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Ser gorda es tu culpa

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Mar Sanchis y Fernando Ntutumu

Es tiempo de culpa y remordimiento. Tras el período navideño, las fiestas, los atracones y el disfrute de la comida, vienen tanto el sentimiento de culpa interna como los dedos acusadores. Es evidente que, en Navidad, hasta las personas más fit aumentan de peso por diversas razones. Pero no todas y todos llevamos las consecuencias de la misma manera, la espada de Damocles de la gordofobia no pende equitativamente sobre todo el mundo. 

Pero, para hablar de ese sentimiento de culpa que afecta tanto a los cuerpos normativos como a los que no lo son, antes tenemos que hablaros de cómo se siente esa gordofobia social e institucional. Todo empieza por una primera burla. Quizás sin maldad. O sí. Lo que es indudable es lo certero de su propósito: cuestionar tu propio ser, tu imagen, tu valía. Y todo empieza muy pronto, cuando todavía eres pequeña y no eres consciente de la mella que esto hace en ti. Desde muy temprana edad tu identidad es ser gorda. Ser gorda es tu culpa. 

Hoy soy consciente. Ser gorda iba a impedirme tener una vida social, intelectual, laboral, sexual y afectiva normal

Después de sufrir gordofobia durante casi los 68 años de mi vida, he descubierto que estaba siendo sometida a una presión impuesta que me ha impedido ser plenamente. Nací con cinco kilos y, a pesar de no ser gorda los primeros tres o cuatro años de mi vida, se me impuso e inculcó que ser gorda era algo a ocultar con ropa, disimulo y vergüenza social. Hoy soy consciente. Ser gorda iba a impedirme tener una vida social, intelectual, laboral, sexual y afectiva normal. A ojos de la sociedad, todos verían en mí un ser fuera de la norma y bajo el prisma de la indolencia, la ausencia de motivación, la vaguería, la falta de capacidad intelectual y un largo etcétera de desprecio y marginación. Un doloroso e incesante goteo permanente sobre mi psique, como imaginarán, hoy que el bulling y la salud mental están, por fin, en la agenda pública.

Sesenta y ocho años después, he tomado conciencia de gorda y he descubierto las grandes limitaciones y presiones a las que esta condición me viene sometiendo. Ha llegado el momento de decir basta. Contemplamos con estupefacción cómo la política, tanto de izquierdas como de derechas, continúa adelante haciendo daño a generaciones y generaciones de jóvenes que crecen al albor de una gordofobia institucional que, bajo el pretexto de campañas de “alimentación saludable”, dañan a las gordas y los gordos de este país, pero también al conjunto de la sociedad. Y todo, con la complicidad de una clase médica que, como enfermera de carrera, conozco bien. Una corriente que viene patologizando, sin criterio, una característica física, bajo arquetipos de discutible valor científico y mirada etnocéntrica. 

¿Es lo mismo un cuerpo gordo en la Amazonia que en África, Asia, Europa o el resto del vasto continente americano? No. ¿Estamos olvidando, por ejemplo, el alto componente biológico que tiene la grasa abdominal y pélvica en las mujeres como reserva para amamantar a la prole? Sí. La exclusión y la presión sobre el cuerpo gordo se producen sin más criterio que la aplicación rígida y uniforme de unos índices de masa corporal que, por definición, deberían ser variables, adaptativos y sujetos a las circunstancias sociales y personales de cada individuo. 

Presenciamos una persecución que podría asimilarse, en la distancia, a la que han sufrido las personas homosexuales en la gran mayoría de países. Solo hay que revisar versiones anteriores del Manual de Diagnóstico y Estadístico –DSM por sus siglas en inglés– para corroborar esta realidad. Ser homosexual era considerado una enfermedad, una patología sometida a tratamiento sicofarmacológico hasta hace bien poco, un abordaje descartado y rechazado hoy en día. Y esos mismos baremos sobrevuelan la innegable exclusión social, médica y política que sufren los cuerpos gordos, marginados sistemáticamente de la visibilización en pantallas de cine y televisión (recordemos cómo obligamos a Rosa de España a adelgazar si quería ser considerada, o cómo María Callas y Montserrat Caballé perdieron la voz por la imposición de bajar de peso para ser aceptadas), pero también de los puestos de trabajo y sistema educativo, donde somos condenadas y condenados al ostracismo, a ese ángulo de la sociedad donde la persona gorda no es vista, a ese espacio donde no es un problema.

¿Acaso debemos asumir que ser gordas y gordos es culpa nuestra? Nos negamos. ¿Acaso debemos asumir que somos personas irresponsables? Nos negamos. Solo hagan el ejercicio: observen a su alrededor y pregúntense quién o quiénes son las personas que más cuidan su alimentación. Quién cena verduras y ensalada, y quién pizza, patatas y hamburguesas. Ahí está la respuesta. Nos negamos a tener la responsabilidad de cargar, también, con la losa de la mirada ajena, del escudriño social y la culpabilidad de no cumplir con los cánones sociales.

Es el momento de que tomemos conciencia de este espacio de exclusión e introduzcamos este tema en las agendas de nuestros gobiernos.

Salud, sí; discriminación, exclusión, presión, humillación, no. Ya basta.

 

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Mar Sanchis y Fernando Ntutumu, activista política y politólogo y profesor de Ciencia Política en la Universitat de València, respectivamente.

Es tiempo de culpa y remordimiento. Tras el período navideño, las fiestas, los atracones y el disfrute de la comida, vienen tanto el sentimiento de culpa interna como los dedos acusadores. Es evidente que, en Navidad, hasta las personas más fit aumentan de peso por diversas razones. Pero no todas y todos llevamos las consecuencias de la misma manera, la espada de Damocles de la gordofobia no pende equitativamente sobre todo el mundo. 

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