Llamazares

"Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada. Que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra".

'Volver'. Carlos Gardel

Han pasado veinte años desde la respuesta del gobierno republicano y los ultraconservadores de Bush a los atentados del once de septiembre, que culminan con la humillación de la retirada de las fuerzas ocupantes encabezadas por los EEUU y la derrota por desistimiento del ejército afgano y con ello el derrumbe del nuevo Estado de Afganistán, sustituido ahora por el emirato talibán con el que se creía haber acabado definitivamente. Veinte años de mi actividad política en Madrid que comenzó precisamente haciendo frente a la lógica de la guerra de Bush y el trío de las Azores.

La retirada estaba cantada después de veinte años de ocupación, pero lo que no se preveía ni en la peor de las pesadillas era el derrumbe del aparato institucional, de seguridad y defensa construidos al calor de la ocupación por parte de los gobiernos occidentales, con sus aliados afganos y las alianzas militares y organismos multilaterales como la OTAN y la ONU.

Después de la catástrofe humana y política de la guerra de ocupación en Irak y después del apoyo aéreo al derrocamiento de Gadafi en Libia, convertidos ambos en Estados fallidos, el experimento de la combinación de la guerra de los EEUU y la estrategia de reconstrucción de ISAF en Afganistán ha resultado también fallido.

Finalmente la lógica de la guerra antiterrorista y de las alianzas con los señores de la guerra se ha impuesto, haciendo inviable la reconstrucción política, militar e institucional de Afganistán. Porque ni la modernización, ni los derechos humanos ni la democracia se exportan, y todavía menos se imponen sin un amplio apoyo interno mediante una guerra de ocupación de dos décadas. Ha bastado con la última ruptura de la coalición de Gobierno para dar un vuelco a las alianzas que ha facilitado la victoria relámpago de los talibanes. Queda como legado un Estado sectario, teocrático y fallido como nuevo caldo de cultivo de la inestabilidad regional y el terrorismo, aunque quién sabe si con la modernización y los avances en sectores civiles y políticos que pueden hacer difícil la vuelta al régimen talibán anterior a la ocupación.

En definitiva, la derrota de Afganistán remite al estrepitoso fracaso de la guerra preventiva de George Bush, en el que si bien todos los presidentes desde entonces han tenido responsabilidades, el apoyo y promoción de las represalias por intereses económicos y geopolíticos el 11S está indeleblemente unido al presidente Aznar, tanto en Irak como en Afganistán. El intento de la oposición de derechas de asociar el caos final con el presidente Sánchez, como si de una réplica de los errores de Biden en la retirada se tratara, es una manipulación burda de la realidad que no tiene en cuenta estos antecedentes y tampoco valora que la vuelta del contingente militar español se realizó con éxito y a la vez con un estrepitoso silencio público ya a mediados del pasado mes de mayo.

Ahora, lo que más nos importa, incluidos a los que estuvimos en contra de la ocupación, es garantizar la protección a nuestros colaboradores en el terreno, que se encuentran en peligro señalados por los talibanes y su posterior acogida e integración en España. A continuación se debería negociar un pasillo humanitario por parte de la UE y la ONU para la salida con seguridad de los afganos amenazados, así como de prepararse para responder de forma solidaria en Europa a una nueva crisis migratoria, al menos como la de 2015, si no mayor.

Pero sobre todo de abrir la reflexión de una alternativa al fiasco de la guerra preventiva y sobre la alternativa del multilateralismo y el poder blando de la UE y de la ONU. Así denominado peyorativamente por los halcones norteamericanos, el poder blando de la diplomacia en un sentido amplio tiene la palabra y Europa tiene la oportunidad de defenderlo.

España y por extensión la Unión Europea se encuentran emplazadas además por el resto de los jinetes de este apocalipsis veraniego de 2021: por el accidentado tramo final de la pandemia gracias a la vacunación, por el precio desbocado de la electricidad, la crisis migratoria que en España se acentúa con el debate sobre la repatriación de los menores marroquíes y la mayor afluencia de pateras a nuestras costas, junto a las consecuencias de la humillante derrota y la retirada caótica de Afganistán para los EEUU y su política exterior, en un momento de consolidación de China como superpotencia alternativa aliada con Rusia.

Para la derecha española se trata, sin embargo, tan solo del enésimo debate para cuestionar las vacaciones del presidente, cuando no para frivolizar sobre su moreno, su hamaca o sus zapatillas, y en definitiva para volver al "váyase señor Sánchez". Clasismo y deslegitimación continuada del Gobierno en estado puro. Por eso piden insistentemente la comparecencia del presidente en el totum revolutum de un pleno extraordinario en el que hablar de todo y de nada una vez más, como si se tratara de otra moción de censura, que ninguno de ellos se atreve a presentar, o como una primera vuelta del debate del estado de la nación.

La respuesta del presidente del Gobierno, ya desde la alocución del inicio del verano en que se puso al frente del fin de la pandemia y de la recuperación económica, ha confirmado que no quiere ser el protagonista de los problemas y las malas noticias, como ha ocurrido a lo largo del último año y medio de pandemia. Muy al contrario, quiere liderar las propuestas o las soluciones, y que lo demás lo asuman los ministros que componen el nuevo gobierno y por tanto que comparezcan de forma individualizada ante las comisiones respectivas.

Como el de Afganistán, también el retorno de los menores es un debate hipócrita e incómodo para la derecha, precisamente por parte de los mismos que abusaron y legalizaron las devoluciones en caliente y recientemente han mantenido un más que elocuente silencio ante el retorno en frontera de los miles de ciudadanos marroquíes que participaron en la avalancha a raíz de la última grave crisis con Marruecos. A la cuestión migratoria se suma la del derecho de asilo y refugio, acentuadas ambas por el incremento de la llegada de pateras a las costas españolas y por la nueva crisis de refugiados afganos que se vislumbra en un horizonte no lejano como consecuencia de las represalias que se esperan por parte del nuevo gobierno talibán. La solución no está para España ni para Europa en el enfoque meramente securitario de las migraciones.

Un último problema, aunque no menos importante, es la tormenta perfecta en los precios de la electricidad que tienen su raíz tanto en la transición energética y el incremento abusivo del precio del CO2 y del gas, así como en el sistema marginalista de fijación de precios en Europa y también por el oligopolio eléctrico y la consiguiente ausencia de competencia en el mercado eléctrico español. Las ambigüedades y las dudas ante las medidas urgentes, así como de las más estratégicas del Gobierno, no pueden evitar el traslado de una imagen de impotencia para embridar los precios a corto plazo y para lograr cambios en el modelo europeo de fijación de precios, en particular para los sectores de consumidores vulnerables, así como para las industrias con mayor gasto energético.

El estado de excepción entendido como ley de pandemias

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Cuatro jinetes que, más allá de la oposición del no por el no, en este verano interpelan al Gobierno de España y también a Europa.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

"Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada. Que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra".

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