Las encuestas preelectorales en USA han fallado estrepitosamente
Hace cuatro años, en 2016, las encuestas daban por ganadora a Hillary Clinton. Cuando se resolvió el escrutinio la mayoría de los analistas quedaron aturdidos, había ganado Trump contra todo pronóstico. En aquel momento la inmensa mayoría de las encuestas fallaron por subestimar el voto a Donald Trump. El lunes 3, un día antes de las elecciones de este martes, las encuestas nacionales otorgaban a Biden un promedio entre 7 y 10 puntos más que a su opositor. En estos momentos y pendientes de recuentos finales, la distancia en voto popular es de algo más de 2 puntos a favor del demócrata, muy lejos de los números pronosticados. Los principales agregadores de encuestas en USA como Realclearpolitics y Fivethirtyeight compilaron el día antes de las elecciones unos resultados de 7.2 y 8.4 puntos a favor del candidato demócrata. La última encuesta de Wall Street Journal/NBC subió esa distancia a nada menos que 10 puntos. Una encuesta especialmente llamativa fue la publicada por ABC-Washington Post que ampliaba esa victoria de Joe Biden hasta los 17 puntos en Wisconsin, donde finalmente los candidatos apenas han quedado a 20.000 votos de distancia y a solo 0,6 puntos en términos porcentuales. El promedio de encuestas de Fivethirtyeight sobre el estado de Florida otorgaba al demócrata una ventaja clara sobre Trump. No solo ha ganado allí el republicano, sino que lo ha hecho con 4.4 puntos de diferencia. Las proyecciones de las encuestadoras sobre los resultados de la Cámara de Representantes y el Senado han sido igualmente fallidas. Previeron una subida del control demócrata en ambas cámaras y el resultado final ha sido el inverso.
El error de las encuestadoras en sus modelos ha venido para quedarse
Las inversiones en proyectos de investigación y estudios cuantitativos en EEUU son inimaginables en este lado del Atlántico. Uno de cada tres dólares invertidos en encuestas e investigaciones de mercado en el mundo se realiza en USA, hablamos de más de 7.000 millones de dólares al año. Con estos números resulta inverosímil que hayamos vuelto a la casilla de salida de 2016.
Pasemos ahora a analizar algunas de las razones metodológicas que pudieran ayudarnos a entender qué está pasando. Según Pew Research Center, una organización sin ánimo de lucro, en 1997 la tasa de respuesta de las encuestas telefónicas era del 36%, en 2018 esta tasa bajó hasta el 6%. En 2020 podríamos estar ya cerca del 3%. La identificación del número entrante, la saturación de campañas comerciales bajo la fórmula de encuesta de clientes o usuarios, la falta de garantía en la anonimidad de las respuestas o, simplemente, la ausencia de motivaciones y tiempo para responder largos cuestionarios son algunas de las causas más pertinentes. Indudablemente, sabemos menos de los votantes a los que no podemos llegar que sobre aquellos que se prestan amablemente a un cuestionario telefónico. Existen nuevos métodos para encuestar: cuestionarios online, llamadas automatizadas o envío de sms que tratan de anonimizar, corregir y ampliar la recogida de datos entre la población que se niega a contestar a un desconocido al otro lado del teléfono.
Pero ¿es creíble que los institutos encuestadores no valoren estas pertinentes fallas de su metodología? No, al menos, no en su totalidad. No se ha producido la ola azul pronosticada por las encuestas en USA, pero el objetivo de las encuestas publicadas trasciende claramente al dato.
La batalla demoscópica y las camapañas electorales
La defensa de las encuestadoras esta vez, como en 2016, gira en torno a la definición de las encuestas como fotos instantáneas, sin carácter predictivo. A este argumento sumamos en España el hecho de que tres de cada diez votantes suelen decidir su voto en los últimos días de la campaña o el mismo día de las elecciones, incluso en el mismo colegio electoral. Pero, a diferencia de España, en Estados Unidos no hay ventana de prohibición de publicación para las encuestas electorales así que los institutos estuvieron encuestando, publicando y pronosticando hasta el mismo lunes 2. En Carolina del Sur muchas encuestas del Senado apuntaban a un empate y finalmente el escaño lo ha ganado el candidato republicano por más de 10 puntos. No es trivial que hasta ese día se informara de que Texas y Florida estaban aún en disputa y podían caer del lado demócrata. Finalmente ganó Trump en ambos estados por 6 y 4 puntos respectivamente. Si realmente no estaban en juego ¿por qué se intentó crear esa impresión? La respuesta tiene que ver con el uso de las encuestas en la batalla demoscópica, una suerte de artillería de campaña que basa su efectividad en la movilización o desmovilización de votantes creando unas falsas expectativas que, paradójicamente, pueden llegar a auto cumplirse si la campaña de difusión es potente y persuasiva. Una investigación no demasiada exhaustiva podría enlazar intereses de uno y otro lado para entender por qué se publican en precampaña y en campaña electoral encuestas sin fiabilidad, pero con una clara intencionalidad. La razón puede ser la más sencilla. Lo hacen para complacer al cliente o ir más allá: las encuestas que se publican son armas de movilización y de desmovilización. Muchos votantes deciden a qué candidato o partido votar basándose, en parte, en sus propios cálculos racionales de quien tiene más probabilidades de ganar una elección o de obtener representación. Si la información que reciben es claramente congruente con sus cálculos son impelidos a votar y a hacer realidad sus expectativas. En sentido contrario, si las encuestas apagan sus expectativas pueden llegar a desmotivarlo y no ir a votar. Esta es una fórmula que usan discrecionalmente y, sin ningún pudor, algunos institutos de allí y de acá. Proyectar mayorías o apagar la posibilidad de representación de escaños de partidos no mayoritarios en algunas circunscripciones o provincias son argumentos usados a destajo en las batallas demoscópicas.
La polarización y el error del modelo de predicción
Parece pues probable que usar las encuestas como herramientas de movilización no solo tiene efectos reales, sino que forman parte de los pertrechos y materiales de las campañas electorales, claramente en USA lo son. Pero hay factores de base que inducen al error de las estimaciones. Las encuestas deben hacer frente a sesgos que dificultan la lectura de la realidad electoral. Uno de ellos es el conocido como sesgo de la deseabilidad social. Si todo lo que escuchas a diario es que Donal Trump es un racista y un misógino, entonces será menos probable que admitas ante un desconocido que te llama por teléfono que lo votarás. Muchas personas son reacias a compartir sus opiniones abiertamente por temor a ser juzgados. Un buen número de trumpistas no tiene este reparo, pero otro grupo numeroso evita conversaciones incómodas y no se proclamaría nunca públicamente como votante de Trump. En paralelo, ocurre un fenómeno similar con los votantes de VOX en España. Existe una bolsa importante de votantes ocultos en ambos grupos. Para las encuestadoras mapear esta incertidumbre no resulta nada de fácil. Hay que garantizar el anonimato de los encuestados para que estos puedan ser honestos al dar sus respuestas o, simplemente, quieran darlas. Para minimizar el efecto de la deseabilidad social se han introducido mecanismos de recogida de datos que garantizan o proyectan más anonimidad como los cuestionarios online o las llamadas desde robots automáticos. Pero también tienen sus sesgos y sus limitaciones. Un agente bien entrenado y formado puede obtener respuestas y romper el blindaje de la desconfianza, pero necesita superar el primer filtro, que no es otro que el de que haya alguien que descuelgue el teléfono, algo cada día menos fácil.
Algunas conclusiones sobre los fallos de las encuestadoras norteamericanas
El día de las elecciones el voto permanece oculto y, por tanto, no hay estigmatización. Ante un escenario social de polarización los más moderados evitan a toda costa las conversaciones más incómodas. Este voto tímido no se ha detectado correctamente en las encuestas telefónicas ni ha sido suficientemente compensado por las encuestas online o automatizadas realizadas en USA. Cuando se quiere conocer qué piensa alguien realmente sobre un asunto incómodo es mejor preguntarle qué cree que piensan sus vecinos o amigos sobre esa cuestión. Este será uno de los mejores instrumentos metodológicos para corregir datos y pronósticos en los escenarios de polarización que volveremos a vivir. Si en las elecciones de 2016 usaron el voto anticipado 46 millones de norteamericanos, en 2020 esta cifra se ha duplicado hasta los 102 millones. La causa principal obedece a la pandemia, pero este hecho nos adelanta la complejidad de las futuras proyecciones demoscópicas. Si se generaliza y facilita por parte de los 50 estados el voto por correo o adelantado en persona en las elecciones en USA, probablemente el aumento de la participación -unos 7 puntos respecto a 2016- sea una constante y no responda a la coyuntura epidémica de 2020. En 2016 un 13% de los votantes indecisos en USA no decidieron su voto hasta días u horas antes de las elecciones, aún no conocemos este porcentaje en las elecciones del pasado martes.
Punto primero: El rotundo error de las estimaciones realizadas por las encuestadoras norteamericanas se refiere exclusivamente a las encuestas publicadas. Este es un dato para recalcar. Desconocemos si los equipos electorales de ambos candidatos manejaban encuestas y proyecciones no publicadas más precisas para cada estado o para el total de los EE.UU. porque algunas de las primeras pueden formar parte de la artillería usada en la que hemos venido a denominar como batalla demoscópica y, por tanto, no son más que un instrumento de ciencia social parcialmente falseado con un objetivo concreto en la campaña electoral.
Punto segundo: Las dificultades metodológicas para la recogida de datos en los campos telefónicos son cada vez mayores. El uso de cuestionarios online aún adolece de sesgos importantes, más significativos en algunos segmentos educacionales y de edad y poco matizables en grupos de población con autonomía digital. Las tasas de respuestas telefónicas son cada vez menores y en escenarios sociales polarizados se requiere a personal altamente formado y capaz para dirigir y aplicar cuestionarios fiables.
Punto tercero: El abuso de la encuestación y la falta de metodología precisa y adecuada ha convertido el trabajo y la investigación cuantitativa en un campo de negocio muy fructífero en USA para compañías ajenas al sector y para profesionales de otras especialidades y ha convertido la publicación de encuestas en un negocio muy productivo en precios y plazos y poco sometido al escrutinio de resultados y métodos. Para muestra un botón. Claramente hay una burbuja inflacionaria de encuestas y de institutos demoscópicos en los Estados Unidos y no todos cumplen con sus obligaciones deontológicas.
Punto cuarto: La cuarta derivada de este importante error general de los institutos encuestadores en USA tiene que ver con la polarización electoral y social que se vive en los EE.UU. y de la que Donald Trump es objeto y causa a la vez. La ocultación de un buen porcentaje de voto republicano obedece a múltiples causas, pero esencialmente a la pertinencia del sesgo de deseabilidad social. Sucedió en 2016 y ha vuelto a suceder en 2020.
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Todos estos factores son parte, en distinto peso y formulación, de esta ecuación fallida de las encuestas preelectorales en Estados Unidos.
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Juan Manuel Becerra Vila es analista electoral y doctor en pensamiento y análisis político (UPO).
Las encuestas preelectorales en USA han fallado estrepitosamente