Mazón, el PP y el general Gan Pampols

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Joan del Alcázar

Carlos Mazón está grogui, como ese boxeador al que están moliendo a puñetazos. En su desesperación, acorralado, el púgil logra conectar un buen golpe a su adversario, lo que le permite mantener la esperanza siquiera sea efímera de que no todo está perdido. Así pasa en el cine. A veces.

El golpe de Mazón ha sido nombrar al general (R) Gan Pampols como Vicepresidente para la Recuperación Económica y Social. Mazón se parapeta tras un militar de prestigio, con la esperanza de mitigar los focos que caen implacables sobre él y, en paralelo, hacerse una póliza de seguros por si el general no sale victorioso del desafío. Si eso pasara, no será responsabilidad suya, de Mazón, sino del militar. O de la AEMET, o de la UME, o del maestro armero. Es su estilo, como sabemos.

Dicen las encuestas que los militares, en general, tienen buena imagen para la ciudadanía, especialmente por las misiones de paz en el extranjero y, muy particularmente, por el papel de la Unidad Militar de Emergencias (UME). Además, el nuevo Vicepresidente es hombre viajado y locuaz, buen comunicador, además de alpinista contrastado de mucho nivel. Más relevante aún: la hoja de servicios del general es brillante. Como militar, claro.

No obstante, más allá de sus virtudes castrenses, las primeras declaraciones del señor y sus primeras decisiones resultan algo preocupantes. Tanto más cuanto el general retirado es licenciado en ciencias políticas. Sorprende que con esa formación afirme que el encargo que Mazón le ha hecho no tiene nada que ver con la política, sino que “tiene que ver con un trabajo técnico que necesita un consenso de base”. Además, ha hecho énfasis en que “no aceptará imposiciones políticas en su gestión”.  Aunque parezca increíble, para pasmo de muchos, Feijóo ha remachado la idea de que el general “no viene a hacer política” [sic].

Paralelamente, el general Gan Pampols ha nombrado a otro general (R) como su secretario autonómico, por lo que podemos entender que dos altos cargos del gobierno valenciano pretenden estar al margen del mismísimo gobierno valenciano y de las Corts Valencianes.

Aunque solo sea por estas pinceladas, resultan llamativas las reacciones que el nombramiento de Gan Pampols han generado en el escenario partidario valenciano. 

Ha sido recibido con cierta expectación por una parte y con entusiasmo por otra, la que se ubica a la parte derecha del tablero. Los no eufóricos se dividen entre los que piensan que por lo menos traerá orden y disciplina, que no vendrán mal en un Consell desnortado y sin liderazgo. Otros, han preferido poner el foco en denunciar la maniobra evasiva de Mazón

Digo que son sorprendentes porque parece que no se está poniendo el suficiente énfasis en esa fractura que el nuevo vicepresidente establece entre gestión y política, y en su negativa a subordinarse a los criterios políticos que, necesariamente, han de emanar de las Corts Valencianes y del propio Consell.

¿Cómo que no aceptará imposiciones políticas? ¿Acaso quiere decir que ignorará lo que diga el parlamento valenciano? ¿Hemos de entender que él va por libre, que sabe lo que hay que hacer para “la reconstrucción” y que no aceptará ni orientación, ni priorización, ni control, ni rendición de cuentas? ¿Cómo va a ser vicepresidente de un gobierno democrático sin hacer política? ¿Hasta dónde vamos a llegar en el desvarío?

La historia de militares supuestamente modernizadores, desarrollistas y gestores apolíticos no es, precisamente, una historia de éxitos

En España, los militares han adquirido legitimidad y han superado el estigma franquista en la medida que, en las últimas décadas, se adaptaron al canon de cualquier democracia homologable: el que establece su completa y absoluta subordinación al poder civil, que es el que emana de la ciudadanía y cristaliza en los parlamentos de los que salen los gobiernos. En otras latitudes, la historia de militares supuestamente modernizadores, desarrollistas y gestores apolíticos no es, precisamente, una historia de éxitos. Recordemos América Latina del último tercio del siglo pasado, por ejemplo. O a Jair Bolsonaro, en Brasil.

Casi por definición, los militares poseen una mentalidad propia, autónoma y diferente a la de la mayor parte de la sociedad civil, cuanto menos por su identificación con la verticalidad de la escala de mando, la obediencia indiscutible y la disciplina innegociable. En todos los ejércitos actuales, los oficiales se inscriben en una élite calificada intelectual y técnicamente.

Estas características abonan que los militares resulten muy atractivos para aquellos que desean una sociedad fuertemente jerarquizada, una sociedad cerrada, en la que las discrepancias y los conflictos sociales pueden encontrar solución mediante decisiones autoritarias y, llegado el caso, incluso con la utilización de la violencia. El debate democrático es sustituido por el ordenamiento autoritario en aras de la eficacia. Una eficacia que, supuestamente, contrasta con los vicios y defectos de lo que llaman la partitocracia y la politiquería.

Debiéramos dejar claro que la milicia es una cosa, y una sociedad compleja y plural otra muy distinta. Es decir que, volviendo al nombramiento de Mazón, el buen desempeño en el terreno militar del general Gan Pampols no tiene porqué traducirse en un buen desempeño en la sociedad civil. Las reglas son otras, los protocolos son distintos y las complejidades de gobierno han de ser abordadas de otra forma. En cualquier caso, la participación de los militares en el escenario civil puede ser de la mayor relevancia, pero siempre, siempre, subordinada a las instituciones democráticas, al parlamento, al gobierno, que son los que los ciudadanos elegimos en las urnas. 

Convendría, pues, que el nuevo y flamante vicepresidente del Consell de la Generalitat matizara sus primeras declaraciones e hiciera explícito su acatamiento de las pautas de cualquier cargo político de tanta responsabilidad, y que confirmara su sometimiento a los mismos derechos y deberes de cualquier otro servidor público de un país democrático.

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Joan del Alcázar es catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de València. 

Carlos Mazón está grogui, como ese boxeador al que están moliendo a puñetazos. En su desesperación, acorralado, el púgil logra conectar un buen golpe a su adversario, lo que le permite mantener la esperanza siquiera sea efímera de que no todo está perdido. Así pasa en el cine. A veces.

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