Ilusionarse sin hacerse ilusiones
Ilusionarse. Eso es lo que corresponde ante el proceso de unificación de todo lo bueno que hay a la izquierda del PSOE; ilusionarse con el proyecto que encabeza Yolanda Díaz.
Ilusionarse significa no hacer caso de las diferencias entre quienes entran en el proceso de unificación; trabajar para que en el futuro las diferencias originadas en el pasado cedan el lugar a diferencias nuevas, surgidas en el proceso de afirmación política. Ilusionarse significa combatir los bulos y las noticias falsas que la derecha pondrá en circulación; significa también currar para que la implantación local de esa coalición sea todo lo amplia que se pueda. Significa aprender a discutir sin ninguna falsedad y sin aplastar a los interlocutores. Si se discute en la izquierda, los adversarios de hoy pueden ser los compañeros de mañana.
Pero hay que hacer esta operación de ilusionarse sin hacerse ilusiones respecto a los resultados profundos del trabajo de unificación. Por dos razones importantes, cada una de inmenso calado, en realidad problemas de naturaleza sociopolítica que una alternativa a lo existente debe tratar de resolver.
El primero de los problemas tiene que ver con el politicismo, con la concentración de los esfuerzos políticos en las instituciones, y sobre todo en las instituciones centrales del Estado como puede ser el parlamento. Eso canaliza las fuerzas de la base social del grupo alternativo casi exclusivamente al terreno electoral. Pero esto, a su vez, tiene como consecuencia la escasez de cuadros, de personas que dediquen su tiempo a realizar trabajo político local o particularizadamente. Los cuadros, esas personas profesionalizadas o no, pero imprescindibles, resultan indispensables para el arraigo duradero de cualquier formación política. Centrarse solo en las instituciones jibariza las posibilidades de la política alternativa.
Dicho de otro modo: no basta que haya una gran corriente subterránea de opinión en la sociedad, una corriente orgánica —que diría Gramsci— de socialistas, ecologistas, feministas, pacifistas y más en general de personas contrapuestas a las desigualdades sociales. Eso existe, y es necesario. Pero es necesario también que en la superficie de la sociedad se manifiesten activistas de esa corriente no solo como animadores de movimientos ecologistas, feministas, socialistas, pacifistas, etcétera, sino también como activistas políticos del grupo alternativo.
Ese trabajo —no el de los movimientos idealmente asociados— es deficiente en España. Los partidos del centro y de la derecha pueden ser partidos de opinión (o sea, sólo precisan votos), pero los partidos alternativos han de ser no sólo partidos de opinión sino partidos de activistas. (Y en este país casi solo son partidos de activistas los partidos nacionalistas). Los partidos de arriba se articulan alrededor del dinero, son partidos de interés, mientras que los de abajo se organizan en torno a las necesidades: son partidos de esperanzas.
Éste es un primer dato que es preciso retener: para que la ilusión no sea producto de la ideología sino del conocimiento, y para emprender la tarea de la construcción de un verdadero partido de cuadros alternativo.
La segunda cuestión es más complicada.
Pier Paolo Pasolini señaló hace casi cincuenta años que el consumismo había generado una mutación antropológica en los italianos. Era una idea muy general y prepolítica. Pero lo cierto es que la vieja izquierda, derrotada después tanto donde había impuesto una revolución como donde no, había dejado sin ilusiones político-sociales a muchísima gente. Había defraudado. Sus tradiciones, creadas durante un siglo, casi se perdieron del todo —salvo, minimizado, el sindicalismo para algunos—. El trabajo de sus militantes, al garete. Y su pensamiento mostró sus limitaciones: un credo que resultó falso en buena parte de sus artículos.
El resultado es que las generaciones de personas nacidas hacia 1980 y posteriormente, por poner un jalón ciertamente arbitrario, piensan el mundo de manera distinta a la de sus padres y abuelos. [Un mundo que además ha cambiado. La tercera revolución industrial sigue haciendo su trabajo; el capital se ha concentrado en enormes entidades buitrescas; China se ha convertido en el país más despierto del mundo].
Hemos contemplado fenómenos sociales brutales: que el antiguo cinturón rojo barcelonés, ante el auge del independentismo, se decantara por votar a un partido de centro-derecha como Ciudadanos, y otros a un partido con dos almas, secesionista y socialista, como la CUP, mientras que en el resto de España muchas personas reaccionaran ante el mismo fenómeno votando masivamente a Vox, un partido ultraderechista que se muestra capaz de responder a sus preocupaciones, al menos en apariencia, resulta difícil de comprender desde las categorías tradicionales del análisis político. Probablemente porque lo que todo eso designa no es solo un cataclismo político, sino un cataclismo social. La típica crisis de sobreproducción capitalista de 2008 acabó con muchísimas esperanzas pues significó para la mayoría un retorno al pasado.
Ahora eso se produce, dicho sea entre paréntesis, donde por vez primera en el régimen actual ha cobrado fuerza el ala izquierda del PSOE. Pero ese gobierno del PSOE en coalición con fuerzas de izquierda, pese a poner el acento en la redistribución, sigue las políticas económicas neoliberales que le maniatan y es afecto todavía a la Unión Europea que las impone. En todo el período que lleva gobernando no se ha oído poner en cuestión la Europa neoliberal, las políticas neoliberales, ni, por decirlo todo, la OTAN, que nada nos da (la OTAN excluye proteger las ciudades españolas en el Rif) y mucho nos impone.
Es preciso entender al sector de la población que sufre las consecuencias de la exacerbación del liberalismo, a las personas que construyen su yo individual en términos económicos (tanto tienes, tanto vales). Cabe aproximarse a eso examinando qué tienen y cuáles son las pérdidas de las generaciones de trabajadores posteriores a 1980, al menos de la gran mayoría de ellos, sobre todo de los jóvenes y en particular de las mujeres, incorporadas masivamente a la economía de los servicios peores sin protección social. Muchas personas no encuentran su ubicación en la producción informatizada del capitalismo irrestricto, neoliberal.
La mayoría de estas personas no son pobres más que relativamente. Disponen de muchas cosas: de calles asfaltadas, de viviendas que no son chabolas (hablo de mayorías, recuérdese), de agua corriente y seguramente también caliente, de electricidad, de nevera, lavadora, radio, televisión, teléfono móvil y artilugios domésticos. Disponen de toda clase de ropa (y se valora ir a la moda) y de alimentación (pero los comedores de beneficencia se han multiplicado), de acceso a la medicina y a la educación básica o profesional. Tienen todos o la mayoría de esos bienes incluso aunque carezcan de un puesto de trabajo.
¿De qué no disponen? No en todos los casos ni todo a la vez, pero no suelen disponer de trabajo estable, o, teniéndolo, de salarios que permitan formar una familia (lo que es nuevo en el capitalismo postfordista). El trabajo precario está generalizado: a tiempo parcial, o temporero. En gran parte los trabajadores no están sindicalizados (han sido los tribunales y no los sindicatos los que han dado acceso a la seguridad social a los repartidores, por ejemplo). Han aparecido formas de trabajo cercanas a la esclavitud: trabajar hoy para comer hoy, y mañana no se sabe.
En estas condiciones materiales es posible intuir algunas respuestas en los planos cognitivo y emocional. Desconfianza en las instituciones públicas o consciencia de su mal funcionamiento (desde los tribunales a los centros médicos de atención primaria). Desconfianza en los políticos profesionales. Consciencia de la corrupción generalizada. Consciencia de la desigualdad social heredada y obligada. Debilitamiento de la consciencia política de clase: estas gentes no se ven a sí mismas como base de la sociedad de cuya explotación depende el sistema. Consciencia de la inconsistencia de la educación recibida con el hipotético trabajo. Interiorización del individualismo a través del teléfono móvil y no solo por él. Cambios en las relaciones familiares y en el propio papel de la familia y del individuo en la familia. Sueños fantasiosos: un pelotazo, ser como los ídolos publicitados, o no ver salidas: recurso creciente a juegos de azar.
No se trata solo de una rendición en toda regla de las gentes al individualismo: también han surgido brotes de violencia tremendos pero carentes de programa, de objetivos, como no sea el de dar rienda suelta a una insatisfacción profunda. En una época de generalización de la vulnerabilidad, los que aún tienen conciencia para sentirla, demandan protección.
Parece que la consciencia prepolítica de clase se ha debilitado en parte, pues muchos trabajadores se consideran de clase media. La derecha ha impuesto entre muchos su propia cultura: la idea misma de lucha de clases se ha reducido, en el mejor de los supuestos, a contraposición entre capital y trabajo (era bastante más que eso: solidaridad interna espontánea de los trabajadores y una inédita experiencia histórico-cultural de grandes grupos de personas). La ideológica noción de emprendedor y el correlato de su libertad (en realidad autoexplotación inconsciente e insolidaria) es machacada constantemente por los medios de masas.
Parece que la consciencia prepolítica de clase se ha debilitado en parte, pues muchos trabajadores se consideran de clase media
La ejemplaridad, en esta situación, es un comportamiento necesario para el personal político alternativo. Pues es en el terreno de las prácticas culturales donde se libra la lucha social. Los medios de masas imponen una nueva cultura creadora de falsas ilusiones y falsas realizaciones de la personalidad, asesina de los verdaderos proyectos personales. Hay que revelar constantemente la verdad. Algunas ciudades se han vuelto invivibles pero no los barrios ni las ciudades de dimensiones abarcables: este nivel de la sociabilidad es el terreno más inmediato para la construcción de la alternativa ecosocialista, antipatriarcalista, contra las desigualdades sociales (por fortuna en el plano individual todos somos diferentes, desiguales). También los trabajos análogos, o próximos entre sí, son un buen terreno para la construcción de la alternativa dicha. Sin embargo la situación de partida exigirá un esfuerzo tenaz y duradero. El esfuerzo activista parecerá no mover la sociedad. Que sin embargo se mueve y se puede mover.
Con inteligencia, trabajo y paciencia.
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Juan-Ramón Capella, catedrático emérito de Filosofía del Derecho, Moral y Política de la Universidad de Barcelona